Tenemos tres maneras principales de manejar los sentimientos: supresión, expresión y escape. Vamos a discutir cada uno de ellas.
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La supresión y la represión.
Estas son las formas más comunes con las que tiramos hacia delante con nuestros sentimientos y los dejamos a un lado. En la represión, esto sucede inconscientemente; en la supresión, sucede conscientemente. No queremos ser molestados por los sentimientos y, además, no sabemos qué más hacer con ellos. Tenemos suerte de sufrir con ellos y tratar de seguir funcionando de la mejor manera que podamos. Los sentimientos que seleccionamos para ser suprimidos o reprimidos lo son en conformidad a los programas consciente e inconsciente que acarreamos por costumbre social y educación familiar. La presión de los sentimientos suprimidos es sentida luego como irritabilidad, cambios de humor, tensión en los músculos del cuello y la espalda, dolores de cabeza, calambres, trastornos menstruales, colitis, indigestión, insomnio, hipertensión, alergias y otras condiciones somáticas.
Cuando reprimimos un sentimiento, es porque hay tanta culpa y miedo por la sensación que ni siquiera es conscientemente sentida en absoluto. Se convierte al instante en una estocada en el inconsciente tan pronto como amenaza en emerger. El sentimiento reprimido es luego manejado de varias maneras para garantizar que se mantiene reprimido y fuera de la consciencia.
De estos mecanismos utilizados por la mente para mantener el sentimiento reprimido, la negación y la proyección son quizás los métodos más conocidos, ya que tienden a ir juntos y reforzarse el uno al otro. La negación deriva en emociones importantes y bloqueos para la maduración. Es acompañado generalmente por el mecanismo de la proyección. A causa de la culpa y el miedo, reprimimos el impulso o los sentimientos, y nos negamos a su presencia en nosotros. En lugar de sentirlos, los proyectamos sobre el mundo y los que nos rodean. Experimentamos las sensaciones como si perteneciera a “ellos”. “Ellos” se convierten entonces en el enemigo, y la mente busca y encuentra justificación para reforzar la proyección. La culpabilidad se sitúa en las personas, los lugares, las instituciones, los alimentos, las condiciones climáticas, los acontecimientos astrológicos, las condiciones sociales, el destino, Dios, la suerte, el diablo, los extranjeros, los grupos étnicos, los rivales políticos, y otras cosas fuera de nosotros mismos. La proyección es el principal mecanismo utilizado en el mundo de hoy. Es responsable de todas las guerras, los disturbios y los desórdenes civiles. Incluso se anima a odiar al enemigo para convertirse en un “buen ciudadano”. Mantenemos nuestra propia autoestima a costa de los demás y, con el tiempo, esto deriva en descomposición social. El mecanismo de la proyección subyace a todo ataque, violencia, agresión, y toda forma de destrucción social.
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Expresión.
Con este mecanismo, la sensación es aireada, verbalizada, o afirmada por el lenguaje corporal, y representada en un sinfín de demostraciones en grupo. La expresión de los sentimientos negativos permite dejar salir sólo la suficiente presión interior para que, de este modo, el resto pueda ser suprimido. Este es un punto muy importante a entender, porque muchas personas en la sociedad de hoy creen que expresar sus sentimientos les libera de los sentimientos. Los hechos demuestran lo contrario. La expresión de un sentimiento, primero, tiende a propagar ese sentimiento y darle mayor energía. En segundo lugar, la expresión del sentimiento simplemente permite que el resto sea suprimido fuera de la consciencia.
El equilibrio entre supresión y expresión varía en cada individuo dependiendo de la educación primaria, las actuales normas culturales, las costumbres, y los medios de comunicación. Expresarse está ahora en boga como resultado de una mala comprensión de la obra de Sigmund Freud y el psicoanálisis. Freud señaló que la supresión era la causa de la neurosis; por lo tanto, se pensó erróneamente que la expresión era la cura. Esta mala interpretación se convirtió en una licencia para la auto-indulgencia a costa de los demás. Lo que en realidad dijo Freud, en el psicoanálisis clásico, era que el impulso o sentimiento reprimido debía ser neutralizado, sublimado, socializado, y canalizado por los instintos constructivos del amor, el trabajo y la creatividad.
