De la Resistencia a la Aceptación 5/5 (2)

Tratar de atacar o destruir al ego de manera directa no tiene sentido alguno, ya que el protagonista de ese supuesto ataque no puede ser otro que el propio ego, con lo que, por esta vía, en lugar de sustraerle energía, lo fortalecemos todavía más.

Lo único que está en nuestras manos para debilitar el poder del ego es promover el fortalecimiento de la conciencia. “Debilitar” no es, quizá, la palabra más adecuada para describir lo que sucede. Sería más exacto decir “poner al ego en su lugar”. El ego, al menos una parte de él, va a seguir desempeñando un papel considerable mientras vivamos, realizando funciones básicas de cuidado y defensa del cuerpo. Lo que se ha de poner de manifiesto es la desproporcionada importancia que ha tenido en nuestras vidas hasta este momento.

Si nos hacemos conscientes, instante tras instante, de la función que cumple el ego, vamos cayendo en la cuenta de cuán absurdo resulta identificarnos con él, y a partir de ahí, comienza a perder fuerza y, sobre todo, territorio y zona de influencia. Al apercibirnos de la interdependencia existente entre todas las cosas, descubrimos que la supuesta autonomía del ego es un espejismo y, de manera espontánea, cada vez nos resulta más difícil (al final, imposible) identificarnos con algo tan ilusorio, tan voluble y transitorio. Así, sucede que el renacer en la Conciencia va acompañado de una disminución proporcional en la identificación con el ego.

Con el tiempo, se nos va haciendo evidente que el ego, en su ignorancia, estaba oponiéndose a la Totalidad, ofreciéndole resistencia… Comprender esta situación revela el sinsentido que supone que el fantasma del ego pretenda llevarle la contraria a Lo-Que-Es, a la Totalidad. Si este entendimiento se produce en toda su profundidad, se vislumbra que la resistencia del ego carece de todo fundamento y entonces se derrumba por su propio peso, sin que tengamos que hacer esfuerzo alguno para derribarlo.

Esta vía, a la que podríamos llamar la senda de la comprensión, es uno de los caminos que nos puede conducir a aceptar la realidad.

La aceptación conlleva el reconocimiento incondicional de la realidad tal cual es, e implica la ausencia de toda resistencia propia (egoica) ante “Lo-Que-Es”. Es decir, que la voluntad del ego (que anhela “lo-que-debería-ser”) se rinde ante la voluntad de la Totalidad, que es “Lo-Que-Es”. No hay forma más precisa y sencilla de expresarlo que con las palabras que pronunció Jesucristo en el Monte de los Olivos, después de la última cena:

Padre mío, si es de tu agrado, aleja de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Es decir, no se haga la voluntad de mi pequeño ego, sino la voluntad de la Totalidad, de la Conciencia. De hecho, una comprensión más radical de la situación, nos lleva aún mucho más lejos. Lo que la comprensión profunda de la realidad nos revela es que el “mi” o el “yo” de esa “mi voluntad” carece de entidad propia. Mi voluntad es irrelevante, pero no porque sea buena o mala, poderosa o endeble, correcta o incorrecta, sino, simplemente, porque el supuesto sujeto de dicha voluntad (el “mi” de “mi voluntad”) es una entelequia inexistente. Como dice Ramesh Balsekar:

¿Cuál es el fundamento final de la aceptación y de la rendición? Que no hay realmente ningún “yo” que pueda hacer nada. No hay, en realidad, ningún “yo” verdadero.

Conviene tener presente que, desde el punto de vista psicológico, la clave se encuentra en la actitud de no resistencia (que es lo que puede resultar más difícil, según qué casos). Hay ciertas pérdidas imposibles de aceptar, al menos en los momentos iniciales. Si no podemos aceptar la pérdida en sí (“Lo-Que-Es”), comencemos aceptando nuestra reacción emocional ante ella, el dolor que nos produce. Y esa aceptación del dolor será el germen del cambio emocional que, con el tiempo, experimentaremos. (Un tiempo posiblemente bastante largo).

Desde luego, no en todos los casos sucede así. No es infrecuente que tras una gran desgracia, el sujeto experimente, de manera muy rápida, el alivio de la transformación de la conciencia. En este supuesto, el vuelco se produce instantáneamente en respuesta al impacto abrumador de la pérdida. Una vez se ha comprendido la dimensión del infortunio, hay como un desmoronamiento repentino del “ego”, una rendición total, que hace que ese ser humano se encuentre súbitamente liberado de la pesada carga que el minúsculo ego suele suponer. Y entonces experimenta, con una rapidez que maravilla a los que lo contemplan, un alivio y una paz indescriptibles: es “la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento”.

Y es que la aceptación implica la desaparición del conflicto que el ego mantenía con la realidad. El resultado es que, lo que parece ser una claudicación, acaba convirtiéndose en fuente de energía. La resistencia había ocasionado un bloqueo y, cuando cesa, la energía fluye de nuevo libremente. La resistencia era como un cuerpo extraño atascado en el cauce del río de la vida. Una vez extraído el cuerpo extraño, la vida puede volver a seguir sin trabas su curso natural.

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