Ouspensky atrajo nuestra atención hacia otra división de G. que no puede hallarse en ningún sistema occidental de psicología. Tal división consistía en separar al hombre en dos partes: Esencia y Personalidad.
La Esencia comprende todas las cosas con que nace un hombre y que pueden ser consideradas como de su propiedad. mientras que la Personalidad es lo que adquiere por la crianza y la educación.
La Esencia incluye la constitución física y psicológica de un hombre y todo lo que ha heredado de sus padres en forma de potencialidades y tendencias.
La Personalidad está constituida por todo lo que posteriormente aprende y abarca sus gustos y aversiones. Hasta sus gustos y aversiones instintivos, que están basados en lo que es bueno y lo que es malo para él, quedan colorados con el tiempo por los caprichos de su personalidad. Sucede así porque la personalidad crece muy rápidamente, y domina a la Esencia a una edad tan temprana que esta última cesa de desarrollarse, con la consecuencia de que un hombre de edad mediana puede poseer sólo la Esencia de un niño de siete años.
Un niño no tiene en absoluto Personalidad, y todo lo que hay en él es verdadero y suyo, pero tan pronto como comienza la educación, su personalidad empieza a crecer. Aprende a imitar a los adultos que lo rodean, adoptando muchos de sus gustos y aversiones y copiando sus métodos de exhibir sus emociones negativas. Algunas de las características de la personalidad del niño que está creciendo podrían nacer no tanto de la imitación de los adultos que lo tienen a su cargo, como sí de su resistencia a los métodos que emplean para prepararlo, y de sus tentativas de ocultarles cosas de su propia Esencia que son para él más genuinas. En los últimos años de la infancia, después que ha aprendido a leer, se abre ante él todo un mundo nuevo de gente que puede servirle para modelarse, y su Personalidad aprende a ser aún más elaborada y complicada. Otra diferencia más entre la Personalidad y la Esencia: que mientras la Esencia es siempre sencilla, cruda y recta en su comportamiento, la Personalidad es tan compleja que llega a engañarse hasta a sí misma. Por ejemplo, un hombre puede legítimamente engañarse a sí mismo creyendo que es un gran filántropo que está dispuesto a sacrificarse completamente por sus semejantes, y no tener sin embargo ninguna idea verdadera en favor de la humanidad, sino solamente el deseo de dominar a los demás.
La relación que existe entre la Personalidad y la Esencia es a veces difícil de descubrir. Por ejemplo, una mujer puede parecer una criatura muy complicada, sofisticada, que está siempre esforzándose por llamar la atención, y sin embargo puede ser en su Esencia una persona muy sencilla. Algunas veces la Personalidad y la Esencia se oponen entre sí, de modo que la vida del individuo se hace difícil y desgraciada. Sin embargo, sería un error tomar todo esto en forma muy simple y considerar a la Esencia como el héroe maltratado, dominado por el villano del drama humano, la Personalidad; pues hay mucho en la esencia de un hombre que es primitivo, rudo y hasta salvaje, y muchísimas cosas en su personalidad que son dignas de elogio y deseables. “La Personalidad -decía Ouspensky- es una parte muy necesaria de un hombre, sin la cual sería imposible vivir una vida satisfactoria. Lo que se necesita para el desarrollo del hombre no es que se elimine su personalidad, sino que se la haga mucho menos activa de lo que ahora es. Se permitirá entonces a la esencia crecer y, como la esencia es la parte más genuina del hombre, éste es entonces un paso preliminar muy necesario para su desarrollo”. .
Ouspensky nos dijo que G. había descripto una vez las distintas formas en que la Personalidad y la Esencia podían ser separadas artificialmente. Dijo que las drogas, el hipnotismo y ciertos ejercicios especiales se empleaban en escuelas esotéricas con ese fin. Por ejemplo, hay ciertos narcóticos que poseen la propiedad de hacer dormir a la Personalidad durante cierto tiempo, sin afectar en absoluto la Esencia, de modo que solamente ésta se pone de manifiesto. El resultado de un experimento de este tipo podría ser que un hombre que por lo común está lleno de ideas, simpatías, antipatías y fuertes convicciones, resulte que en su Esencia es totalmente indiferente a todas esas cosas. Ideas por las cuales hubiera estado dispuesto a morir anteriormente, le parecen ahora completamente ridículas y totalmente indignas de su atención. Todo lo que muestra después de tomar el narcótico son ciertas inclinaciones instintivas, como por ejemplo el deseo de calor, un infantil deleite por los dulces y una fuerte falta de inclinación hacia cualquier forma de esfuerzo físico. El narcótico revela hasta qué punto es inmadura la parte más real de él.
