Nuestra concepción del tiempo es cuantitativa; creemos que el tiempo es la medida de la realidad de manera que suponemos que cuanto más dure o permanezca una cosa, más real será. Y cuando el objeto es inestable, al proyectar nuestros sentimientos o expectativas sobre él, una parte de nosotros parece morir tras la desaparición de los objetos.
Lo cierto es que el universo y todo aquello que esté sometido al devenir no puede ser real. Si fuera real, es decir, si fuera inmutable, quedaría perfecto e idéntico a sí mismo y en ese mismo instante el tiempo se detendría y el universo desaparecería.
Yo no consisto en tiempo. Nuestra Naturaleza Real no consiste en tiempo. Si formásemos parte del devenir temporal no podríamos advertir su movimiento aparente de la misma manera que no advertimos el veloz movimiento de un avión o vehículo si estamos en su interior. Eso significa que si somos conscientes del devenir es porque el observador no forma parte del tiempo. Es decir, el tiempo es un estado de la existencia, está siendo sostenido, presenciado o experimentado por alguien. Desde el punto de vista físico o fenoménico parece que somos tiempo, que hemos nacido y que moriremos. Pero metafísicamente, es decir, en cuanto Ser, no somos pasado ni futuro porque no estamos sujetos a condicionamientos temporales ni espaciales. Somos una pura temporalidad que se expresa en el Ahora siempre presente.
No existe el pasado sino el recuerdo desde el presente.
El pasado no existe como sucesión de acontecimientos que queden registrados y petrificados en algún lugar. Es solo una construcción teórica que carece de existencia autónoma, es decir, que necesita de alguien que lo recuerde. Solo existe como acumulación de impresiones diversas registradas en la memoria. En efecto, el pasado es solo una modalidad de pensamiento que denominamos recuerdo, es decir, memoria.
Los recuerdos, en cuanto biografía personal, son pensamientos en los que he consignado experiencias que básicamente consisten en deseos (recuerdos del placer) y temores (recuerdos del sufrimiento).
Los hechos del pasado no quedan archivados en algún lugar, ni siquiera en el cerebro humano, siguiendo un orden cronológico. Es la mente la que al evocarlos desde el ahora, ordena secuencialmente los recuerdos confiriéndoles un determinado sentido. La continuidad es, por tanto, otra ficción creada por la memoria.
Por eso, toda sucesión de acontecimientos es solo una selección arbitraria y fragmentaria de pensamientos con los que la mente construye una cadena aparentemente lógica de recuerdos a los que atribuye una causalidad. El tiempo es secuencial, la intemporalidad es simultánea. Balsekar explicaba esto con el ejemplo de los miles de fotogramas de una descomunal película expuestos sobre una gran pared de cientos de metros de alto por cientos de metros de largo. Mientras que la consciencia pura puede presenciar en su justa perspectiva todos los fotogramas simultáneamente percibiendo su unidad esencial, la mente especulativa necesita acercarse a la pared para ver los fotogramas de manera que, incapaz de percibirlos todos, irá imaginando y recreando secuencias o historias a las que atribuirá una conexión temporal o un argumento lógico en función de los recorridos visuales efectuados sobre los diversos fotogramas. Pero ese sentido o nexo causal es puramente ficticio o arbitrario porque está solo en la mente del observador.
Para el individuo, los recuerdos personales que constituyen su pequeña historia, le confieren una falsa sensación de continuidad. Así, el pasado nos proporciona la sensación de identidad y el futuro nos da la esperanza de una realización personal.
Pero en rigor, no existimos en el pasado, solo existimos en el ahora, de modo que es la memoria la que configura la personalidad del individuo. O dicho en otros términos, sin memoria del pasado y sin expectativas en el futuro, el individuo se anonada, porque el “yo” lo es en la medida en que tiene pasado y futuro. Fuera del ámbito temporal ordinario, la sensación de identidad queda suspendida.
En definitiva, el sentido del “yo” no puede permanecer en el “ahora” porque en el presente no hay sentido de apropiación de recuerdos ni de expectativas.
