INDIFERENCIA liberadora 5/5 (1)

Personas aviesas y malévolas, que nunca faltan, insultaban con al­guna frecuencia a Buda, que, a pesar de ello, jamás se alteraba ni dejaba de exhalar una confortadora sonrisa. Hasta tal punto era así que, extrañados, sus propios discípulos le preguntaron un día:

-Señor, ¿cómo es que te insultan y tú permaneces tan indife­rente y sereno?

Buda contestó:

-Porque simplemente, amigos míos, los demás me insultan, sí, pero yo jamás recibo el insulto.

 

Comentario

 

¿Queremos hallar el sosiego, la quietud, la paz interior que le procure otro sentido a nuestra vida? Tenemos en ese caso que em­pezar a conocemos y a descubrir las estrategias de nuestra mente. Hay un dispositivo en ella que llamamos «reactividad»: hace que ésta rumie, se torne repetitiva, obstinada y doliente, es una causa de malestar innecesario. ¡Parece increíble que todo ello lo hayan mostrado las psicologías orientales hace miles de años y la psicolo­gía occidental siga ignorándolo! Por eso la oriental es tan práctica y nada académica. La reactividad es una actitud de reacción exce­siva y repetitiva, pura y simple neurosis. El pensamiento no cesa, acarrea, causa confusión y dolor. Por ejemplo, si uno es insultado en una ocasión, puede seguir, según esta reacción, recordándolo día tras día, de modo que se sentirá continuamente insultado.

La mente no sabe evacuar y limpiarse. Acarrea traumas, frustra­ciones, «asignaturas pendientes», heridas sobre heridas, detritos sobre detritos. Es el fango del subconsciente. Pero incluso cuando nos insultan la primera vez, podemos ser menos «reactivos» y mantener la ecuanimidad. Imaginemos que en lugar de aleccionar­nos sobre que el insulto es despreciativo o vejatorio, nos hubieran enseñado que es divertido y produce contento. Cada vez que nos insultaran, nos alegraríamos y divertiríamos.

«¡La mente! ¡Vaya loca! ¡Si te la crees estás perdido!», exclamó un maestro. Dice querer no sufrir y se las arregla para sufrir. Tiene muchos apegos y uno de ellos es al sufrimiento. Atisha era un sabio del siglo x que dijo: «Cuando te enfrentes a los objetos de deseo o de odio, contémplalos como ilusiones y apariciones. Cuando oigas cosas desagradables, considéralas ecos». Si estamos enganchados en las reactividades, no puede haber quietud interior. Reacciona­mos desmedidamente, con exaltación o abatimiento, al halago y al insulto, al placer y al dolor, a lo grato y a lo ingrato. No puede ha­ber paz, no es posible hallada así. Hay una preciosa herramienta: la ecuanimidad o equilibrio de ánimo, es decir, firmeza de mente. «Suceda lo que suceda, la mente atenta, la mente calma.»

Hay un gran secreto en aprender a no reaccionar neurótica­mente. Hay otro secreto en aprender de lo que a cada momento es y por ello apreciado, aunque sea el insulto, las vicisitudes o las ad­versidades. Y un secreto más: dejar de cargar con el fardo de las memorias, los condicionamientos y los esquemas. Debemos empe­ñamos en estrenar la mente cada día y aprender a desligamos de experiencias pasadas que velen y distorsionen el presente, porque en ese caso, al filtrar con la mente vieja, no hay aprendizaje posi­ble. La meditación, precisamente, es un método para conseguir la denominada «mente nacida de la meditación», renovada y que su­pera las viejas y asfixiantes estructuras mentales.

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