Lo personalidad está por lo general más altamente desarrollada en los habitantes de las ciudades y en gente extremadamente intelectual, que en los que trabajan la tierra para vivir.
“E instintivamente uno siente que la gente de campo es más genuina -agregaba Ouspensky- como que en verdad lo es. Son personas en quienes la Personalidad no se les ha ido tanto de la mano y en quienes la Esencia es más activa. de modo, que hablan y actúan con más frecuencia desde sí mismos.
Es muy importante advertir dos cosas: que la Personalidad de un hombre ha sido totalmente conformada por el mundo exterior, y que es puesta en movimiento por la acción de la polea de los acontecimientos externos. Un hombre se imagina que es libre, pero está muy lejos de serlo. Cualquier cosa que haga es el resultado de sucesos externos, que actúan sobre la especie de personalidad que pueda haber adquirido por medios análogos.
Puede haber adquirido una personalidad muy noble, pero si súbitamente se le despojara de las influencias modeladoras, e instintivas, de modo que ya no le importe más lo que la gente pueda decir o pensar de. él, entonces puede revelar se como alguien que está muy lejos de ser noble. . . Esto significa que no sólo su nobleza ha sido producto de circunstancias externas, sino que está conservada por los mismos medios.”
En otra reunión Ouspensky volvió a poner énfasis sobre el hecho de que la Personalidad es una parte muy necesaria de nosotros. “Tenemos que prepararnos para alguna profesión o negocio en la vida -dijo- y lo que adquirimos con esta preparación es parte de nuestra personalidad, a una persona que no se haya equipado adecuadamente en esa forma, no le será muy fácil llegar a ser un buen jefe de familia, y por consiguiente no es adecuado para este trabajo”.
Ouspensky nos recordó entonces, también, lo que había dicho en otra reunión, muy anterior: que la humanidad puede ser dividida en tres categorías: el buen jefe de familia, el vago y el demente. Un buen jefe de familia es una máquina, pero es una máquina capaz de asumir ciertas responsabilidades, y una máquina en la cual otra gente puede confiar. Un vago es un hombre que es incapaz de completar ninguna cosa que emprenda en la vida, y que siempre abandona lo que ha empezado. Un demente no hace ninguna discriminación; se embarca primero en esta empresa, después en aquella otra, y nunca alcanza ninguna meta. Sólo los buenos jefes de familia son capaces de sacar algún provecho del trabajo en que ahora estamos ocupados.
En otra reunión Ouspensky dijo que la Esencia es la parte más real en nosotros, y que es solamente la Esencia de donde puede surgir cualquier cosa real y nueva, tal como un “Yo” que controla y es permanente. Pero para que esto suceda. la Personalidad tiene que hacerse más pasiva y la Esencia tiene que crecer.
A fin de que la Esencia crezca, tiene que ser alimentada, y su alimento adopta la forma de una nueva clase de conocimiento, tal como el que ahora estamos recibiendo. La situación se complica más por el hecho de que su conocimiento sólo puede llegar a la Esencia por medio de la Personalidad. De este modo, la secuencia de acontecimientos para un hombre que está en proceso de desarrollo es la siguiente: primero su Personalidad tiene que crecer a expensas de la Esencia; luego su Personalidad tiene que hacerse más pasiva: y finalmente la Esencia tiene que aprender de la Personalidad cómo hay que hacer para crecer. El crecimiento de la Esencia es siempre el resultado de la comprensión, y ésta tiene que empezar en la Personalidad, pues estamos incapacitados para alcanzar directamente la Esencia.
Ouspensky destacaba que por muchísimo tiempo la división del hombre en Esencia y Personalidad sería sólo de valor teórico para nosotros, toda vez que no estaríamos en condiciones de distinguir entre lo que pertenece a una y lo que pertenece a la otra. Nos aconsejó que por el momento atribuyéramos todo lo que viéramos en nosotros a la Personalidad, y aceptáramos la realidad de que muy poco de lo que hay en nosotros viene de la Esencia.