Si volcamos nuestros sentimientos negativos en los demás, lo experimentarán como un ataque, y a su vez, se verán forzados a suprimir, expresar, o escapar de esos sentimientos; por lo tanto, la expresión de la negatividad deriva en el deterioro y la destrucción de las relaciones. Una alternativa mucho mejor es asumir la responsabilidad de nuestros propios sentimientos y neutralizarlos. Entonces, sólo los sentimientos positivos permanecen y son expresados.
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Escape
El escape es la evitación de los sentimientos a través de la diversión. Esta evitación es la columna vertebral de las industrias del entretenimiento y los licores, así como la ruta hacia la adicción al trabajo. El escapismo y la evitación de la consciencia interior es un mecanismo socialmente tolerado. Podemos evitar a nuestros propios yoes interiores y apartar nuestros propios sentimientos del emerger de una interminable variedad de búsquedas, muchas de las cuales con el tiempo se convierten en adicciones a medida que nuestra dependencia a ellas crece.
La gente se desespera al permanecer inconsciente. Observemos cómo a menudo las personas echan un vistazo a la televisión en el momento en que entran en una habitación y luego caminan por ella en un estado de cuasi- insomnio, siendo constantemente programados por los datos que provienen en ella. Las personas tienen miedo de enfrentarse a sí mismas. Temen incluso un momento de soledad.
De ello, las constantes actividades frenéticas: la interminable socialización, el hablar, el enviar mensajes de texto, leer, escuchar música, trabajar, viajar, hacer turismo, ir de compras, comer en exceso, los juegos de azar, ir al cine, tomar píldoras, el uso de drogas y las fiestas de cóctel.
Muchos de los mecanismos anteriores de escape son erróneos, estresantes e ineficaces. Cada uno de ellos requiere cantidades crecientes de energía en y por sí mismos. Se requieren enormes cantidades de energía para mantener baja la presión cada vez mayor de los sentimientos suprimidos y reprimidos. Hay una pérdida progresiva de la consciencia y una detención del crecimiento. Hay una pérdida de creatividad, energía, e interés real en los demás. Hay una detención del crecimiento espiritual y, finalmente, el desarrollo de enfermedades físicas y emocionales, dolencias, envejecimiento y muerte prematura. La proyección de estos sentimientos reprimidos deriva en problemas sociales, trastornos, y el aumento del egoísmo y la crueldad característica de nuestra sociedad actual. Por encima de todo, el efecto es el incapacidad para amar de verdad y confiar en otra persona, lo que resulta en el aislamiento emocional y el odio a uno mismo.
En contraste con lo anterior, ¿qué sucede cuando en lugar de esto dejamos un sentimiento? La energía detrás del sentimiento es instantáneamente entregada y el efecto neto es la descompresión. La presión acumulada comienza a disminuir a medida que lo dejamos constantemente. Todo el mundo sabe que, cuando lo dejamos, nos sentimos mejor inmediatamente. El cuerpo cambia la fisiología. Hay mejoras detectables en el color de la piel, la respiración, el pulso, la presión arterial, la tensión muscular, la función gastrointestinal, y la química de la sangre. En el estado de libertad interior, todas las funciones del cuerpo y los órganos se corrigen en general en dirección a la normalidad y la salud. Hay un aumento inmediato en la potencia muscular. La visión mejora y nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos cambia para mejor. Nos sentimos felices, más cariñosos y más relajados.
El Mecanismo del Dejar Ir.
El dejar ir implica ser consciente de un sentimiento, dejarlo crecer, estar con el, y dejar que siga su curso sin querer que sea diferente o hacer nada en relación a el.
Significa simplemente dejar que el sentimiento esté ahí y centrarse en dejar escapar la energía tras él. El primer paso es permitirte a ti mismo tener la sensación sin resistirla, airearla, temerla, condenarla, o moralizar sobre ella. Significa abandonar el juicio y ver que es solo una sensación. La técnica consiste en estar con una sensación y entregar todos los esfuerzos por modificarla de alguna manera.
