Había una vez pequeño niño negro que siempre que iba al colegio pasaba por delante de un puesto ambulante de golosinas y globos.
Solía quedarse mirando los globos al pasar, hasta que un día se decidió a preguntarle al globero:
-¿no tiene usted ningún globo negro?
El gobero lo miró con ternura y le contestó:
– ¡es cierto!. No tengo ningún globo negro aquí. Pero no te preocupes porque mañana mismo traeré un globo negro para ti.
Al día siguiente el niño volvió a pasar por allí y el globero lo llamó:
– ¡Ven, bonito!. Aquí tienes el globo negro que te prometí ayer, te lo regalo.
El niño cogió el hilo del globo, agradeció el regalo y miró un rato el globo.
Después de mirar el globo unos momentos, el niño lo soltó y miró como subía y se alejaba en el cielo.
El globero muy extrañado le preguntó:
– ¿Pero porqué lo sueltas? ¿No querías un globo negro? ¿Por qué lo dejas escapar ahora que lo habías conseguido?
– “Quería saber si subía como los demás”. Le contestó el niño.
A lo que el globero explicó:
– “¡Cariño! Los globos, al igual que las personas; no suben por el color que tienen, sino por lo que llevan dentro”.