Lo que la filosofia milenaria de la India tiene que decirnos no está dirigido al estrecho reducto del experimentar psicológico. Y no se encontrará con la simple práctica de ejercicios psicofísicos, menos aún con el seguimiento de mitos védicos o la adoración a los guru. Ni siquiera la concentración mental o la pericia en la reflexión filosófica tocará el misterio último que señalan las enseñanzas de las Upanisad, esa revelación que podría situar al ser humano de cualquier tiempo ante un nuevo despertar.
Habremos de orientarnos en un espacio desconocido, afrontando el vacío de los conocimientos repetidos por la memoria. Hemos de aprender a escuchar en silencio. Quizá se nos revele entonces lo verdadero de las indicaciones upanisádicas sobre lo que son apariencias y lo que es realidad. Y si permanecemos en esa orientación y esa escucha mientras leemos estos textos, podría aflorar aquel estado de discernimiento entre lo verdadero y lo falso (viveka), nuestra propia luz. Ninguna tradición ha puesto tanta fuerza en explicar lo que parece a simple vista inexplicable: la posibilidad de trascender las apariencias pensadas y descubrir ese nuevo estado en que la realidad no aparece sino que es y la somos. «Soy el que soy», leimos en la tradición judía. La demanda de ir más allá de lo que aparece se encuentra en una bella oración de la Brihadáranyaka Upanisad:
«De lo irreal condúceme a lo real, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la inmortalidad» (I, 3, 28).
El misterio del Ser se mantiene intangible a través de los siglos porque es anterior a todo acercamiento sensorial, afectivo o mental. De ahí la dificultad para comunicarlo sin salir de esos límites habituales en la experiencia humana común. La mente ha de hacerse contemplativa para traspasar las construcciones conceptuales y reposar en el conocer callado y luminoso. Pero ¿en verdad estamos los seres humanos suficientemente desengañados del ruido de las interpretaciones pensadas como para anhelar otra dimensión cognoscitiva?
La sabiduría sólo se revela en un estado de conciencia de unidad ( advaita ), se comprende por intuición y se vive por contemplación, nunca mediante manipulación especulativa. Los conceptos vendrán después, si es que se trata de formular aquello que en rigor escapa a toda fórmula. Es así como el conocimiento verdadero (jñana) se presenta con fuerza suficiente como para despertar al ser humano de su sueño ancestral y motivar su voluntad oculta en desapego a lo efímero y amor a lo eterno.
También se designa este conocimiento con la palabra prajñá. Y tanto jñana como prajñá no han de entenderse como simple conocer cosas, personas o relaciones entre hechos. Se alude ahí a un saber que no es representación pensada sino toma de conciencia (vjñana). Es un descubrir en sí y por sí cuando el sí mismo se expande al infinito. Es un ver que en último término arriba a un «ser lo visto». La dualidad cognoscitiva desemboca ahí en la no-dualidad gnóstica.
Sólo es verdaderamente universal y total la verdad que nos abre al estado no-dual de conciencia. Lo demás son meras aunque loables aproximaciones movidas por el deseo de generalizar.
Las verdades esenciales inspiradas implican una visión impersonal, transcultural e incluso atemporal, imposible a partir del nivel del pensa miento lógico del ámbito mental (manas). Para descubrirlas y transmitirlas es imprescindible una intuición o visión directa en el espacio de la inteligencia iluminada (buddhi en los textos védicos). Y lo que se comprende en ese estado mental tiene el sello de la evidencia que aporta sabiduría (prajñli). . No metafóricamente sino de manera real la colocación de la identidad de una persona en ese lugar o estado implica un poder espontáneo de discernimiento (viveka) para distinguir lo verdadero de lo falso o lo real de lo ilusorio, que dificilmente puede ser comprendido y aceptado por quien no haya salido del lugar habitual del pensamiento. Para los que se encuentren en esta condición limitada, toda enseñanza revelada de la humanidad como la de las Upanisad permanecerá indescifrable.
Y la verdad revelada es ese agua que, una vez bebida, no antes, ya no se tendrá sed jamás, como recordamos de otros textos revelados más conocidos entre nosotros. Es sabido que el encuentro definitivo con la revelación sobreviene a un ser humano cuando ya ha pasado por el desengaño de lo conocido sensorial y pensado, tal como lo cuenta Juan de la Cruz cuando habla de la noche del sentido y la noche del intelecto.
Las enseñanzas upanisádicas se transmiten siempre de una manera personal, precisamente por lo impersonal de su mensaje. Las comunica quien tiene una visión no-dual de la realidad a quien por intuición y contemplación ha superado el mero conocer sensorial y especulativo con la realidad que les corresponde. Así maestro y discípulo no son dos sino una sola conciencia y la verdad transmitida no es distinta del que la enseña o la aprende.
Sólo puede transmitirse la verdad como revelación de conciencia a conciencia y no de pensamiento a pensamiento. Ha de llevar a cabo esta transmisión una persona que haya recibido esa revelación en lo íntimo de su ser y en su vida se haya ido haciendo una sola cosa con ella. Porque descubrir la verdad absoluta es serla, es ser un brahmanishtha. Cualquier cosa hecha con esta intención pero desde fuera es representación de ideas**, por lo que toda obra religiosa (karma), ceremonia, plegaria, meditación, iniciación, acto caritativo, servicial o heroico, no tocará el ámbito de la verdad revelada.** Y ese reino, aun siendo herencia de todo ser humano, permanecerá como un secreto para las buenas gentes religiosas.
El pensamiento únicamente interpreta pensamientos. El conocer dual, por su misma naturaleza escindida, nada más trata con relaciones pensadas. Mientras lo real (sat), la conciencia (chit) y la plenitud (ananda), aspectos de lo absoluto (Brahmany; envuelven la verdad imposible de abarcar en moldes conceptuales nacidos de la temporalidad. La verdad absoluta se intuye, se ve y se vive por· inspiración, hasta el momento atemporal en que se revela cuando se es:
No puede alcanzarse ni por las palabras ni por el pensamiento, ni por los ojos ni por los sentidos. Sólo puede conocer al Absoluto quien lleno de fe sabe que existe. De otra manera, ¿cómo podria conocerse? (Ka. Up. 11,3, 12).
El yoga como sistema filosófico…García Buendia