Uno no abandona nunca el asombro. Escuchar el término “Gladiadores de la dialéctica” o “Manuales para el debate filosófico” le hace pensar a uno si este mundo es el mismo que el de hace varios siglos atrás. La filosofía de hoy, casi siempre reducida al sistema educativo antaño, tuvo su gran esplendor y no sólo en occidente sino incluso aún mas en oriente. Los vitandines como el famoso Nāgārjuna utilizando una argumentación negativa o incluso llevando las tesis al absurdo se dedicaban a la refutación con el único motivo de probar o no la veracidad de la tesis filosófica recién presentada en el Theatrum philosophicum.
Según una antigua costumbre de India, algunos príncipes y soberanos congregaban periódicamente a pensadores, ascetas y religiosos de diferentes escuelas para discutir alguna cuestión controvertida. Nos ha quedado constancia de algunos de los temas que se debatían. La identidad o diferencia entre el cuerpo y el alma, la vida después de la muerte, el sentido de la existencia, las reglas de comportamiento y algunas cuestiones morales. Aunque los temas de discusión tenían un carácter más metafísico que político, el resultado del debate podía afectar las condiciones de vida de las escuelas en litigio, de modo que el arte de la persuasión adquiriría una gran importancia social y política.
La depuración de los criterios y reglas para determinar un ganador contribuyeron al refinamiento de los procesos formales de inferencia (anumāṇa) e impulsaron el desarrollo de la lógica, siendo la práctica social del debate y la necesidad de convencer al otro sus precursores. Así, la investigación de la lógica de India antigua pasa por el estudio de las reglas de dichos debates y el análisis de las condiciones bajo las cuales un argumento se consideraba probado y uno de los participantes resultaba derrotado. Los jueces (madhyastha) debían ser, según Śrīharṣa, neutrales y rápidos en advertir si alguno de los participantes violaba algunas de las reglas del debate, lo que otorgaba inmediatamente la victoria a su oponente.
Muchas de las escuelas filosóficas disponían de manuales de adiestramiento que servían para el entrenamiento de sus discípulos. Los estudiantes se familiarizaban con los diversos modelos de argumentos, los distintos tipos de falacias (hetvabhāsa), los argumentos circulares (cakraka), la identificación rápida de pseudo razones y falsos ejemplos. Los tratados de adiestramiento clasificaban minuciosamente las contradicciones, los trucos y los sofismas (chala) que podían determinar, si eran identificados a tiempo, la derrota del adversario, o que eran utilizados para ganar tiempo o despistar.
Argumentación negativa Aunque la argumentación negativa, vitaṇḍā, no debería confundirse con el escepticismo, esta forma del debate unió al mādhyamika (budista) con el materialista (cārvaka) y, más tarde, con el vedāntin (hinduista). Se basa en una desconfianza fundamental hacia el lenguaje y su capacidad para confundirnos. Establece la verdad, de manera irónica, mediante una vía negativa que aparta el velo del error, que es el velo de las palabras, y se escabulle de la literalidad (de lo que las palabras significan para la gente común) para que la verdad se manifieste, si esto es posible, desprovista de palabras, aunque al mismo tiempo se reconoce la necesidad de las palabras mismas para producir esa aparición.
¿Por qué buscar lo falso? ¿Por qué desarrollar un olfato para la contradicción? ¿Por qué algunos pensadores creyeron que las palabras sirven a lo que no es el caso? ¿De qué modo, en estos estadios antiguos del pensamiento, se pensó la negatividad del lenguaje? ¿Por qué pensar contra las palabras y no del lado de las palabras? Una de las respuestas a estas preguntas consistirá en decir que esa negatividad va acotando la verdad, va clausurando los desvíos que nos alejan de ella. Si bien esa vía negativa estaba dotada de cierto escepticismo respecto a las posibilidades de lo discursivo, los que la promulgaban no creían que no existiera una verdad, sino que consideraban que las palabras no podían dar cuenta de ella, que confundían la búsqueda de quien confiaba en ellas. Llamaré a esta actitud dialéctica de lo inefable. Según esta, aunque las palabras no pueden acertar con la verdad o localizarla, sí pueden resultar útiles para cercarla, acotarla y facilitar así una intuición no verbal de ella. Como si el negar pudiera parcelar la verdad, situarla señalando donde no está, donde no hay que buscarla. De modo que esta actividad del razonamiento, que aquí toma la forma de un desmentir o refutar, sirve de vehículo (escalera o balsa fueron las metáforas budistas) para alcanzar ese lugar donde es posible la intuición de la verdad.
Pero, ¿qué significa hacer llegar un mensaje mediante la argumentación negativa (vitaṇḍā)? Tanto Nāgārjuna como otros vitandines después de él trataron de exponer la verdad (tatva) sin hablar de ella, enfatizando una idea recurrente en el mahāyāna: la de que el Buda no pronunció palabra alguna durante su ministerio. El vitandín propone el carecer de puntos de vista como el único punto de vista que expresa el significado del despertar. La pregunta será entonces qué tipo de actitud intelectual y moral debería seguirse de esa ausencia de puntos de vista.
Arte de probar, Ironía y lógica en la India antigua…Juan Arnau