Un rey oyó hablar de un pretendido hombre santo que aseguraba tener poderes excepcionales. Harto ya de esos farsantes, mandó llamar a palacio a aquel individuo.
-Demuestra ahora, y aquí mismo, esos poderes de los que alardeas, o de lo contrario mandaré que te ejecuten en el acto -amenazó el rey.
-Señor -clamó aquel hombre-, ahora mismo tengo grandes visiones de seres angelicales en los cielos y de terribles criaturas en los infiernos.
-¿Cómo es posible que puedas ver nada más allá de estos espesos muros? -preguntó el rey en el límite de su paciencia.
-Majestad, sólo se necesita miedo -respondió el pobre hombre.