Lo paradójico es que, aunque la búsqueda metafísica consista en deshacerse de Mâyâ (etimológicamente, “lo que no es”), el propio deseo de escapar de ella es Mâyâ misma. Si uno comprende que está viviendo un sueño que se llama “vigilia” o “mundo” y que la búsqueda forma parte de ese sueño, entonces deja de buscar salidas o, al menos, acaba con la angustia de la búsqueda.
La idea misma de ir más allá del sueño es ilusoria porque forma parte del sueño
Sri Nisargadatta afirmaba que el problema no reside en saber que se está soñando, sino en que nos agradan unas partes del sueño y rechazamos otras…. nos empeñamos en resistir y combatir esas partes del sueño e, incluso, nos embarcamos en cruzadas para mejorar este sueño que llamamos mundo sin plantearnos que tal vez no es el universo el que necesita mejorar, sino solo nuestro modo de mirar (AC, p. 51).
Si el conocimiento de todo lo que vemos es tan falso como un espejismo (Mâyâ), por que tiene como causa y consecuencia la dualidad, se deduce de ello que el conocimiento verdadero es el no dual, es decir, el conocimiento de Sí Mismo. Este auto-conocimiento tiene un sabor y aroma especiales que lo distingue de otras supuestas formas de conocimiento indirecto o mediato, pues no se basa en el paradigma usual y sulbalterno de un conocedor (mente), un objeto conocido y el acto de conocer (pensamiento). Por el contrario, el conocimiento no dual es directo e inmediato porque, siendo el sujeto su objeto de conocimiento, prescinde del pensamiento para situarse en otro dominio del Ser.
Unos lo llaman nous, otros intelecto puro, otros atención o auto-consciencia, otros “Yo soy”… Sea como fuere, es un estado, todo lo superior o trascendente que se quiera, pero, al fin y al cabo, un estado más.
Llegados a este punto, nuevamente hay que dejar constancia del pánico, por no decir, horror, que el buscador occidental siente cuando se habla de rebasar, sublimar o “aniquilar” la mente. Está tan identificado a la mente y a los pensamientos que le resulta extraordinariamente difícil entender que ella es solo una herramienta más entre otras.
Generalmente entiende como progreso espiritual algo así como la potenciación de la mente y el desarrollo de sus poderes parapsicológicos y mentales. En coherencia con tal equívoco, se embarca en una frenética carrera por acumular lecturas y experiencias de lo “transcendente” que le proporcionen la suficiente “autoridad” intelectual.
Ante este tipo de actitudes generalizadas de búsqueda de conocimiento se recomienda la autocrítica más feroz. Primeramente debe averiguarse si lo que se está buscando es un conocimiento que, siendo aceptable para la mente, pueda ser objeto de apropiación y exhibición ante los demás para que reconozcan su superioridad. En tal caso, ha de comprender que esa clase de conoci- miento no consiste más que en repetir lo que previamente se ha leído o escuchado y que la mera erudición solo llenará la mente de innumerables conceptos que reforzarán la vanidad.
Por el contrario, en el ámbito metafísico, no se trata de conocer sino de ser, no se trata de potenciar la mente, sino de trascenderla para que no obstaculice otro instrumento que se considera superior; la consciencia.
Entiéndase bien, para el Advaita, la erudición en sí misma no afecta a la Vía metafísica si se pone al servicio de la búsqueda de la Verdad. No lo es si conduce al deseo de ser admirado, si alimenta el espejismo de la dualidad, es decir, el hecho de suponer que hay un “alguien”, una identidad individual, que “conoce” o “sabe” y otros que “no saben”.
Por tanto, el progreso en la Vía Advaita no consiste en acumular conocimientos y experiencias sino, por el contrario, en desapegarse o desprenderse de todo aquello que se considera una adherencia extraña a la verdadera naturaleza del Ser (Espíritu, Sí Mismo, Âtmân).
Y hay que advertir que, para el Vedanta Advaita, el organismo que usualmente creemos que somos, es decir, el cuerpo-mente, no es más que una adherencia momentánea y pasajera que no es el Sí Mismo. Cada organismo cuerpo-mente posee unos condicionamientos latentes que han de ser conocidos, reconducidos y, finalmente, sublimados. En la India tales condicionamientos o latencias psicomentales son denominados samskâras o vàsanâs, “impregnaciones” o “residuos” que, como hoy diríamos, tienen su origen en la “memoria genética” y en el entorno cultural. En tanto que nuestros vasanas o deseos latentes no estén debilitados, el organismo cuerpo-mente continuará errante y disperso.
Prologo libro: Historia de la meditación no dual