El modo de usar un libro filosófico no consiste en esperar que se lo entenderá totalmente en el primer intento y, en consecuencia, no hay que desalentarse cuando, con frecuencia, no se logre entenderlo. El lector tomando esta actitud cautelar debe anotar con esmero cada frase y cada párrafo que le produzca una respuesta intuitiva en la honda percepción de su corazón (que no habrá de confundir con una aquiescencia intelectual que tiene lugar en el trabajo lógico de la cabeza). Tan pronto y cada vez que ocurra esto, el lector debe interrumpir su lectura, dejar el libro momentáneamente a un lado, y entregarse solamente a las palabras activadoras, dejándolas trabajar a su modo. El lector se limita a estar quieto y receptivo. Y a partir de esa respuesta, a su tiempo, quizá descubra que se abre una puerta hacia su ser interior y que brilla una luz donde antes no había ninguna. Cuando atraviese el vano de esa puerta y penetre en esa luz, entenderá fácilmente el resto del libro.