Jorge tenía un problema. A pesar de que le iba bastante bien, Jorge estaba esencialmente descontento. Se sentía vacío, su vida se había vuelto insípida y aburrida, odiaba su trabajo, probablemente sería despedido pronto debido a la recesión económica, la relación con su esposa se había deteriorado, ya no podía comunicarse con sus hijos; no hacía otra cosa en la vida más que trabajar, comer, ver la televisión y dormir; podía contar sus amigos verdaderos con un solo dedo de la mano, y no veía forma de cambiar o mejorar nada. Pero eso no era el mayor problema de Jorge en aquel momento. Su preocupación más acuciante era que había empezado a caminar dormido. Una noche, cuando Jorge andaba por ahí sonámbulo, se cayó en un hoyo profundo. Al despertar descubrió que estaba tendido en el fondo, vestido sólo con su pijama, y que no había nada más en el hoyo. Miró hacia arriba y vio el cielo de la mañana, con unas pocas ramas desnudas que se asomaban sobre él desde el círculo perfecto de luz del Sol. Era el principio de la primavera y el aire estaba bastante fresco. No veía a nadie, pero oía un débil sonido de voces. Sabía que tenía que intentar salir de allí, pero las paredes del agujero eran verticales, resbaladizas, muy altas y no tenía nada con qué escalarlas. Cada vez que lo intentaba caía de nuevo al fondo, frustrado. Empezó a gritar pidiendo ayuda. De repente, apareció la cara de un hombre mirándole desde lo alto del hoyo. “¿Qué le pasa,” preguntó el hombre. “Oh, gracias a Dios,” exclamó Jorge, “estoy atascado aquí abajo y no puedo salir.” “Bueno, entonces deje que le ayude,” dijo el hombre, “¿cómo se llama?” “Jorge.” “¿Apellido?” “Ilarraza.” “¿Con “H,” o sin?” “Sin.” “Enseguida vuelvo.” Cuando la cara desapareció, Jorge se preguntaba por qué era tan importante cómo se deletrease su apellido. Entonces el hombre volvió. “¡Este es tu día de suerte, Jorge! Soy multimillonario y me siento generoso esta mañana.” El hombre dejó caer un papelito que tenía en la mano. El papelito descendió flotando suavemente hasta el fondo del hoyo. Jorge lo recogió y miró otra vez hacia arriba, pero el hombre ya no estaba. Jorge miró al papelito. Era un cheque de mil dólares, extendido a su nombre. “Pero, ¡qué demonios!, ¿dónde voy a gastarlo aquí abajo?,” pensó. Lo dobló y se lo metió en el bolsillo del pijama. Entonces oyó que venía otra voz. “Por favor, ayúdeme,” gritó Jorge al espacio vacío de arriba. Apareció una segunda cara de hombre, un rostro amable y compasivo. “¿Qué puedo hacer por ti, hijo mío?” Jorge vio el alzacuello del hombre cuando éste se inclinaba sobre el borde. “Padre, ayúdeme a salir de este agujero, por favor…” “Hijo mío…,” la voz era suave y amorosa, “tengo que decir misa en la iglesia dentro de cinco minutos, no puedo detenerme ahora, pero hoy diremos una oración especial por ti” Entonces buscó algo en su bolsillo. “Toma, esto te ayudará,” y dejó caer un libro en el hoyo antes de marcharse. Jorge cogió la Biblia, la estudió y trató de imaginarse todas las formas posibles de utilizarla para salir del agujero. Al final se cansó y echó el libro a un lado. El siguiente transeúnte era una mujer. Cuando comprendió el aprieto de Jorge le lanzó algunos vegetales orgánicos, unas vitaminas y unos suplementos de hierbas. “Come sólo de eso,” dijo. Jorge los puso a un lado, encima de la Biblia. Un médico se detuvo y le regaló unas cuantas botellitas de muestras de medicamentos que le pagaban por repartir aquella semana. Un abogado pasó por allá y habló un rato sobre ponerle un pleito al Ayuntamiento por no haber puesto una valla alrededor del agujero. Le dejó su tarjeta. Un político le prometió que crearía una ley para proteger a los sonámbulos si Jorge votaba por él en las elecciones del día siguiente, suponiendo que pudiera salir del hoyo. A estas alturas Jorge se había sentado en el fondo del agujero, tiritando un poco por el fresco y empezando a abandonar la esperanza de que alguien le ayudase a salir. Se sentía solo, desamparado y un poco asustado. Puso las medicinas a un lado, cogió una banana, la peló y le dio un mordisco. “Yo puedo ayudarte a salir.” Oyó la voz fuerte, convincente y poderosa de una mujer. No estaba seguro… ¿le sonaba esa voz?, ¿no la había visto en la tele, o algo? “Tú sólo tienes que abandonar todos los pensamientos negativos, aprender a visualizar y entonces usar la ‘Ley de Atracción’.” “Pero eso es exactamente lo que hago…Trato de atraer a alguien para que me ayude a salir de este agujero,” protestó Jorge. “Será que no lo haces bien,” dijo como respuesta. La mujer lanzó un objeto fino y cuadrado que aterrizó a los pies de Jorge. Jorge le gritó, “pero… ¡espera!” Ya no había nadie que respondiera. Cogió el DVD, que aún estaba envuelto en papel celofán, y miró la cubierta: Las enseñanzas de Abraham, programa del curso máster en DVD. “Por lo menos podrías haberme echado un lector DVD portátil,” musitó en voz baja a nadie en concreto. Poco después, un budista Zen se sentó en la posición del loto en el borde del agujero, con la idea de enseñar a Jorge a meditar. “Aunque sólo fuera eso,” dijo el Maestro, “si practicas el tiempo suficiente te sentirás mejor por hallarte en el agujero. Y, ¿quién sabe?, podrías ser capaz de levitar para salir de ahí en unas cuantas vidas.” Jorge estaba a punto de resignarse a estar en el agujero para siempre, cuando oyó la voz. “¿Puedes moverte a un lado y quitarte de en medio?” Jorge miró hacia arriba. “¿Qué?” “Que si puedes alejarte del centro del agujero.” Jorge se levantó y dio unos pasos hacia un lado. Iba a preguntar “¿por qué?,” cuando el hombre saltó al agujero y aterrizó a los pies de Jorge. “¿Estás loco?,” exclamó Jorge cuando el hombre se levantaba y se sacudía el polvo, “ahora estamos los dos juntos en este agujero. ¿No podrías haberme echado una cuerda, o una escalera, o algo así?” El hombre le miró con gentileza: “eso no funciona.” “¿Cómo lo sabes,” le preguntó Jorge, extrañado. “Porque yo ya he estado aquí antes y conozco el camino de salida.”
Stephen Davis – “Las mariposas vuelan libres”