Krishnamurti decía: “La Verdad es una tierra sin caminos”. San Francisco de Asís enseñaba que hacia Dios no hay senderos, hay un abismo: o se salta o no se salta. Otras enseñanzas nos hablan de que el hombre debe convertirse en el sendero mismo. Tal vez todo esto sea porque “El Reino de los Cielos está dentro de vosotros”; o porque “Dioses sois y los habéis olvidado”, o también porque “Tú eres Dios en esencia”. Todas estas sentencias apuntan a una sola realidad: nos dan a entender que no hay que buscar nada, simplemente hay que realizar. Realizar: tomar real lo que momentáneamente es una posibilidad. Y esto no es una cuestión de espacio ni de tiempo; por el contrario, es la supresión de la ilusión de los mismos.
Sin embargo, un sin número de nosotros somos seres sepultados en la fantasmagoría espaciotemporal; por lo tanto las nociones de medios y fines, de causa y efecto, “de ahora y después” constituyen realidades de las cuales nos resulta de suma dificultad evadimos. Por otro lado. dichas realidades son naturales condiciones de lo material y sensible que corresponden a los estados concienciales en que gran parte de la humanidad vivimos.
Y como lo único que conocemos por experiencia cotidiana es esta dimensión espacio-temporal, cometemos el frecuente error de concebir y definir lo Atemporal y Eterno utilizando las estructuras temporales en que se halla apresada la conciencia;
ya el buen Kant nos había alertado sobre ello. Por lo tanto, dadas estas condiciones existenciales, planteamos el desarrollo humano como un proceso, como un sendero que hay que recorrer; y los tesoros de Sabiduría que las Encamaciones Divinas nos han dejado las asumimos como un transcurrir en el tiempo.
Siendo así, aquellos que por razones muchas veces no del todo claras comienzan a sentir la necesidad de dejar de “caminar por la vida”, comienzan a buscar un sendero de realización. No es lo mismo “caminar” que “transitar por un sendero”. Aryeh Kaplan en su comentario al Sefer Yetzirah analiza la diferencia entre las palabras hebreas Derekh y Nativ; dice: “Tal como el Zohar1 establece, hay sin embargo una importante diferencia entre ambas acepciones. Una Derekh es una carretera pública, una ruta usada por todo el mundo. Una Nativ, en cambio, es una ruta personal, un sendero abierto por el individuo para su propio uso. Es un sendero oculto, sin mojones ni señalizaciones, que uno tiene que descubrir por sí mismo y hallar por propios medios.”
Sin embargo los Maestros de la humanidad nos han dejado pautas que en su conjunto: dentro del lenguaje filosófico, se le da el nombre de Ética.
Las enseñanzas éticas son modelos o patrones de comportamiento que todo individuo debe tener en cuenta ajustando su acción -es decir, su vivir- a las mismas.
No debemos considerarlas como “recetas” para lograr algo si no como actitudes de vida que deben desarrollarse para la purificación de la mente y el corazón.
Por lo tanto las enseñanzas éticas no tienen un fin en sí mismas, son medios necesarios que llevan al alma humana ” … desde la oscuridad a la Luz, de la ignorancia al Recto Conocimiento, de la muerte a la Inmortalidad”.
Los fundamentos filosóficos de toda doctrina ética descansan en la inteligencia de la interacción de todas las criaturas de la creación basada en el principio universal de armonía. Si nos asomamos ecuánimemente a la percepción de todos los seres creados -desde una galaxia hasta una brizna de hierba- notaremos que cada ente desarrolla su vivir siguiendo determinadas leyes naturales que corresponden a su propio nivel evolutivo. Nada en la naturaleza es anárquico o caprichoso: los árboles frutales brindan sus productos en determinadas épocas y no en otras, los planetas recorren sus órbitas en periodos establecidos, etc. El que cada ente de la creación se desarrolle de acuerdo a la modalidad de la ley que le es propia hace que el universo en su conjunto sea un cosmos, es decir, un sistema armónico; por eso es bello, dado que la belleza sólo puede manifestarse en medios de armonía.
Desde ya que los seres humanos que poblamos este planeta nos hallamos incluidos en este sistema armónico. Sin embargo somos los únicos entes que, misteriosamente, tenemos la facultad de poder vivir tergiversando dichas leyes armónicas; la consecuencia de ello son los desequilibrios ecológicos que ocasionamos en el ecosistema planetario y que repercuten en nosotros mismos causando innumerables problemas físicos y psicológicos. Esta situación vital anómala hace que para compensar el estado de desequilibrio psicológico que nos angustia recurramos a lo que se da en llamar “un mayor contacto con la naturaleza”. Si bien en sí mismo esto es saludable, lo que frecuentemente se consigue con ello es sólo un alivio a las tensiones, dejando la causa del problema sin resolver. Y tal causa radica en nosotros mismos.
Si pudiéramos comprender que reestablecer la armonía con la naturaleza debe comenzar por el trabajo de armonizar nuestro mundo interior estaríamos bien encaminados hacia el logro de toda meta humana: ser verdaderamente felices.
La reflexión que debemos hacer es: si todos los entes naturales viven regidos por leyes naturales amoldadas a su propio estadio evolutivo -y esto hace que el universo sea un sistema armónico y bello- ¿cuál será la modalidad de la ley natural -que en última instancia es ley divina- que debe regir la vida de los seres humanos para que los mismos establezcan una relación de comunión vital con los demás seres y, en última instancia, con La Divinidad? La respuesta a esta pregunta constituye la base filosófica de toda doctrina ética. El sabio Confucio enseñaba: “Si yo estoy mal, mi familia, mi pueblo, mi país y el mundo entero están mal; si yo estoy bien, mi familia, mi pueblo, mi país y el mundo entero está bien”.
La primera fundamental enseñanza que nos dejaron las Encamaciones Divinas y los Maestros de la humanidad se refieren a educar a la criatura humana para el descubrimiento en sí misma de tales leyes que versan sobre el correcto comportamiento humano en relación consigo mismo, con los demás seres de la creación y con Dios. Esta enseñanza se resume en aprender a vivir en el Amor.
Carlos Polyga para la revista Hastinapura nº4