Cuando los recuerdos se colectivizan o socializan, los llamamos Historia general, historia local, historias de todo tipo. Tales Historias, no son más una hilazón subjetiva de determinados acontecimientos. Incluso los llamados restos o documentos de valor arqueológico, lo son en la medida en que los pensamos y valoramos en el ahora, es decir, los interpretamos y utilizamos con las categorías mentales e ideológicas del presente. El pasado es una construcción artificial efectuada desde el presente. Toda Historia es siempre presentista.
No existe el futuro sino las expectativas desde el presente.
El pensamiento solo puede nacer y desplegarse en el tiempo. Su actividad principal consiste en imaginar proyectos, plantearse objetivos. Su esencia es el mañana. Despliega su estrategia y actividad esperando obtener resultados en el mañana. Sin embargo, el futuro es un presente imaginado. El futuro es un pensamiento por el que una persona orienta las actividades o expectativas realizadas en el ahora esperando obtener un resultado. Pero el futuro no existe más que en la mente porque cuando ese supuesto futuro llega, siempre será ahora. De hecho, buena parte de las frustraciones del hombre actual se debe a su obsesión por evitar vivir el presente y mantener la mente preocupada en un futuro imagina- do, es decir, viviendo con la esperanza de obtener resultados mañana. Ese es precisamente un terreno fértil para el ego, porque los objetivos y las metas necesitan tiempo para ser realizados y dan la oportunidad a la mente especulativa para diseñar sus planes, disfrutar con los proyectos, el desarrollo en la ejecución y obtener satisfacciones tras su consecución. Sin embargo, el concepto “futuro” es solo una estrategia de reafirmación de la mente para evitar afrontar el presente porque sabe que allí ha de ceder el control a la consciencia pura.
Sabe que los deseos, las expectativas, los proyectos, etc. no pueden sobrevivir en el presente porque necesitan tiempo para ser realizados.
De esta manera, muchas personas viven autosugestionadas por una continua expectativa con la idea de mejorar en el futuro. Pero ese futuro imaginado nunca llega, nunca es suficiente o nunca permanece porque es un mero concepto inventado por la mente tan imposible de alcanzar como el horizonte. Nadie ha alcanzado jamás el horizonte de modo que, entre proyectos y esperanzas, la vida parece dar la espalda y se escabulle una y otra vez.
En definitiva, el pasado es un recuerdo “ahora”, es una experiencia que tiene lugar porque es evocada en el presente para proporcionarnos un sentido de identidad frente al resto del mundo. Y el futuro es también un pensamiento surgido en el “ahora” sobre un presente que todavía no ha “llegado” en el que depositamos incesantemente nuestra esperanza de obtener felicidad. De esta manera, como el futuro nunca llega (porque la mente necesita de la idea “futuro” para sobrevivir), nunca alcanzará su felicidad.
¿Qué es el ahora?
“El Ahora es el momento favorable” (San Pablo, II Cor. 6,2). El tiempo se experimenta como pasado o como futuro porque la mente especulativa se identifica con los pensamientos (recuerdos y expectativas) del personaje imaginado que trata de buscar utilidad, placer o sentido en los objetos externos. Por el contrario, cuando la mente se sitúa en el presente y atiende a sí misma, es decir, cuando hay consciencia de que es consciente o, dicho en otros términos, cuando se da cuenta de que está pensando, y lo hace con intensidad sostenida, deviene consciencia pura.
Precisamente uno de los mayores descubrimientos o revelaciones en historia de la espiritualidad es la comprensión de que el “ego” no puede sobrevivir en el ahora. El presente anula el sentido de apropiación.