Dejamos de querer resistir la sensación. Es la resistencia la que mantiene activa la sensación. Cuando renuncias a resistir o tratar de modificar la sensación, cambiará a un nuevo sentimiento que será acompañado de una sensación más ligera. Una sensación que no es resistida desaparecerá a medida que la energía tras ella se disipe.
Al comenzar el proceso, te darás cuenta de que tienes miedo y culpa por tener sentimientos; habrán resistencias a los sentimientos en general. Es más fácil permitir que afloren los sentimientos si dejamos antes la reacción a tener esos sentimientos. El miedo al propio miedo es un buen ejemplo de esto. Deja el miedo o la culpa que tienes por la primera sensación, y luego consigue entrar en el sentimiento en si.
Cuando dejes ir, ignora todo pensamiento. Céntrate en la propia sensación, no en los pensamientos. Los pensamientos son interminables, se auto- refuerzan, y sólo engendran más pensamientos. Los pensamientos no son más que racionalizaciones de la mente para tratar de explicar la presencia de la sensación. La verdadera razón de la sensación es la presión acumulada tras los sentimientos que la está forzando a salir en ese momento. Los pensamientos o acontecimientos externos son sólo una excusa compuesta por la mente.
A medida que nos familiaricemos más con el dejar ir, nos daremos cuenta de que todos los sentimientos negativos están asociados a nuestro miedo básico relacionado con la supervivencia y que todos los sentimientos no son más que programas de supervivencia que la mente cree necesarios. La técnica del dejar ir deshace los programas progresivamente. A través de ese proceso, el motivo subyacente tras los sentimientos se vuelve más y más evidente.
Estar entregado significa no tener emociones fuertes sobre una cosa: “Está bien si pasa, y está bien si no pasa.” Cuando somos libres, dejamos los apegos.
Podemos disfrutar de una cosa, pero no la necesitamos para nuestra felicidad. Hay una progresiva disminución de la dependencia de todo y todos fuera de nosotros mismos. Estos principios son conformes a las enseñanzas básicas de Buda de evitar el apego a los fenómenos mundanos, así como también a la enseñanza básica de Jesucristo de “estar en el mundo pero no ser de él”.
A veces entregamos un sentimiento y nos damos cuenta de que retorna o continúa. Esto se debe a que todavía hay más de el a entregar. Hemos rellenado con todos esos sentimientos nuestras vidas y puede haber una gran cantidad de energía presionando que necesite salir y ser reconocida. Cuando se produce la entrega, hay una ligereza inmediata, y mayor sensación de felicidad, casi como un “subidón”.
Al dejar ir continuamente, es posible permanecer en ese estado de libertad. Los sentimientos van y vienen, y con el tiempo te das cuenta de que tu no eres tus sentimientos, sino que el verdadero “tú” se limita a presenciarlos. Dejas de identificarte con ellos. El “tú” que es consciente de lo que está pasando siempre sigue siendo el mismo. A medida que te vuelves más y más consciente de la inmutable presencia interior, empiezas a identificarte con ese nivel de la conciencia. Te conviertes progresivamente ante todo en el testigo y no en el experimentador del fenómeno. Consigues aproximarte más y más al Ser real y empiezas a ver que habías sido engañado por los sentimientos todo el tiempo. Pensaste que eras víctima de tus sentimientos. Ahora ves que no son la verdad sobre ti mismo; sino que son simplemente creados por el ego, ese colector de programas que la mente ha creído erróneamente que son necesarios para la supervivencia.
Los resultados del dejar ir son aparentemente rápidos y sutiles, pero los efectos son muy poderosos. Muchas veces dejamos algo pero creeremos que no es así. Serán nuestros amigos quienes nos hagan conscientes del cambio. Una de las razones para este fenómeno es que, cuando algo es totalmente entregado, desaparece de la conciencia. Ahora, debido a que nunca pensamos en ello, no nos damos cuenta de que se ha ido. Este es un fenómeno común entre las personas que están creciendo en conciencia. No somos conscientes de todo el carbón que hemos paleado; siempre estamos viendo la palada que estamos manejando en estos momentos. No nos damos cuenta de lo mucho que el montón se ha reducido. Muchas veces nuestros amigos y familiares son los primeros en darse cuenta.
Libro: Dejar Ir