Erase de verano, cuando una familia de puercos espines vinieron a la selva para vivir allí. El tiempo era magnífico, hacía calor y todo el día los erizos se divertían bajo los árboles del bosque cazando moscas, mariposas y todo tipo de insectos para alimentarse abundantemente.
Un día vieron una hoja amarilla que se caía. Había llegado el otoño. Jugaron con las hojas que en gran cantidad caían de los árboles y de noche se refugiaban bajo un colchón de aquellas hojas para dormir, porque ya hacía frío.
Cada vez hacía más frío. En el río ya comenzaron a aparecer témpanos de hielo y llegó la nieve. Todas las hojas quedaron bajo un colchón de nieve. Los erizos temblaban de frío todo el día y de noche no podían cerrar los ojos. Decidieron excavar una cueva bajo tierra para refugiarse.
Así que una noche decidieron entrar para dormir juntos acercándose el uno al otro bien apretados para calentarse y dormir. Pero, al acercarse, sin querer se pinchaban entre sí con sus agudas púas. Entonces tenían que salir afuera. Pero al frío era tan insoportable que de nuevo tenían que volver para calentarse entre sí. Y otra vez, se herían y no podían calentarse. Finalmente, para poder estar cerca sin sufrir, decidieron retirar lo más posible sus púas y con mucha atención lograron encontrar la justa posición. El viento frío soplaba con fuerza, pero ahora podían dormir todos juntos.
Aunque no es exacto que los puerco espines se pinchen unos con otros al estar juntos, la moraleja de la parábola es muy válida porque a menudo, con nuestros carácter, somos causa de sufrimiento para los demás. No nos damos cuenta, muchas veces, que hacemos sufrir a los que viven a nuestro lado.
Hay que tener mucho cuidado para atenuar nuestras asperezas y poder convivir soportándonos