Este mundo sólo tiene significado porque existe un “yo” (aparente o no) para el que lo tiene. Y eso significa que no existe ningún mundo ajeno al “mío”. Pero no hay que entender esto como una caída en el solipsismo o en el nihilismo, ni como una negación de algún tipo de realidad, sino como una simple descripción de lo que, de hecho, está ocurriendo.
Esta cosa que hay delante de mí a la que llamo “tazón”, por ejemplo, tiene significado para mí, es algo que conserva calientes mis bebidas, algo que he utilizado en el pasado y que muy probablemente seguiré utilizando en el futuro. En un sentido muy real, el tazón forma parte de mí, parte de lo que creo ser. No hay modo de separar lo que creo ser del concepto de “tazón”.
Este “tazón” tiene, para mí, multitud de significados. Por una parte, está asociado a mi pasado, porque puedo recordar a amigos y familiares utilizando tazones, y también tengo un tazón favorito que, para mí, tiene un significado muy especial. También recuerdo la primera vez que tomé té en un tazón y que, durante toda mi infancia, mi madre siempre tomaba el café en una tacita, mientras mi padre insistía en tomarlo en su taza con un plato. Los tazones me han proporcionado a lo largo de los años mucho placer, y día tras día me he tomado innumerables tazas de té y de café. Todo este significado personal está contenido en la palabra “tazón”. ¿Cómo podría, pues, separarme de la idea de “tazón”? ¿Y cómo podría considerarme separado de este tazón concreto que se halla frente a mí?
Este tazón existe tan solo para mí, yo le doy significado, valor y propósito. Sin esta proyección de valores no tendría modo alguno de saber qué es esta cosa que hay frente a mí. Sin esta proyección, sin este conocimiento y sin estas asociaciones tendría que descubrir esa cosa misteriosa que veo frente a mí por vez primera. El “tazón” –es decir, el conocimiento que tengo de él– me proporciona certeza y familiaridad, me proporciona cierta sensación de permanencia y continuidad en un mundo misterioso y aterrador.
Y eso no se limita a los tazones, sino que afecta a todas las cosas. Todas las cosas forman parte de mí, yo soy quien da significado a todas las cosas, yo soy quien las valora, les da una historia y les da un futuro. Ellas desaparecen y se disuelven conmigo, lo que nos lleva a la demoledora conclusión (que, en realidad, no es ninguna conclusión) de que yo soy el mundo y el mundo soy yo, algo que J. Krishnamurti solía decir; es decir, que no existe ningún mudo “fuera de aquí”. Esta es la ilusión primordial. No existe ningún mundo fuera de aquí por‑
que esto –aquí y ahora– es el mundo en su totalidad. No hay necesidad alguna de postular la existencia de un mundo “externo” y, aunque la hubiera, no sería más que una proyección en el presente. Yo debería darle un significado ahora, debería crear literalmente de la nada a cada momento este mundo aparentemente externo. Y, aun en el caso de que tal cosa fuese posible, seguiría siendo mi mundo, seguiría siendo, literalmente, mi propio yo.
La dicotomía entre yo y los demás es falsa, porque todo es yo y todo tiene significado porque existe una realidad llamada humana. De hecho, para que aparezca la dicotomía yo-los demás debe existir una realidad humana que le dé significado.
¿Dónde nos lleva todo esto? Nos lleva a un mundo que no es ajeno, un mundo que no está lleno de desconocidos, un mundo que no es indiferente y frío, sino, muy al contrario, amistoso, un mundo incluso amoroso, un mundo vacío de todo excepto de mis propias proyecciones e imágenes, un mundo despojado de todo y lleno sólo de mente. Miremos donde miremos, sólo vemos mente, porque en realidad mirar es ver mente. No hay ningún lugar donde eso no está, no hay ningún lugar donde no estemos.
Mirar el mundo, hablar y relacionarse con cosas aparentes y con otros aparentes es estar total y completamente enamorado. Y estar total y completamente enamorado de todas las cosas es el fin de toda violencia, interna y externa, porque violencia es separación, y separación es violencia. Cuando todo es yo, cuando no hay otros, cuando se trasciende la división entre uno y los demás, cuando todo es egoísmo (que, por más paradójico que pueda resultar a la mente racional, es desprendimiento total), apare un amor y una ecuanimidad que lo impregna todo y a todo el mundo, un amor que satura todas las aparentes interacciones con otros aparentes, un amor que siempre ha estado aquí y del que quizá nos habíamos olvidado un rato.
Mira todas las cosas que te rodena: la toalla sólo tiene significado porque es la que cada mañana utilizas para secarte; la silla sólo tiene significado porque en ella te has sentado innumerables veces para descansar después de un día agotador; el fregadero sólo tiene significado porque en él lavas los platos y los cubiertos sucios, sumergiendo tus manos en el agua caliente y jabonosa y fregando los cuchillos y tenedores hasta que, en ellos se refleja el universo entero.
Tú has vivido esta vida, tú te has familiarizado con estas cosas y tú has creado, de ellas, tu propia sensación única.
Tú posees este mundo y lo has creado de la nada. Tú eres un mago, un hechicero y hasta un dios que ha llenado la vacuidad de significado, de objetivo y de una sensación de sado y de futuro.
Tú llenas la vacuidad de ti mismo.
No olvides pues que, si percibes que el mundo es cruel y descuidado, eres tú quien lo ha hecho así. Si el mundo carece de amor y compasión, es tu responsabilidad restituirle el amor y la compasión. Y, del mismo modo, si hay violencia en el mundo, es porque hay violencia en ti.
Este es tu mundo y sólo concluirá cuando tú le pongas fin.
Este es tu día, este es tu momento y esta es tu última oportunidad para experimentar todo esto. Aquí y ahora mismo y leyendo estas palabras, esto es todo lo que hay. Este es el comienzo y el final de todas las cosas, este es el alfa y el omega, esto es lo que eres, esto es eso. No hay, ni nunca hubo, nada más.
Toda tu vida, todas tus esperanzas, tus sueños, tus ambiciones y tus objetivos se reducen a esto.
Sentado en el inodoro, asistiendo al funeral de un ser querido, escuchando a Mozart, leyendo tu libro favorito, gritando de dolor en mitad de la noche, llorando con los ojos cerrados, riendo hasta que te duela el estómago, diagnosticado de cáncer, sosteniendo un recién nacido en los brazos y mirando profundamente sus preciosos ojillos, conmovido y entristecido ante la belleza de lo sagrado y ante la fragilidad de esta cosa exuberante y maravillosa que llamamos vida.
Jeff Foster: Libro_Mas allá del despertar