Hay otra división del hombre que podría ser de una importancia práctica mucho mayor para nosotros, , la división entre el “Yo-ESENCIA-” observador y la cosa que el “Yo-ESENCIA” observador está viendo, por ejemplo Ouspensky, Walker, Robinson; o cualquier persona que sea. Dijo que todos aquellos, de nosotros que trabajamos seriamente, estamos constituidos por dos caracteres enteramente distintos: la persona que todavía anda por el mundo llamándose “Yo” y creyéndose a sí misma una unidad, y la parte pequeña, pero mucho más real, de nosotros que mira y ve a través de las máscaras de la otra parte. La brecha que existe entre el “Yo-ESENCIA”, al que los vedantinos conocen como “el testigo”, y las personalidades de Ouspensky, Robinson y Walker, se siente, y es una brecha muy grande.
Aun cuando un verdadero «Yo-ESENCIA» observador ha estado ahí desde el comienzo, el proceso puede ser continuado por algo que es muy distinto y en vez de existir una verdadera autoobservación, puede solamente haber Ouspensky, Robinson y Walker soñando que trabajan. Tenemos que mantener una vigilancia muy aguda contra esta hábil sustitución de lo genuino por lo falso”, a esto se le llama DISCRIMINIACIÓN.
La experiencia de lo que Ouspensky llamaba “separación” -es decir: la realización emocional de la brecha que existe entre el “Yo-ESENCIA” observador y todas las cosas incluidas bajo el título de Kenneth Walker- fue adquiriendo cada vez mayor importancia para mí con el correr del tiempo. Al principio, la autoobservación significaba poca cosa más que uno o dos “Yoes” dentro de mí que estaban interesados por el trabajo, y que echaban el ojo sobre otros “Yoes” dentro de mí, a quienes no les interesaba en lo más mínimo; pero gradualmente fue cambiando la naturaleza del observador, de modo que parecía como si estuviera parado sobre un nivel ligeramente distinto del resto de mí, y esto era como tenía que ser, pues
la “autoobservación” está en el camino que lleva a la autorecordación, y recordarse a uno mismo significa estar menos dormido que lo que es habitual.
En una etapa posterior, el carácter del “Yo-ESENCIA” observador pareció alterarse otra vez, y todo esto estaba de acuerdo con una parábola que Ouspensky nos había contado en una de nuestras primeras reuniones. Era la historia de una casa en la que no vivían ningún amo ni supervisor, sino sólo un gentío de sirvientes, cada uno de los cuales afirmaba ser el dueño de casa. Todos los sirvientes ocupaban lugares que no les correspondían: el cocinero en el jardín, el jardinero en la cocina. el mayordomo en el establo y así sucesivamente. El resultado no era otro que el más completo desorden en la casa, y éste fue haciéndose tan grande que unos pocos de los sirvientes más sensatos decidieron que había que hacer algo al respecto. Acordaron por lo tanto elegir y obedecer primero a un mayordomo interino. y luego a uno verdadero, con el fin de mantener la casa preparada para el eventual regreso del amo.
Lo que me interesó grandemente en esta parábola fue que los que la concibieron hubieran creído necesario lograr un número de símbolos de diferentes etapas de la organización de la casa. Primero estaba la comprensión. por parte de unos pocos de los sirvientes más sensatos de que era imposible continuar viviendo como vivían; luego el acuerdo entre ellos para elegir un mayordomo delegado, y luego la elección de un organizador superior, llamado mayordomo verdadero. El carácter detallista de la parábola indica claramente que sus autores habían experimentado por sí mismos una cantidad de etapas distintas que requerían ilustración, y fue confortante para mí saber que el sendero que estábamos tratando de recorrer, había sido tan cuidadosamente delineado por aquellos que lo habían transitado mucho tiempo antes.
Ouspensky dijo que G. había dado, mediante la casa en desorden, una parábola alternativa, Existía una alegoría aún más antigua, que asimilaba el hombre a un equipo compuesto de caballo, carruaje, conductor y dueño. El carruaje representa al cuerpo del hombre y el conductor a su mente. El carruaje está ligado con el caballo por las varas. y el conductor con el caballo por las riendas: y de acuerdo con G., el trabajo sobre uno mismo tiene que empezar siempre por el trabajo sobre el conductor; es decir, el trabajo sobre la mente. Lo que se hace inmediatamente necesario es que el conductor despierte. escuche la voz de su amo y sea capaz de seguir sus instrucciones. Tiene que aprender entonces lo que antes había descuidado: la forma correcta de guiar un caballo, cómo alimentarlo y cómo uncirlo adecuadamente al carruaje. Es también importante que mantenga en perfecto orden todo lo que tiene que ver con el caballo y el carruaje. El caballo representa a las emociones, y hasta el momento ha tirado de todo el aparato hacia donde le venía en ganas, pero ahora el conductor tiene que controlar sus movimientos por medio de las riendas, y de acuerdo con las instrucciones de su amo. Sólo entonces el carruaje comienza a moverse en línea recta sin andar haciendo rodeos. Pero que esto suceda o no, depende, primero de que el caballo haya sido debidamente arnesado; y por sobre todo de que el conductor posea riendas con las cuales pueda controlar los movimientos del caballo.
