Cuando queremos nombrar LO REAL, la única salida que queda es la utilización de metáforas, parábolas e imágenes. Me gusta servirme de la siguiente representación: Si nos imaginamos la Realidad primera como un océano inmenso, nosotros somos algo así como las olas de ese mar.
Si la ola tiene la experiencia «soy el mar», aún hay dos: ola y mar. Pero en la experiencia mística se traspasa también ese dualismo. El yo de la ola se diluye y en su lugar el mar se experimenta como ola. Se experimenta en la unidad de ambos y como unidad de ambos.
Este paso no lo lleva a cabo el místico, sino que le sucede. Ya no mira la realidad como un ente frente a él; no la ve, por así decir, desde el exterior sino que la experimenta desde el interior. Utilizando esta imagen, experimenta que todo es ola y océano a la vez. Todo es manifestación de la Realidad Una. Y, como todo es revelación de la misma realidad, también hay una compenetración absoluta de todo. El mar son todas las olas, y todas las olas son una unidad. Todo es cosmos, y todo en él es la manifestación del mismo ser cósmico. Pero esto lo experimenta el místico precisamente al cesar toda diferenciación entre él y las manifestaciones del ser.
La mística no está más allá de Dios y del mundo. La mística es Dios y mundo, una unidad indivisible. Pero esto no significa la abolición de la tensión entre los dos polos. Es la tensión entre un extremo de la vara y el otro. Es la tensión entre mar y ola, entre rama y árbol. Por eso, tampoco se consideran equivalentes Dios y ser humano. El mar se revela como ola. Uno puede dirigirse separadamente al mar y a la ola, pero su esencia es agua. La mano tiene dos caras. Mirándolas con la razón, habrá que mirar primero una cara y luego la otra. Desde el interior, ambas caras se experimentan como una. Por ello, se trata al mismo tiempo de la experiencia del completo vacío y de la plenitud total.
Libro: La ola es el mar (Willigis Jäger)