En tal estado de consciencia que atiende a sí misma, al cortarse el flujo de los pensamientos, el ego queda sin alimento ni fronteras a las que referir experiencias; no hay un “yo” que pueda apropiarse de nada. Al no haber identificación con los pensamientos, no hay tampoco apego al pasado bajo la forma de recuerdos, ni sentido del futuro bajo la forma de expectativas. Queda una consciencia limpia y natural, una visión que presencia las cosas sin proyectar sobre ellas los deseos y ambiciones del ego. En definitiva, cuando no hay sentido de apropiación de las cosas, el tiempo es abolido y cesan las secuencias de continuidad por las que la mente se identifica o construye su personaje. Cuando la mente acaparadora está ausente, es decir, cuando dejamos de identificarnos con el flujo de los pensamientos, accedemos a una forma de atemporalidad. Por eso se ha dicho que el Ahora es una puerta a la eternidad. Pero la eternidad, más que como una magnitud cronológica, o sea, una duración temporal indefinida o ilimitada, hay que entenderla como una condición intemporal. El verdadero “Ahora” no es un instante en el tiempo sino una puerta de acceso al Ser inmutable no condicionado por el tiempo. Por eso, para el Advaita, la verdadera inmortalidad no es la vida eterna, sino la realización de que no se ha nacido jamás, pues solo lo que no ha nacido jamás no puede morir nunca.
¿Qué no es el Ahora? “El ahora que fluye constituye el tiempo, el Ahora que permanece constituye la eternidad” (Boecio, De Trinitate). La naturaleza dual de la mente ha dividido imaginariamente el tiempo en dos direcciones opuestas; el pasado y el presente. Pero también ha imaginado lo opuesto al propio tiempo; el presente eterno. Y en la medida en que se conciba o imagine. El concepto de eteternidad (lo que ha tenido nacimiento pero no tendrá muerte) referida al alma es una manera forzada de conciliar la teología con la metafísica.
Ese presente eterno, se lo convierte automáticamente en otro constructo mental más, un pensamiento. Es decir, al concebir el presente como una idea, lo introducimos en el pasado, y deja de ser ahora. Por tanto, estamos ante una de las maniobras más suti les de la mente para seguir acaparando experiencias y mantener el control sobre el personaje que cree representar. Al advertir que en el Ahora no hay un “yo” que se apropie de las experiencias, la mente diseña un modelo subalterno de presente en el que se imagina conceptos grandilocuentes como “no-mente”, “disolución del ego”, “Paraíso”, “realización personal”, etc. que le sirvan de sucedáneos.
Pero no es lo mismo pensar en el Ahora, que Ser en el Ahora, pues solo así no hay apropiación de pensamientos. No se trata de un Ahora pensado sino de un Ahora sin pensamiento.
Por otra parte, el presente es una puerta a la Realidad, pero no es un medio para conseguir un fin. Cometeríamos un error si convirtiéramos el presente en otro objeto mental más, es decir, en una etapa cronológica dentro de una secuencia temporal que debe concluir en la futura realización de un individuo. En tal caso, el “ahora” no sería más que un mero pensamiento creado para satis- facer al ego. Hay que tener muy claro que en el Ahora no hay sentido de apropiación. Si hay expectativas, objetivos, deseos… hay “ego”. Y si hay “ego”, no hay Ahora. No hay que confundir el presente con sus contenidos; no hay que confundir la visión con los objetos presenciados de la misma manera que no hay que confundir los fotogramas de la descomunal película con la pantalla.
El tiempo es ego.
Mente y tiempo son inseparables porque la acción de conocer implica un movimiento mental, es decir, el desplazamiento del pensamiento a través del tiempo. El pensamiento necesita despla- zarse en el tiempo para desplegarse. A efectos meramente ilustrativos, Sri Ramesh Balsekar distinguía entre la mente funcional o especulativa que se mueve en un tiempo productivo o racional (en el sentido de que sólo analiza en busca de su “ración”) y la mente operativa que se mueve en un tiempo inerte.
La mente acaparadora o especulativa, el “yo” egoísta no puede permanecer en el presente. Necesita el tiempo (es decir, el pasado y el futuro) para moverse a apropiarse de objetos.
En el presente hay consciencia individual, pero no hay sentido de apropiación porque la mente no dispone de espacio-tiempo suficiente para identificarse con los objetos. O dicho en otros términos, si se estrecha la franja temporal de la consciencia, el “ego” se debilita y acaba por fenecer.
