Hay una leyenda simpática que pone atención en los “sentimientos” del burro. Este animalito estaba tranquilo en su casa. De pronto vienen dos desconocidos y se lo llevan. Lo tratan muy bien y, encima, adornan ricamente. Alguien lo monta, pero el burro no lo nota porque está halagado por todo lo que le está ocurriendo. Y comienza a caminar entre la muchedumbre. La gente se ha hecho ramos de olivos y palmeras y lo vitorea proclamando al rey Mesías. Entonces el burro se da cuenta de lo famoso e importante que es y se para en dos patas para saludar a la gente que lo aplaude. En ese mismo momento… el rey de de reyes se le cae al piso…
Muchas veces hemos simbolizado al burro con nuestra mente. Los dos son tercos, y cabezotas, si dice que es por allí, por allí tiene que ser. La mente es ignorante de los misterios de la conciencia, el burro es ignorante de quien lleva en su lomo. Así como contaba la leyenda, el burro se cree que son la él todos los alagos, la mente de igual forma se cree poseedora de todas las verdades y por ello hacen caer al Cristo, o sea nos hacen caer en el pecado y el error.
Es muy curioso que Jesús en la biblia pusiese tanta atención en que debía entrar en Jerusalen montado en un burro (mente). Esta parte del evangelio de marcos así nos lo demuestra.
Cuando Jesús y los suyos iban de camino a Jerusalén, al llegar a Betfagé y Betania, cerca del monte de los Olivos, les dijo a dos de sus discípulos: “Vayan al pueblo que ven allí enfrente, al entrar, encontrarán amarrado un burro que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganmelo. Si alguien les pregunta por qué lo hacen, contéstenle: “El Señor lo necesita y lo devolverá pronto”.
Fueron y encontraron al burro en la calle, atado junto a una puerta, y lo desamarraron. Algunos de los que allí estaban les preguntaron: “¿Por qué sueltan al burro?” Ellos le contestaron lo que había dicho Jesús y ya nadie los molestó.
Llevaron el burro, le echaron encima los mantos y Jesús montó en él. Muchos extendían su manto en el camino, y otros lo tapizaban con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante de Jesús y los que lo seguían, iban gritando vivas: “¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! ¡Hosana en el cielo!”.
Marcos 11, 1-10
Por qué Jesús quiso entrar a Jerusalén montado en un pollino de asno?
Se cumple una antigua profecía
En el año 518 a.E.C., Zacarías profetizó la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Escribió: “Grita en triunfo, oh hija de Jerusalén. ¡Mira! Tu rey mismo viene a ti. Es justo, sí, salvado; humilde, y cabalga sobre un asno, aun sobre un animal plenamente desarrollado, hijo de un asna. […] Y él realmente hablará paz a las naciones; y su gobernación será de mar a mar y desde el Río hasta los cabos de la tierra”. (Zacarías 9:9, 10.)
De este modo, la entrada de Jesús en Jerusalén el 9 de Nisán cumplió una profecía bíblica. No fue un acontecimiento casual, sino que estuvo cuidadosamente planeado.
Un mensaje de realeza
A menudo una imagen vale más que las palabras. Por eso, Jehová ha hecho que, en algunas ocasiones, sus profetas representen el mensaje que transmiten para reforzar su contenido profético. (1 Reyes 11:29-32; Jeremías 27:1-6; Ezequiel 4:1-17.) Este método de comunicación visual marcaba indeleblemente incluso la mente de los observadores de corazón más duro. De igual manera, Jesús transmitió un importante mensaje al entrar montado sobre un asno en la ciudad de Jerusalén. ¿Qué mensaje?
En tiempos bíblicos el asno se usaba para propósitos nobles. Por ejemplo, Salomón fue cabalgando sobre la “mula” de su padre, la prole híbrida de un asno, hasta el lugar donde se le iba a ungir rey. (1 Reyes 1:33-40.) Así, el hecho de que Jesús entrara en Jerusalén montado sobre un asno significó que se presentaba como rey. La respuesta de la muchedumbre así lo confirmó. La gente —posiblemente galileos en su mayoría— extendió sus prendas de vestir ante Jesús, un gesto que recordaba el anuncio público del entronizamiento de Jehú. (2 Reyes 9:13.) El que llamaran a Jesús “el hijo de David” destacó su derecho legal como gobernante. (Lucas 1:31-33.) Y el uso de palmas mostró con claridad su sumisión a la autoridad real de Jesús. (Compárese con Revelación 7:9, 10.)
De este modo, la procesión que entró en Jerusalén el 9 de Nisán transmitía claramente el mensaje de que Jesús era el Mesías y Rey nombrado por Dios. Por supuesto, esta presentación de Jesús no alegró a todos. En particular los fariseos pensaron que era completamente impropio que Jesús recibiera honores reales. “Maestro —dijeron, probablemente en tono airado—, reprende a tus discípulos.” A lo que Jesús respondió: “Les digo: Si estos permanecieran callados, las piedras clamarían”. (Lucas 19:39, 40.) En efecto, el Reino de Dios fue el tema de la predicación de Jesús. Y él proclamaría valerosamente este mensaje fuera que la gente lo aceptara o no.