“Una cosa es aquello que es objeto de conocimiento, aquello que puede ser conocido, y otra radicalmente distinta aquello que conoce, que es sujeto o conocedor. El conocedor no puede ser conocido como un objeto de conocimiento; si fuera conocido, ya no sería sujeto sino objeto […].
Lo que denominamos ‘yo’ es aquello que en nosotros es sujeto; un sujeto que en ningún caso puede ser objeto, algo cognoscible. Ahora bien,
podemos conocer nuestro cuerpo, podemos experimentar nuestros síntomas y sensaciones físicas; por lo tanto, nuestro cuerpo no es sujeto, sino objeto. Podemos tener conciencia, igualmente, de nuestras ideas y del proceso de nuestro pensamiento; en otras palabras, nuestros pensamientos no son sujeto, sino objeto. También percibimos nuestra vida anímica: nuestras emociones, convicciones, impulsos, deseos, etc. Entonces, todo ello no es sujeto, sino objeto de nuestra percepción.
Nuestro cuerpo y los contenidos y procesos de nuestra vida psíquica no son sujeto, pues podemos saber de ellos, conocerlos o experimentarlos. En otras palabras, no son Yo. El Yo ―afirma la sabiduría Vedânta― es el sujeto o el experimentador puro, la luz del conocimiento que ilumina todo lo que es, pero que en Sí misma no es nunca cognoscible como un objeto. El Vedânta denomina a este sujeto que es nuestro más íntimo Yo, el Testigo, y nos enseña que un aspecto de su naturaleza es ser luz o Conciencia pura.
El Testigo es aquello que conoce en nosotros, pero que nunca es cognoscible. Aquello que atestigua todo lo que es, los diferentes contenidos de conciencia, pero que nunca puede ser ‘atestiguado’.
Habitualmente, confundimos nuestro cuerpo y nuestros pensamientos con nuestro ‘yo’, pero en realidad no son Yo en sentido propio. Este Yo superior no es particular sino universal, porque no está constreñido a un organismo psicofísico ―aunque este le sirva de vehículo―, porque la mente y el cuerpo son ‘objetos’ o contenidos de la Conciencia, pero no su límite. Si solemos pensar que ‘nuestra’ conciencia es una realidad limitada, constreñida a un organismo, separada de las otras conciencias y de la totalidad de la vida, es porque habitualmente nos identificamos con nuestro cuerpo y con los contenidos de nuestra vida psíquica y olvidamos al experimentador puro. El Yo ve, conoce, pero no puede ser visto ni conocido. Por eso, por su carácter evasivo, lo confundimos con lo que sí podemos ver y conocer”
Libro: La sabiduría recobrada