Ouspensky decía que el simbolismo de las riendas en esta parábola tiene una particular importancia, toda vez que las riendas representan los medios por los cuales la mente puede controlar las emociones, “Pero ¿cómo puede el Centro Intelectual arreglárselas para controlar el Centro Emocional? -nos preguntó-, El caballo no entiende el idioma del conductor, porque éste emplea palabras. y el centro emocional se expresa a sí mismo no en palabras, sino en símbolos. Sabemos demasiado bien que es inútil para nosotros decirnos a nosotros mismos antes de una entrevista difícil: me rehuso a que este individuo me irrite, diga de mí lo que diga, porque la irritación no va a servirme para mis propósitos. Razonar con nosotros mismos de este modo no tiene el menor efecto, pues nuestras emociones se comportan a menudo en forma completamente irracional. Reaccionamos ante los disgustos en la misma forma en que siempre lo hemos hecho, pese a todo lo que nos hayamos dicho a nosotros mismos anteriormente, No, la conversación no tiene ningún efecto sobre el caballo, y en nuestro habitual estado de duermevela no existe ninguna clase de riendas entre el conductor y el caballo.
Sólo en el estado superior de autorecordación podemos ejercer alguna clase de control sobre nuestras reacciones mecánicos y nuestras emociones. En nuestro acostumbrado estado de sueño somos conductores que no poseemos ninguna rienda con la que se pueda controlar el caballo.”
Ouspensky nos decía que ya que nuestras personalidades determinan nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras acciones, es muy necesario que hagamos un estudio intensivo de ellas, ¡y qué cosas fantásticas son estas personalidades cuando logramos verlas! Madame Ouspensky, que desempeñara un papel cada vez más importante en el trabajo de su esposo a partir del año 1924, poseía un don especial para ver por debajo de la superficie, y revelarnos lo que había descubierto allí. Algunas veces comparaba nuestras personalidades con grandes pasteles inflados calientes que lleváramos muy cuidadosamente con la esperanza de que los demás los admiren. Su alegoría era particularmente adecuada, pues la costra de un pastel caliente es tan delgada que el golpe más débil que se le dé la quiebra, y de ese modo revela al mundo su vaciedad interior. Conscientes de éste peligro, estamos siempre en guardia protegiendo nuestras personalidades de todo trato rudo, insistiendo siempre en que estamos en lo justo y que los demás están equivocados, y justificando cada una de nuestras acciones, pensamientos y sentimientos.
Tener que ser siempre correcto y -lo que es aún más agobiante- tener que probarse a uno mismo que siempre se actúa correctamente frente al mundo, es un trabajo fatigoso y que insume todo el tiempo: darse cuenta de que estas dos obligaciones son completamente innecesarias, trae de inmediato una sensación de alivio. No es que nuestras personalidades cesen de molestarnos después de haber revelado su falta de importancia. No: continúan dominándonos como lo hacían antes, pero estamos capacitados para gozar de momentos de desacostumbrada paz y tranquilidad, momentos en que el “observador” interior nuestro está allí, y en que los ruidosos actores de nuestros teatros interiores se ven obligados a retirarse del centro del escenario y deslizarse avergonzados por los laterales. Y en momentos como esos de “separación” interior, captamos un vislumbre de lo que sería sentirnos verdaderos dueños de nosotros mismos, y ejercer el control de los enloquecidos actores que se mueven dentro de nosotros.
