La Gnosis es ese conocimiento que – revelando al hombre su verdadera naturaleza – le hace consciente de estar ya salvado prácticamente aquí desde siempre.
Con el descubrimiento en efecto de su verdadero ser, el gnóstico es por así decir restituido a si mismo, es decir, adquiere de nuevo la consciencia de su auténtica naturaleza y por ello tiende naturalmente a volver a ser aquello que en el fondo no ha nunca cesado de ser, incluso cuando no había perdido el recuerdo: una chispa de Luz prisionera de las Tinieblas.
Consecuencia de esta toma de consciencia es que siente extraño a este mundo absurdo y hostil, al cual sabe ahora ser pre-existente y donde se encuentra sin su culpa, proviniendo de un mundo divino de plenitud y de perfección.
La salvación es para el, por lo tanto, el retorno a ese lugar de luz y a las condiciones primigenias en las que – desprovisto del cuerpo material y por lo tanto liberado de las obsesiones de las necesidades y los deseos – se encontraba antes de su nacimiento y caída aquí.
Ha descubierto que no es de este mundo – al cual es extraño por su naturaleza y linaje superior – y ha adquirido con la consciencia de si mismo la certeza de tener por consiguiente en si los instrumentos de la salvación; su tarea consiste ahora en reunir sus miembros dispersos (= su alma) en el mundo extraño para concentrarlos en su centro (= su Ser o Si mismo que es su Yo auténtico y original).
Es así como el conocimiento del ser está ya prácticamente a salvo y elevado sobre el mundo y sus leyes; de esta forma es contemporáneamente investido también del poder de imponer al mundo su perfección.
En este sentido la Gnosis – cual conocimiento de la realidad esencial del hombre – es fundamentalmente la verdadera y única religión de la salvación.
En todo el gnosticismo – más allá de las formas distintas de los sistemas y corrientes – existe esta concordancia en cuanto al mismo motivo de fondo común: la salvación por medio del conocimiento.
La salvación por medio del conocimiento es una aspiración que caracteriza a distintos movimientos religiosos que no obstante no son comúnmente considerados como formando parte del gnosticismo; pero el gnosticismo logra un tipo de religiosidad especial, que reúne y sintetiza en si las aspiraciones orientales y occidentales: el Oriente metafísico que aspira a la liberación y el Occidente religioso que aspira a la salvación. Habiendo tomado consciencia de su realidad esencial, el gnóstico considera su vida actual (limitada y atormentada) nada más que un paréntesis, un tránsito y su nacimiento carnal un desgraciado accidente, una caída, y por ello aspira con todas sus fuerzas a la reintegración en su ser original; y por medio de la Gnosis tiene la revelación de su verdadera naturaleza y los medios para liberarse de su presente situación de sufrimiento y envilecimiento.
En efecto, la consciencia de su íntima esencia verdadera y de su origen le da la certeza y la garantía de su destino futuro, el del retorno ineludible antes o después a su gloriosa condición original, es decir, el retorno al si mismo, del que de alguna forma estaba temporalmente alejado.
Hijo de Dios por herencia legítima y naturaleza íntima, su actual situación alienante es solo temporal y aparente en cuanto su toma de consciencia es ya el inicio de una restauración.
En efecto, no se trata para el gnóstico de una situación de llegar ni de conquistar, sino de una realidad olvidada, y por ello se trata simplemente de redescubrir mediante la certeza de estar prácticamente ya realizado y salvado.
Es así como el gnóstico – despertándose a si mismo y reconociéndose esencialmente perfecto debido a su origen divino – muestra por el mundo deficiente y por todo lo que le es inherente, profunda piedad y también desprecio, porque se consagra completamente a la realidad inmutable y eterna, en donde solamente existe plena libertad y salvación completa.
Pero si el gnóstico se salva por medio del conocimiento, ¿qué es lo que en realidad debe ser salvado?. Lo aclara una oración cátara: “No tengas piedad de la carne corruptible nacida de la corrupción; ten en cambio piedad del espíritu aprisionado en la carne.”
El gnóstico considera su cuerpo como la prisión donde su Ser está aprisionado y su pesimismo se extiende a toda la creación sensible que considera una obra fallida si no directamente funesta. El se ofende dolorosamente por el hecho de haber sido arrojado en el mundo malvado, extraño y absurdo, en un mundo por el cual su ser no siente ninguna afinidad.
Proclama un salmo Naaseno: “mi alma vaga por los meandros del mundo, sede del mal.”
El problema del mal es para el gnóstico obsesionante de manera que tiene que oponer al Dios bueno un Principio malvado, creador del mundo y de los cuerpos.
