¿Es lo mismo meditar que relajarse?
Muchos responderán NO con seguridad de su respuesta pero saben concretizar bien qué las diferencia.
Escuchar música…te relaja.
Oír caer una lluvia de verano…te relaja
Ver el cielo estrellado…te relaja
Tomar un te caliente frente al fuego…te relaja
¿Es esto meditar?
Claro que no.
En la relajación el cuerpo es el que se relaja y permitimos a la mente que divague y fantasee.
En la meditación el cuerpo se relaja pero la mente está plenamente activa. Ha de estar CONCENTRADA.
El paso más complejo y difícil de la meditación y donde todos nos sentimos fracasados en Dharana, CONCENTRACIÓN.
DHARANA está resumido en 3 puntos.
- Focalizar
- Concentrar
- Conciencia
A través de la concentración de Dharana llegaremos a la CONTEMPLACIÓN de lo real dispuesto por Dhyana que es la auténtica meditación.
Podemos hacer poner un ejemplo de esto muy gráfico y muy concreto.
Seguro que todos alguna vez hemos visto una de estas imágenes. Sabemos que detrás de todos esos colores que no tienen forma aparente si te concentras bien veras no solo una forma sino que además la veras en 3 dimensiones. ¿Verdad que la puedes ver? Inténtalo.
Dharana pone la concentración y Dhyana nos muestra el estado real de todo.
La concentración ocurre de forma natural cuando algo nos interesa o nos llama la atención. Decimos que estamos concentrados cuando no pensamos en nada más. Por ejemplo, estamos concentrados cuando disfrutamos de la textura y el color de un pañuelo de seda, estamos enfrascados en la lectura de un buen libro, saboreamos la primera cucharada de una deliciosa sopa, nos aplicamos cuidadosamente el maquillaje de ojos o limpiamos el parabrisas en la estación de servicio. Cuando una de estas actividades está al frente de nuestra mente, todos los demás pensamientos quedan relegados, pero en cuanto nuestra atención se aparta del pañuelo de seda o de la sopa, vuelven a aparecer de forma instantánea. Así es como la atención realiza ese pequeño milagro: poner freno a los pensamientos (o tal vez deberíamos decir sacarlos suavemente del medio).
La clave de una buena concentración está en tener interés en el objeto o la actividad. Claro está que la respiración tal vez no sea tan interesante como la primera cucharada de una buena sopa, pero si la podemos considerar con la misma curiosidad, acabará siéndolo.
Por lo tanto, nos interesamos en los cambiantes detalles, momento a momento, de la respiración. Es una sucesión de sensaciones, ondulaciones y flujos musculares que van y vienen dentro de nuestro cuerpo. El vientre, el pecho y las fosas nasales son tres sitios donde las sensaciones son más claras. Notamos cuando se para y comienza, o si es suave o espasmódica. No tratamos de cambiarla. No «pensamos» en ella, simplemente la notamos a medida que sucede.
Cuando nos concentramos la mente se vuelve más lenta. Ponemos más atención, nos relajamos y los demás pensamientos desaparecen. Por supuesto que no es tan fácil. Después de concentrarnos en la respiración durante unos pocos segundos, nos viene a la mente una idea urgente («¿Plancharé ahora o lo dejo para mañana? ¿Qué hacen en la tele hoy?»). En comparación, la respiración parece aburrida.
O sea, que éste es el trabajo difícil en la meditación: dejar cualquier idea de lado y volver al objeto de la concentración. La meditación funciona sobre el principio del placer diferido. Si podemos prescindir de la simple satisfacción de ideas y fantasía, la recompensa es mucho mayor. Cada vez que dejamos de lado una idea o pensamiento disfrutamos de un momento de liberación. Gradualmente la mente se vuelve aguda y clara, capaz de comprender mejor.
Para meditar elegimos un objeto (la respiración, una flor, un mantra o una imagen) y lo rodeamos de una «valla». Los textos budistas se refieren al objeto de la meditación como «el lugar de trabajo». Nuestro trabajo es mantenernos dentro de la valla y explorar.
Como cualquier trabajador, somos conscientes de que hay otras cosas detrás de la valla, pero no tenemos que dejar las herramientas en el suelo y salir a perseguirlas. Suena fácil, ¿verdad? Pero antes de que nos demos cuenta, una seductora idea pasa a nuestro lado y allá nos vamos detrás de ella.
