Había una vez, un hombre muy creyente que había llegado a un momento en su vida en que no sabía qué hacer, qué camino seguir, se encontraba muy desorientado. Entonces, se puso a orar y pidió a Dios que le envíe una señal, que él gustoso la tomaría y serviría para decidir qué camino seguir.
Un día, paseando por la pradera, decidió sentarse a la sombra de un árbol, y observó que a pocos centímetros de él, se encontraba un pequeño coyote herido, sangrando. Muy sorprendido quedó cuando vió que un tigre se aproximó al animal, lo olfateó, pero no le hizo nada, se retiró y, al rato, apareció con una laucha que había cazado para darle de comer al animal herido.
Más tarde, el tigre volvió al lugar con el buche lleno de agua, que depositó al lado del coyote, para que éste bebiera.
El hombre, estaba muy sorprendido, ¿cómo era que el tigre no se comió al coyote, aprovechando que estaba en desventaja, por estar herido?
Esto era la señal que tanto esperaba!
El hombre , volvió al pueblo, se sentó en el banco de la plaza con un plato en una mano y el gorro en la otra, esperando que alguien se ocupe de él, tal como lo hizo el tigre con el coyote.
Pero la gente pasaba, lo miraba, y nadie colocaba nada en su plato, tampoco en su sombrero.
Pasaron los días, y el hombre cansado, desalineado, con hambre y sed, dirigió su mirada al cielo y con una actitud de reclamo, le habló a Dios diciendo: ¡Me engañaste, me enviastes una señal, hiciste que yo la interpretara, y cuando la pongo en práctica, me doy cuenta de que no resulta!!
Y Dios le contestó:
Te mandé la señal que me pediste, pero la interpretaste mal. ¿Quién te dijo que tú eras el coyote a quien otro tiene que cuidar?
¿No se te ocurrió pensar que tu camino es el del tigre, que sirvió al otro?