Asimismo el tiempo le obsesiona porque pertenece a este mundo material; el tiempo precisamente es en si insuficiente y nace de una deficiencia; de la dispersión de la vida en el Kenoma de una realidad que ya existía antes, una e íntegra, completa en el seno del Pleroma.
Por ello no desea otra cosa que liberarse del mundo y del tiempo para retornar o restablecerse fuera de todo devenir, en el estado que era su origen glorioso: en la estabilidad y verdad del Pleroma, del Aghion, del Ser Eterno, de su ser total.
Aprisionado y arrojado en el mundo y en el devenir, el gnóstico se siente como exiliado en una tierra extranjera y hostil y por ello advierte la lancinante nostalgia de la patria lejana puesto que ha descubierto que es por naturaleza y esencia originario de un más allá; y que no es de este mundo sino a causa del cuerpo y de sus pasiones inferiores.
Su parte superior es un principio divino que está aquí en exilio; a través del conocimiento toma consciencia de su origen verdadero y primitivo y ya con este reconocimiento sabe que se salvará pase lo que pase.
El conocimiento de si mismo es precisamente el comienzo de la vuelta a casa, de la reintegración, el principio de su perfección de la misma forma que el conocimiento de Dios es la consumación.
Habiendo encontrado así su verdadero ser atemporal y ontológico y habiendo tomado consciencia con ello, de la condición gloriosa y divina que fue suya en un pasado inmemorial, llega a darse cuenta de que: estoy en el mundo, pero no soy del mundo.
Y desde esta óptica la vida en el mundo le parece mala como mezcla violenta y anormal de dos naturalezas o dos formas de ser contrarias e irreconciliables. ¿Como es posible una dualidad tal y como salvarse de ella?.
El gnóstico a través del conocimiento supera la dualidad que es solamente de la dualidad externa y resuelve al mismo tiempo el enigma del origen del mal.
La Gnosis es así una experiencia durante la cual — en el curso de una iluminación que es al mismo tiempo regeneración y divinización — el hombre vuelve a reconocerse como es verdaderamente y por consiguiente a encontrarse en su auténtica realidad y con esta toma de consciencia adquiere también la certeza de que — aunque actualmente su condición pueda ser mísera y dolorosa — es por derecho hereditario un Hijo de Dios y por eso mismo inmortal y, en definitiva está a pesar de todo ya salvado.
La causa de su drama es el existir (del latín existere, es decir fuera de) por el cual su vida en el mundo es un descenso a lo inferior que constriñe su alma en un cuerpo de carne, corruptible pero instrumento necesario de expresión y de acción: un vestido útil para la experiencia pero que le queda pequeño.
El gnóstico, reconociéndose como fue en origen, es decir ciudadano del Pleroma, tiende por consiguiente a liberarse del mundo de la necesidad para ser reintegrado fuera del devenir y del finito diluyente para recuperar su glorioso destino original.
Habiendo tomado consciencia de que su origen y su auténtica morada está más allá del cuerpo, del tiempo y del mundo, se considera a si mismo y al mundo como dos realidades diferentes: se pregunta por qué el mal que constata en el mundo, donde está obligado a sufrirlo, como resultado de la mezcolanza de estas dos naturalezas o modalidades de ser incompatibles entre si y tiende a disociarlas con objeto de realizar su esencia profunda liberándola de las supraestructuras contaminantes del mundo y finalmente romper su conexión con el devenir de la manifestación.
En ese sentido la Gnosis se muestra entonces como una Vía o Camino dirigido a la Reintegración, un ideal que debe marcar la actitud de todo auténtico gnóstico.
La salvación en efecto interesa solamente a la parte atemporal, eterna del hombre, puesto que ni la carne ni la sangre, que son materiales, pueden heredar el Reino, por lo que ocurre un alejamiento psicológico del cuerpo y la superación de la sensualidad animal, que se hace posible gracias a la unión, al matrimonio espiritual del reflejo (que es en la creación nuestra alma) con el Yo real, el Ángel (que es nuestra personalidad trascendente, la Entidad divina en nosotros, el Si mismo).
Se lee en el Evangelio apócrifo de Eva: “Yo soy tu y tu eres yo y donde quiera que estés allí estoy yo; y estoy también en todas las cosas diseminadas por el universo. Así que en cualquier lugar que desees, recógeme y, recogiéndome, te recoges tu mismo.”
La salvación o resurrección gnóstica se identifica con el despertar del Espíritu a la Verdad y con la regeneración interna a través del conocimiento; el neumático (= el Perfecto, el Gnóstico) una vez iluminado, puede considerarse ya aquí y ahora resucitado o salvado.