La mente especulativa se mueve en un tiempo productivo en el que toda acción busca un resultado cuyos beneficios han de ser aprovechados. Dos son los elementos característicos de la mente especulativa; hay sensación del devenir del tiempo y hay sentido de apropiación de los objetos. Así, el pensamiento “yo” se afana en acumular objetos, diseñar proyectos, alcanzar objetivos que le reporten una felicidad estable. Pero como los objetos son mudables, el placer que proporcionan es efímero, lo que provoca en la mente un ansia insaciable por acaparar objetos. Así, esa huida hacia delante no hará más que producirle emociones negativas, pues si cree que va ganando la carrera aumentará su ambición, arrogancia, orgullo y vanidad, pero si cree que va perdiendo se verá preso de la envidia, la angustia y la frustración.
Por el contrario, la mente operativa actúa desde el Ahora, lo que significa que cuando evoca recuerdos o imagina situaciones futuras o se plantea proyectos, lo hace sin sentido de apropiación. La mente operativa trata las situaciones sin componente pasional añadido; observa los acontecimientos como meros sucesos y no como problemas. No se atormenta estudiando los pros y los con- tras, ni se angustia por los resultados antes incluso de emprender la acción. En suma, la mente operativa no se pre-ocupa, sino que se ocupa de las cosas. Se relaciona con los objetos sin sentido de apropiación. En consecuencia, tanto los objetivos como el resultado de sus acciones no son producto de la ambición, el temor, la codicia, etc. Así, por ejemplo, ante la visión de un gran prado verde, mientras que la mente operativa puede sentir la paz y belleza del lugar sin emitir juicios ni comparaciones, la mente especulativa se apropiará imaginariamente del terreno y diseñará su casa en medio o calculará cuántos beneficios le reportaría si pu- diera venderlo una vez parcelado y urbanizado. Mientras que la mente operativa pasearía por un bosque sintiendo la unidad de la aparente pluralidad, la mente especulativa no vería más que madera que talar y vender. Para la mente especulativa la relación con las personas y cosas es siempre interesada porque está condicionada por los beneficios que le puedan proporcionar.
¿Cómo liberarse de las cadenas del tiempo?
Para el Vedanta Advaita, la domesticación del tiempo parece simple; basta liberarse del sentido de apropiación. Sin embargo, resulta paradójico hablar de liberación del tiempo-ego porque ello implicaría un proceso precisamente… en el tiempo. ¿Acaso cabría liberarse del tiempo-ego empleando precisamente aquello que lo alimenta, es decir, el propio tiempo? La misma idea de que “he de conocerme a mí mismo” o de que “he de realizarme a mí mismo” es equívoca porque implica que Yo no estoy realizado ahora. Si tal realización es progresiva, es decir, sometida al tiempo, no es verdadera, porque la auténtica Realización no puede cambiar ni estar sujeta al tiempo. En consecuencia, la denominada “realización espiritual” está fuera de la dimensión temporal. Desde el punto de vista metafísico, que es el único punto de vista real, nadie puede adquirir, alcanzar o realizar nada que no tenga ya por naturaleza e inherente a sí mismo.
La mente quiere procesos, metas, experiencias, comparaciones entre lo mío y lo tuyo con las que establecer fronteras imaginarias y reafirmar su sentido de identidad. La mente huye del tiempo vertical, es decir, del presente, porque depende del tiempo horizontal o cronológico, de la sensación de continuidad de los acontecimientos para mantener el espejismo de que hay un ser individual que progresa en el tiempo a base de acumular experiencias y que compite con otros individuos por ser más o ser diferente de ellos.
Podría suponerse que la abolición del tiempo equivale a su detención. No obstante ¿cómo detener algo que no existe más que como pensamiento? Puede detenerse aquello que tiene una existencia objetiva, pero el tiempo carece de existencia objetiva. De hecho, la supresión del tiempo es solo un concepto de la mente que inmediatamente construye su opuesto polar. Frente al Tiempo, opone la atemporalidad (eternidad). Y esa es tal vez la clave. Si el tiempo es una modalidad de la actividad mental volcada hacia los objetos externos, su abolición o trascendencia implica el ensimismamiento de la mente a través de lo que conocemos como meditación o atención al presente. Se trata de facilitar el desapego al pasado y al futuro, de acortar el tiempo de atención del ego hacia el pasado y el futuro mediante una creciente y paulatina atención al Ahora.
