Un hombre que se hacía pasar por santo fue requerido para realizar un milagro. Naturalmente, el milagro no se produjo, así que el pretendido santón decidió que lo mejor era marcharse de allí cuanto antes.
Viendo este comportamiento, los presentes se dirigieron a él increpándolo:
-Vaya santo que eres, no sólo no haces milagros como afirmabas, sino que además te vas sin dar ninguna explicación.
-Eso no es así -respondió el aludido-, los santos no somos ni orgullosos ni obstinados. Si el milagro no sale a la primera, yo acepto humildemente los dictados del cielo y no me obstino en realizarlo de nuevo.
Y aunque parezca increíble, aquel farsante continuó conservando intacta ante los demás su pretendida condición de santo.