La buena concentración es muy suave y casi no cuesta ningún esfuerzo. La esencia de la concentración es realmente dejarse ir. La mente se concentrará con toda naturalidad si nos podemos desligar rápidamente de otros pensamientos.
Pero todo esto es lo ideal, la realidad es muy diferente. Nuestros pensamientos son como un grupo de ruidosos escolares reclamando la atención de la maestra. Concentrándose en algo, les podemos decir: «Ahora estoy ocupada, volved más tarde». Y al igual que los niños, algunos pensamientos no quieren irse, algunos se van y vuelven más tarde, mientras que otros nunca más regresan.
Concentrarse no significa bloquear todos los demás pensamientos. Además, esto es imposible. Más bien es como trabajar con la lente de una cámara: cuando enfocamos una flor a corta distancia, la vemos con total claridad. Todo lo que hay a su alrededor sigue estando allí, pero un poco borroso. De forma similar, cuando nos concentramos en la respiración, otras ideas y sensaciones siguen apareciendo, pero en la periferia.
Algunas personas suponen que para tener conciencia de algo, automáticamente hay que «pensar en ello». Pero ¿usted está «pensando» en su gato cuando le acaricia el lomo o le rasca las orejas? La concentración es no-verbal, sensual e inmediata: implica sentir, no pensar.
Las distracciones y la mente errante
Sin embargo, las distracciones parecen ser múltiples. Una puerta se cierra golpeando. Se nos ocurre una gran idea o aparece un pensamiento doloroso. ¿Qué hacemos? Nos permitimos sentir la distracción un momento, luego la apartamos y volvemos a la respiración. Lleva un poco de tiempo darse cuenta de que no hace falta prestar atención a todo lo que aflora en nuestra mente.
Una puerta que golpea y su reverberación en el cuerpo dura sólo un segundo. La verdadera distracción será su reacción. ¿Qué hace? ¿Se molesta? («¿Cómo puedo meditar con ese ruido?») ¿Se desespera? («Es inútil, mejor será que lo deje»). ¿Planifica? («¿Qué puedo hacer para que no vuelva a ocurrir?») Unos pocos minutos después, la puerta sigue golpeando en su interior.
Seamos honestos. Concentrarse no es fácil. No pasarán más de cinco segundos de concentración en la respiración antes de que algo nos distraiga. Los principiantes a menudo pierden el objeto de su meditación durante varios minutos antes de darse cuenta y esto les resulta bastante humillante. Usted piensa que posee una buena mente, porque le ha dado una formación universitaria, una ocupación muy bien retribuida y le ha ayudado a criar cuatro hijos, pero aun así, se da cuenta de que no puede mantener la mente concentrada en una sola cosa más de 10 segundos seguidos.
Puede ser una sorpresa darse cuenta de lo poco que controlamos nuestro mundo interior, pero ésa es la verdad para casi todo el mundo. Si la aceptamos, podremos dejar de lado un montón de falsas expectativas sobre nosotros mismos. Así que cuando su mente se distraiga, hágala volver sin flagelarse a sí mismo («Debo hacer un mayor esfuerzo»). Siga adelante con la meditación, aunque su mente vuelva a distraerse, una y otra vez. Vuelva a traerla a la concentración. ¡Pronto le resultará más fácil!
La meditación requiere un poco de sentido del humor. Nuestras mentes siempre parecen distraerse más de lo que quisiéramos y aun así, la meditación funciona. Algunas ideas nos han tomado el número: nos pasan un lazo alrededor del cuello y nos arrastran por el fango. Laurence LeShan, el autor de How to Meditate, dice que si tuviéramos tan poco control de nuestros cuerpos como el que tenemos de nuestras mentes, no seríamos capaces de bajar ni un tramo de escalera sin matarnos.
Puede sentirse contento consigo mismo si está razonablemente concentrado durante un par de minutos en una meditación que dura veinte. Son dos minutos enteros libre de la tiranía de los pensamientos. ¡Un logro excelente!
Fuentes: Icaro Dedalosón LIBRO: Aprenda a Meditar de Eric Harrison