Se trata, en definitiva, de Ser, de sustituir el “yo fui” o “yo seré” por la forma presente, es decir, “yo soy”.
Por otra parte, las palabras “liberación”, “realización”, “felicidad”, etc. son conceptos elaborados por la mente para mantenerse activa y sentirse útil. La mente, al identificarse con una determinada secuencia de acontecimientos recrea o construye un personaje. Ese personaje se cree sometido a los condicionamientos temporales y espaciales de modo que cree que ha nacido, que va a morir y que necesita imperiosamente aprovechar al máximo el tiempo para acumular experiencias que le hagan feliz. Sin embargo, es consciente de que nada de este mundo es permanente y que no puede retener los momentos de dicha. Apenas concluye un instante de gozo, cuando el tiempo ya le sume en la búsqueda desesperada por obtener otras experiencias placenteras que le devuelvan la felicidad perdida. Por eso, el hombre aspira a una felicidad que nunca consigue retener, lo que le provoca impotencia, angustia o malestar, es decir, sufrimiento. Así, los días transcurren en medio de la frustrante dualidad del placer y del sufrimiento.
Todos los males del hombre se pueden definir en coordenadas temporales; el temor es una forma de rechazo al futuro; el remordimiento o culpa es el encadenamiento a recuerdos negativos; la ansiedad es una obsesión por el futuro; la nostalgia es el apego a los recuerdos placenteros.
Como ya advertían los antiguos, el tiempo es la comarca de la dualidad; no puedes bañarte dos veces en el mismo río; todo fluye, nada permanece estático. El hombre vive atrapado por un bucle temporal tejido solo de pensamiento. Ese pensamiento es dual; el pasado como recuerdo, y el futuro como anticipación. De esta manera, el hombre, al mantener la esperanza de alcanzar la felicidad en el futuro, no hace más que aplazar la solución al problema porque no existe el futuro, solo existe el ahora. Hay que insistir en que el futuro no es más que un espejismo creado por la mente que impide permanecer en el presente.
Mientras uno confíe en que el futuro le libre del pasado, no hará más que alejar la solución, porque el tiempo no nos libera del tiempo. Solo el presente nos libera del pasado y del futuro.
Enseña el Advaita a morar en el presente. Pero permanecer en el presente no es una forma de escapismo mental, no se trata de huir de las responsabilidades familiares o laborales, no es una manera de mirar a “otro lado”o de esconder la cabeza cual avestruz para evadir los problemas. Por el contrario, no hay peor escapismo que el de huir del presente con el pretexto de un futuro mejor.
De hecho, la continua búsqueda de objetivos y proyectos de futuro suele ser una manera de escapar del pasado o de evitar hacer frente al momento presente. Y la mente evita el Ahora re- curriendo a la cómoda ensoñación de la espera, porque la espera es la negación del presente.
El avestruz esconde la cabeza precisamente porque teme el futuro. El Advaita no preconiza la vida ociosa y relajada, ni censura la actitud de plantearse proyectos y acometer objetivos. Ellos son inevitables y aun necesarios para simplificar y hacer más fácil la vida diaria. Por el contrario, lo que plantea es la necesidad de no añadir preocupación a la normal y cotidiana ocupación. Se trata de no añadir más confusión sobre la agitación ya existente, de no sobreimponer más sufrimiento al dolor inevitable.
En suma, la liberación de las cadenas del tiempo, la “conquista de la inmortalidad” se produce cuando cesa el sentido de apropiación de los objetos, de todos los objetos incluido ese personaje imaginario (el organismo cuerpo-mente) que representa diaria- mente un papel en nuestro nombre. En última instancia, la abolición del tiempo implica liberarse de la idea de que el pasado nos da una identidad, es decir, de la errónea suposición de que el “Yo” tiene una historia personal hecha de recuerdos. Y también implica liberarse de la idea de que el futuro contiene la esperanza de obtener la felicidad.
Prologo libro: Historias de la no dualidad de Javier Alvarado
Por la importancia que creo que tiene este tema he generado este artículo también en audio. Puede escucharlo aquí.