Y para anticipar la perspectiva futura de la consumación final, el gnóstico busca con empeño y constancia realizarla individualmente ya aquí y ahora, en si mismo y por si mismo, participando con la representación imaginativa mediante el rito, que es la representación preliminar del retorno del alma a la patria trascendente y de sus nupcias celestiales con el Ángel o el verdadero Ser o Si mismo, su prototipo eterno.
La regeneración, que es ante todo iluminación a través del conocimiento, es obra del Ser o Si mismo inmortal que transforma poco a poco el hombre antiguo en hombre nuevo arrancando de los miembros del hombre carne (en el que están aprisionados, sofocados, paralizados y sepultados) los miembros del hombre neumático o perfecto de tal forma que el proceso de la operación restituye al gnóstico a si mismo, restaura el Espíritu o Si mismo en la plenitud y totalidad que tenía antes de descender del Pleroma en el mundo.
Así despierto, encontrándose, recogiendo de si y en si las energías propias, hasta ahora dispersas y adormecidas en los miembros de la carne y de la sangre, recupera el pleno uso y poder de todas sus facultades, y de carnal se transforma en espiritual, neumático.
Encontrarse así quiere también decir recuperar la posesión de la individualidad propia tal como existe en Dios, esto es, en la propia auténtica realidad esencial; reconocer que venimos de Dios, que somos sus hijos, hijos por tanto del padre que a través de nosotros está vivo en la creación;
O sea de este Padre Trascendente que se hace inmanente en nosotros, por el cual no solo tenemos la esperanza, sino la certeza de ser ciudadanos del Reino, hijos de la Luz, en cuanto Luz y Reino al igual que la Vida, en los textos gnósticos son sinónimos intercambiables del Pleroma, que es Eternidad.
El Pleroma es precisamente el sitio infinito en el que el ser de todos nosotros subsiste desde siempre y para siempre, definitivamente realizado, más allá de todos sus contingentes y expresiones transitorias; es el lugar atemporal en el que el principio y el fin de nuestro ser se unen confundiéndose.
Es por esto que el gnóstico, estando y viviendo en el mundo, no es del mundo que no le pertenece, por ello su existir se convierte en la búsqueda de si mismo para ser si mismo, hombre total;
pero en él su deseo de ser completamente si mismo realizado, se une la nostalgia de otro mundo, de un mundo sin estas miserias y tragedias, de un mundo trascendente perfecto y superior al espacio-tiempo, lugar de la verdadera Vida, de la quietud, de la paz, plenitud de la que se siente provisionalmente exiliado, pero a la que antes o después volverá, aunque en verdad nunca haya dejado de estar en ella.
Itinerario el suyo que desemboca en una vuelta a si mismo, de tal forma que la Gnosis para él se confunde durante todo el proceso con la búsqueda, con el encuentro, con la reconquista de si mismo, en suma se reconoce como un yo a la búsqueda de su Ser.
¿Por qué estoy aquí?, ¿de donde hemos venido?, ¿ qué estoy haciendo y que tengo que hacer con este mundo malvado?.
De la meditación por dar respuesta a esta agnóstica pregunta surge en él la concepción de la regeneración, como condición para volver al lugar y al estado original, antes de su generación carnal.
Mientras en su obstinada y sufrida búsqueda, descubre finalmente la salida a través de la cual huir de la prisión en la que está recluido y también las palabras de orden que le permitirán, en cuanto sea liberado del propio cuerpo, escapar de los Arcontes, que son los guardianes.
Sin embargo, todo gnóstico tiende a elaborar por su cuenta un sistema propio de Gnosis aunque en el interior de una determinada Comunidad o Escuela, porque no rige una ortodoxia ni existe una Iglesia Exterior y los contactos en el interior de los grupos son solamente espirituales: toda una élite compuesta de elegidos, una aristocracia espiritual de aquellos que son reconocidos como Hijos de Dios, poseedores de la Gnosis y por ello mismo neumáticos, espíritus superiores: superiores a los psíquicos, que tienen un alma pero en los que el Espíritu está aún dormido, y sobre todo superiores a los hílicos, que se identifican solamente con el cuerpo.
No podemos ignorar en esta visión condensada de los gnósticos el hecho de que en muchos autores que han escrito sobre este tema se encuentran a menudo referencias, más o menos específicas, a ritos abominables practicados por ciertas sectas; en general muchas son fruto de la fantasía o a insuficiente documentación.
Por Tau Johannes