En una de esas muchas disertaciones sobre el tema de la Personalidad, Ouspensky atrajo nuestra atención sobre el hecho de que el hombre posee una cantidad de roles distintos, que son asumidos automáticamente para cada ocasión social, y frente a distintas clases de gente. Por ejemplo, hay un rol que aparece cuando estamos en casa por la noche dentro del círculo familiar; otro que lo reemplaza cuando llegamos a la oficina o a otro escenario de nuestro trabajo diario, y aun otro más que se desliza en su lugar cuando estamos cenando con nuestros amigos: y también diferentes roles para ser representados cuando estamos con inferiores o superiores nuestros. No obstante, como el repertorio de roles que posee un hombre es limitado, está expuesto a encontrarse desprovisto de un rol apropiado en circunstancias excepcionales, y su carencia lo hace sentirse siempre muy incómodo. También se siente muy desgraciado cuando dos roles distintos chocan entre sí, como sucede cuando un amigo soltero con quien uno acostumbra a cenar en su club, se introduce por casualidad en el círculo familiar. También es muy fastidioso para un hombre verse obligado a desempeñar dos roles contradictorios estando en la misma compañía. y tener que cambiar rápidamente de uno a otro.
Fue William James el único que se dio cuenta de la importancia de los roles que se apoderan de nosotros en diferentes circunstancias y con gente distinta. Dice: “No nos mostramos ante nuestros hijos como ante nuestros compañeros de club, ante nuestros clientes y ante nuestros empleados, así como ante nuestros amigos íntimos”. Decía también que muchos de estos roles son incompatibles entre sí, y que a menudo son sólo productos de nuestra imaginación. “No es que yo no quisiera -continúa diciendo- si pudiera, ser hermoso y gordo, estar bien vestido, convertirme en un gran atleta, y ganar millones por año, ser ingeniero, bon vivant y matador con las mujeres, tanto como filósofo, filántropo, estadista. guerrero y explorador africano, como también poeta “de tono” y un santo. Pero la cosa es sencillamente imposible. El trabajo del millonario tendría que ir en contra del del santo; el bon vivant y el filántropo se arrancarían los pelos. . . De modo que el buscador de este yo más veraz, más sincero y más profundo tiene que revisar cuidadosamente la lista, y elegir aquel con el que vaya a jugarse su salvación.”
Pero William James se equívoca cuando sugiere que es posible elegir y cultivar un “yo” deseable en la multitud que nos compone, y dejar fuera todos los otros. Las muchedumbres son notoriamente difíciles de controlar. y la que llevamos dentro de nosotros no es excepción a la regla.
No poseemos ningún “Yo-ESENCIA” central y permanente al que los otros quieran obedecer, por lo que ¿quién es capaz de, hacer esta selección y dar orden de que se despida a todos los tipos indeseables? William James postula algo que no existe en nosotros: un conductor. La muchedumbre interior no obedece a nadie, sino que se conduce por sí misma en la forma tortuosa en que se comportan las muchedumbres sin dirigentes, gritando en un momento una cosa, y haciendo exactamente lo opuesto un momento después. Esto explica las muchas inconformidades y contradicciones en nuestra conducta. “¿Por qué demonios prometí hacer eso? -me pregunto a mí mismo cuando me despierto por la mañana, y recuerdo la conversación de la noche anterior-. No puedo saber qué es lo que me indujo a comprometerme a hacer algo tan tonto. Voy a telefonear de inmediato para decir que todo el asunto queda anulado.”
Ouspensky decía que el estudio de los roles era una parte muy importante de nuestro trabajo de autoobservación, y nos recomendaba a veces que nos colocáramos en circunstancias desacostumbradas, para las que no dispusiéramos de ningún rol conveniente. Aun cuando ésta bien podía ser una experiencia incómoda. nos proporcionaría una oportunidad excelente para ver cosas de muchísima importancia.
Ouspensky nos habló también de otra parte de la intrincada maquinaria de la Personalidad a la que daba el nombre de “paragolpes”. Los paragolpes son unos artefactos ingeniosos por los cuales el choque resultante del golpe de un tren contra otro queda aminorado, y dijo que pueden existir mecanismos exactamente similares entre distintas partes de la personalidad de un hombre.
La vida se haría insoportable para un hombre sí tuviera que estar continuamente consciente de las muchas incongruencias y contradicciones que hay dentro de él, y, a fin de disminuir ese riesgo, ha creado dentro de sí una cantidad de puntos ciegos que evitan que perciba los conflictos que tienen lugar entre sus multitudinarios “Yoes”. Estos puntos ciegos o paragolpes lo ayudan a continuar durmiendo cómodamente. soñando que todo le va bien, y que puede estar más que satisfecho de’ sí mismo. “Los paragolpes -concluía Ouspensky- son herramientas por medio de las cuales podemos pensar que siempre tenemos razón.”
