La mentira más común es aquella con la que una persona se engaña a sí misma.
Engañar a los demás es un defecto relativamente vano.
Friedrich Nietzsche
Escuchas por primera vez este planteamiento de Pablo Veloso sobre el engaño y sientes que ha dicho muchas cosas importantes que no has terminado de capturar. Lo escuchas una segunda vez y te das cuenta, entonces si, que aquello que dice, aunque no me guste es cierto.
Este texto por el mismo autor está asociado al tema del engaño.
Engaño es una palabra cargada de connotaciones desagradables. A nadie le gusta que lo engañen. No es algo que siente demasiado bien. Está el engaño amoroso, el engaño comercial, el engaño político; y, lo que todos ellos comparten, es la presencia de una víctima que, aparentemente pierde algo valioso para ella, y de un victimario que se sale con la suya, ganando algo de valor para él .
Sin embargo el engaño ha acompañado al ser humano desde sus inicios. El ser humano engaña, pero también existe el engaño en la naturaleza. Las flores engañan a las abejas para reproducirse, las mariposas engañan a los depredadores con sus manchas que asemejan grandes y temibles ojos, o los animales que se mimetizan con su entorno, sea para sorprender a su presa, o para huir de su depredador.
Nosotros somos, se supone, el pináculo de la evolución, por lo que, se entiende, hemos refinado el arte del engaño hasta límites inusitados.
Pero, visto lo anterior, podemos preguntarnos: -¿cuál es la utilidad biológica del engaño?, -¿es el engaño realmente algo malo?, -¿podemos vivir sin él?
Vamos a ver, ¿qué es engañar? Bueno… aparentar, fingir, mostrar algo que no está, o por lo menos no del todo, u ocultar a medias o del todo algo.
Nuestra vida cotidiana, se encuentra plagada de engaños continuos. Por ejemplo, vamos por la calle y nos encontramos con una amiga, la cual acaba de cortarse el pelo. Ella nos saluda y nos pregunta: -¿qué tal me sienta mi nuevo corte? ¿Que respondemos? , -¡pues te sienta de maravillas!.
El engaño no solo favorece, sino que mantiene el intercambio social. Pero vayamos más lejos. Nosotros nos engañamos a nosotros mismos cada día. ¿Cómo? Cada mañana nos levantamos de la cama, haciéndonos la promesa infundada de que ese día va a ser un gran día, o que por lo menos no se nos caerá un piano en la cabeza. ¿Cómo lo sabemos?, no lo sabemos, nos lo inventamos para motivarnos a vivir ese nuevo día, y, así mantenernos engañados deliberadamente en toda ocasión. -Esta es la mujer de mi vida, ó -éste es el coche de mis sueños, cuando lo compre, seré feliz, ó -sólo probaré un trocito de tarta… El engaño nos mantiene vivos. Y, si nos engañamos a nosotros mismos, ¿cómo no habríamos de engañar a los demás?. Así llegamos a la conclusión de que el engaño es inevitable, y, no solo eso, sino que… ¡nos gusta!
Si, el engaño nos fascina. ¿nunca te ha pasado que, al ir a una tienda a comprar, notas que el vendedor te está engañando de cuajo, y, que a la vez, para tu sorpresa, notas que esa puesta en escena del vendedor…te encanta?. Quieres seguir allí, escuchando, riendo, aunque sabes que te está engañando. ¿Sabes por qué?, pues porque la única forma de sentir que existen otros (y que, por lo tanto existimos nosotros) en el mundo, consiste en constatar que actúan independientemente de nuestra voluntad. Así, cuando alguien hace algo imprevisto, sabemos que “está allí”, y, junto con ello viene la sensación de que “y yo estoy aquí”, lo cual nos aporta el tan ansiado placer de existir.
El engaño es pretensión, tal como un actor pretende que es cierto personaje. Cuanto con mayor destreza te distraiga con lo obvio, tanto mayor será la sorpresa cuando surja lo ob-sceno (fuera de la escena). Así nos volvemos ávidos consumidores de películas, libros, magos, cómicos, relaciones, en las que buscamos la sorpresa, con una desesperación proporcional a la falta de imprevistos que nuestra vida muestre. Por ello, la gente acomodada y rutinaria, necesita mayores sorpresas.
Me explico. Si mi novia se comporta de una manera que yo puedo anticipar en sus más mínimos detalles, esa novia soy yo, porque yo puedo, casi, anticipar-me en los más mínimos detalles. Por lo tanto, en mi fuero interno, yo deseo que esa novia me sorprenda haciendo algo que yo no habría podido prever, que me asombre, para bien o para mal, pero que lo haga, es decir… ¡que me engañe!
Si señores, quiero ser engañado, aunque me duela, aunque sufra. Cuando mi novia es completamente previsible, es un objeto que puedo controlar, como una muñeca hinchable. ¿Por qué no noviamos con muñecas hinchables?, porque no nos sorprenden.
Vemos una película previsible, cuya trama es bastante clara, y no nos satisface, puede que hasta dejemos el cine en medio de ella. Pero si la trama es enrevesada, compleja, con bucles que hacen que nos perdamos en nuestra capacidad de anticipar eventos, cuando ocurra algo, saltaremos de la silla de sorpresa, y, ésa es, justamente, la sensación que buscamos en la vida. Toda la vida podría resumirse así: la sorpresa es la vida.
Esa es la razón por la cual la meditación es monótona y falta de sorpresas, porque disuelve la sensación de ser algo ó alguien.
El Despertar Místico es atenuar los engaños, disolver-nos, pero la Iluminación es, olvidar un poco eso mismo que se vió y vivir disfrutando del engaño.
Los hindúes dicen que hay dos Mayas (ilusión cósmica). Maha Maya, la ilusión dolorosa del no despierto, y, Vidya Maya, la ilusión con sabiduría del iluminado. La primera se asemeja a ver una película tomándola completamente en serio, la segunda consiste en tomarla sólo un poco en serio.
¿Cuál es el juego que jugamos con los niños pequeños?. Nos tapamos la cara con un libro (o algo por el estilo), y le decimos: -¿dónde está?, y el niño busca con la mirada. Enseguida descubrimos nuestro rostro y exclamamos: -¡Aquí está!, y el niño salta de placer, riendo a carcajadas. Es la base del Yin y el Yang, lo lleno y lo vacío. Cuando alguien nos sale con un martes trece, saltamos como el bebé, con la alegría oculta de poder recordar que estamos vivos.
Si estamos jugando una partida de ajedrez, y, en cierto momento, se hace evidente el resultado, abandonamos la partida y comenzamos otra nueva. No toleramos lo previsible.
Así, cuando algo en la vida se muestra previsible, y, no podemos abandonar la “partida”. ¿Qué hacemos?. Pues presionamos un botón rojo que posee la inscripción: imprevisible.
Pero, ¿cómo se hace eso?, bueno, empujando los eventos hacia su colapso, metiéndonos en líos, de forma que, aunque los primeros resultados son, obviamente previsibles, los siguientes no lo son. Por ejemplo, echamos a rodar una habladuría, o dejamos algo sin hacer, o hacemos algo peligroso. A escala mayor, es el conflicto armado, la guerra. Todo ello garantiza la sorpresa.
Por todo ello, la próxima vez que te sientas engañado, sabe que es lo único que siempre has querido en la vida… y disfrútalo!!!
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