Huélgame decir en gran manera y sin mucha prosopopeya, que empapado en muchas intrincadas teorías de enjundioso contenido, sólo anhelaba con ansias infinitas encontrar mi antiguo camino, la senda del “Filo de la Navaja”.
Excluyendo cuidadosamente todo SEUDO-PIETISMO y vana palabrería insubstancial de charla ambigua, definitivamente resolví combinar teoría y práctica.
Sin prostituir la inteligencia al oro, preferí ciertamente prosternarme humildemente ante el Demiurgo creador del Universo.
Riquísimo venero inagotable de esplendores exquisitos, encontré gozoso en las magníficas obras de Krumm Heller, Hartman, Eliphas Levi, Steiner, Max Heindel, etc., etc., etc.
Sin verborrea alguna, seriamente, sinceramente, declaro enfáticamente que por aquella época de mi actual existencia me estudié ordenadamente toda la biblioteca rosa-crucista.
Con ansias infinitas buscaba en el camino a un viandante que poseyese algún bálsamo precioso para sanar mi adolorido corazón.
Sufría espantosamente y clamaba en la soledad invocando a los Santos Maestros de la Gran Logia Blanca.
Franqueado de murallas intelectivas, hastiado de tantas teorías tan complicadas y difíciles, resolví viajar hacia las costas tropicales del mar Caribe…
Allá lejos, sentado como un ermita de los tiempos idos, bajo la sombra taciturna de un árbol solitario, resolví darle sepultura a todo ese séquito difícil del vano racionalismo…
Con mente en blanco, partiendo del cero radical, sumido en meditación profunda, busqué dentro de mí mismo al Maestro Secreto…
Sin ambages confieso y con entera sinceridad, que yo tomé muy en serio aquella frase del testamento de la sabiduría antigua que a la letra dice:
“Antes de que la falsa aurora amaneciera sobre la Tierra, aquellos que sobrevivieron al huracán y a la tormenta, alabaron al INTIMO, y a ellos se les aparecieron los heraldos de la aurora”.
Obviamente buscaba al INTIMO, le adoraba entre el secreto de la meditación, le rendía culto…
Sabía que dentro de mí mismo, en las ignotas reconditeces de mi alma le hallaría, y los resultados no se hicieron esperar mucho tiempo…
Más tarde, en el tiempo, hube de alejarme de la arenosa playa para refugiarme en otras tierras y en otros lugares…
Empero, doquiera que fuese, continuaba con mis prácticas de meditación; acostado en mi lecho o en el duro piso, me colocaba en la forma de estrella flamígera -piernas y brazos abiertos a derecha e izquierda – con el cuerpo completamente relajado…
Cerraba mis ojos para que nada del mundo pudiese distraerme; después me embriagaba con el vino de la meditación en la copa de la perfecta concentración.
Incuestionablemente, conforme intensificaba mis prácticas, sentía que realmente me acercaba al Intimo…
Las vanidades del mundo no me interesaban; bien sabía que todas las cosas de este valle de lágrimas son perecederas…
El Intimo y sus respuestas instantáneas y secretas era lo único que realmente me interesaba.
Samael Aun Weor