“¿Son justificaciones?”, le preguntó alguien.
“Puede ser, pero un hombre que posea paragolpes verdaderamente fuertes no ve ninguna necesidad de justificarse, pues está completamente ajeno a las incongruencias que hay dentro de él, y se acepta a sí mismo creyéndose enteramente satisfactorio tal como es. Un hombre así tiene una completa confianza en sí mismo y en todo lo que cree: “¿Cuál es la mejor forma de ver los paragolpes?”, preguntó otra persona.
“Llega un momento -contestó Ouspensky- en que el trabajo sobre nosotros mismos comienza a revelar algunas de nuestras incongruencias. Sabemos que hay un paragolpe entre ellas, y con la práctica de la autoobservación vamos advirtiendo lentamente lo que haya ambos lados del paragolpes. De modo que hay que estar al acecho de las contradicciones interiores, y éstas habrán de conducirnos al descubrimiento de los paragolpes. Presten particular atención a cualquier asunto que a ustedes les resulte particularmente irritante. Tal vez se hayan atribuido a sí mismos alguna buena cualidad, y ésa es una idea que reposa a un costado del paragolpes, pero ustedes no han visto hasta ahora la contradicción que hay del otro lado de él. No obstante se sienten un tanto incómodos acerca de esta buena cualidad, y eso puede significar que están cercanos a un paragolpes.
En otra reunión Ouspensky habló acerca del Rasgo Principal.
Dijo que existía un rasgo central alrededor del cual gira todo lo que hay en un hombre. Es realmente su debilidad principal, y explica muchísimo de lo que hay en su personalidad. Un hombre habla demasiado cuando debiera de permanecer en silencio, y otro se queda callado cuando debiera de hablar; esto muestra cómo la enseñanza, en este trabajo, no puede ser más que individual. Dijo que el descubrimiento de la principal debilidad de uno y la lucha contra ella es parte importante del trabajo, pero que el Rasgo Principal está tan celosamente protegido por paragolpes que raras veces un hombre es capaz de descubrirlo por si mismo. Tiene que ser advertido sobre su Debilidad Principal. pero no debe decírsele demasiado pronto, pues se negaría a creer lo que se le dice. Negaría la acusación, y mientras con más resolución la niegue, más probable ha de ser que el diagnóstico sea acertado.
“¿Hay alguna forma por la cual podamos descubrir la dirección a que apunta nuestro Rasgo Principal?”, preguntó alguien.
“Si usted observa el diseño de su vida entera -contestó Ouspensky- podrá ver la misma clase de problema repitiéndose constantemente, y terminando en la misma forma de impasse. Si usted logra hacerlo, es probable que se acerque bastante a su Rasgo Principal. Comprenda que su Rasgo Principal es un eje en usted mismo alrededor del cual están girando muchas otras cosas, y eso explica por qué los frutos de su principal debilidad se repiten continuamente. Pero muy poca gente descubre por sí misma su rasgo principal.”
Alguien preguntó si la Personalidad tenía algún defecto que fuera un obstáculo mayor que otro para el desenvolvimiento interior. Ouspensky respondió sin vacilar que la vanidad es un flotable impedimento.
Dijo que G. había hecho siempre un hincapié muy especial en la importancia de la vanidad, y se había referido a ella en los siguientes términos: “La causa fundamental de casi todas las incomprensiones que se producen en el mundo interno. . . se debe principalmente al factor psíquico que se halla en el ser del hombre a una edad temprana, producido por una educación equivocada, cuyo estímulo da nacimiento en él al impulso de la vanidad. . . Yo afirmo solamente que la felicidad y la conciencia de sí -es decir, recordarse a sí mismo- que debieran existir en un hombre real dependen, en la mayoría de los casos, casi exclusivamente de la ausencia de sentimientos de vanidad, y me he trazado él propósito de trabajar con mi gente para tratar sin misericordia todas las manifestaciones de este factor, que atrasa el desarrollo e impide cualquier legítima relación con nuestra vida interior, de cuyo ajuste armonioso depende toda verdadera felicidad.” Ouspensky nos aconsejó, por lo tanto, estar al acecho de nuestras formas especiales de vanidad, pues todos nosotros tenemos nuestras propias pequeñas vanidades.
Ouspensky: