Comprendiendo la Semana Santa: VIERNES DE PASIÓN 4.67/5 (3)

Viernes Santo, VIERNES DE CRUCIFIXIÓN

  • Interrogatorio de judíos y romanos a Jesús
  • La negación de Pedro
  • Suicidio de Judas
  • Crucifixión en el monte de las calaveras
  • Se hace sepultura de Jesús

 

 

 

JUICIO ANTE LOS JUDÍOS

 

Jesús ante el Sanedrín

jesus sanedrinSegún San Juan

18:12 El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.

18:13 Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. 

18:14 Caifás era el que había aconsejado a los judíos: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo”.

 

Según San Mateo

26:57 Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. 

26:58 Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.

26:59 Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; 

26:60 pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos 

26:61 que declararon: “Este hombre dijo: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días””. 

El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?”

26:63 Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: “Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”. 

26:64 Jesús le respondió: “Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo”. 

26:65 Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia.

26:66 ¿Qué les parece?” Ellos respondieron: “Merece la muerte”. 

26:67 Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, 

26:68 diciéndole: “Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó”.

 

Que autoridad tenía el sanedrín

sanedrin3Caifás se casó con la hija de Anás, otro sumo sacerdote. El matrimonio posiblemente se concertó años antes de la boda debido al interés de las dos casas por establecer una firme alianza.

Sin lugar a dudas, Anás quería estar seguro de que su futuro yerno fuera un aliado político de confianza; además, parece que los dos pertenecían a la poderosa secta de los saduceos 

El sumo sacerdocio siempre había sido un cargo hereditario y vitalicio, pero los Asmoneos lo usurparon en el siglo segundo antes de nuestra era.* Herodes el Grande nombraba y destituía a los sumos sacerdotes, mostrando así que era él quien controlaba ese puesto. Los gobernadores romanos siguieron ese mismo patrón.

A raíz de estos hechos se formó un grupo al que las Escrituras llaman “sacerdotes principales” (Mateo 26:3, 4). En él figuraban, junto a Caifás, anteriores sumos sacerdotes como el propio Anás, quien había sido depuesto del cargo pero aún conservaba el título. Este círculo selecto también incluía a familiares cercanos tanto del sumo sacerdote del momento como de otros que lo habían sido con anterioridad.

Los romanos permitían que los miembros de la aristocracia judía, entre ellos los sacerdotes principales, se encargaran de la administración cotidiana de Judea. De esta forma, Roma controlaba la provincia y se aseguraba el cobro de los impuestos sin necesidad de desplazar muchos soldados a la zona. Se esperaba de la jerarquía judía que mantuviera el orden y defendiera los intereses romanos. A pesar de que los gobernadores del imperio sentían poca simpatía por los líderes judíos, y estos, a su vez, se sometían a regañadientes a su dominación, a ambas partes les interesaba cooperar para mantener un gobierno estable.

 

Miedo a Jesús, miedo a Roma

jesus sanedrin2 Caifás veía en Jesús a un peligroso agitador de masas. Jesús cuestionó la interpretación que la jerarquía judía hacía del sábado y expulsó a los mercaderes y cambistas del templo acusándolos de convertirlo en una “cueva de salteadores” (Lucas 19:45, 46). Algunos historiadores creen que los mercados que había en el templo pertenecían a la casa de Anás, lo cual daría a Caifás otra razón para tratar de silenciar a Jesús. Cuando los sacerdotes principales enviaron oficiales a arrestar a Jesús, estos quedaron tan admirados al oírle que regresaron con las manos vacías (Juan 2:13-17; 5:1-16; 7:14-49).

Pensemos en lo que sucedió al enterarse los líderes judíos de que Jesús había resucitado a Lázaro. El Evangelio de Juan relata: “Los sacerdotes principales y los fariseos reunieron el Sanedrín y empezaron a decir: ‘¿Qué hemos de hacer, porque este hombre ejecuta muchas señales? Si lo dejamos así, todos pondrán fe en él, y los romanos vendrán y nos quitarán nuestro lugar así como nuestra nación’” (Juan 11:47, 48). El Sanedrín pensaba que Jesús era una amenaza para sus intereses religiosos y para el orden público, por el cual eran responsables ante Pilato. Cualquier movimiento popular que los romanos interpretaran como sedicioso provocaría su intervención en los asuntos judíos, algo que el Sanedrín quería evitar a toda costa.

Caifás no podía negar que Jesús realizaba obras poderosas, pero, en vez de poner fe en él, procuró salvar su prestigio y autoridad. ¿Cómo iba a reconocer que Lázaro había resucitado? Caifás pertenecía a los saduceos, quienes no creían en la resurrección (Hechos 23:8).

La maldad de Caifás quedó patente cuando dijo a los demás gobernantes: “No raciocinan que les es de provecho a ustedes que un solo hombre muera en el interés del pueblo, y no que la nación entera sea destruida”. Y el relato sigue diciendo: “Esto, sin embargo, no lo dijo por sí mismo; sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús estaba destinado a morir por la nación, y no por la nación solamente, sino para que a los hijos de Dios que están esparcidos también los reuniera en uno. Por eso, desde aquel día entraron en consejo para matarlo [a Jesús]” (Juan 11:49-53).

Caifás no se daba cuenta de la trascendencia de sus palabras. En su posición de sumo sacerdote profetizó que la muerte de Jesús resultaría beneficiosa, pero no para los judíos solamente.* El sacrificio redentor de Cristo proporcionó el medio para liberar a toda la humanidad de la esclavitud al pecado y la muerte.

 

Caifás no desistió en su intento de inculpar a Jesús, ni siquiera cuando los testigos falsos no pudieron ponerse de acuerdo en sus acusaciones contra él. Como el sumo sacerdote sabía lo que sus aliados en la conspiración pensaban respecto a cualquiera que se proclamara Mesías, interrogó a Jesús para ver si este se atribuía dicho título. Jesús le respondió que sus acusadores lo verían “sentado a la diestra del poder y viniendo sobre las nubes”. En un gesto de fingida devoción, “el sumo sacerdote rasgó sus prendas de vestir exteriores, y dijo: ‘¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos?’”. El Sanedrín concordó en que Jesús merecía morir (Mateo 26:64-66).

Los romanos debían aprobar las ejecuciones, y puesto que Caifás era el intermediario entre ellos y los judíos, es probable que fuera él quien presentara el caso ante Pilato. Cuando este intentó liberar a Jesús, posiblemente Caifás estaba entre los sacerdotes principales que gritaron: “¡Al madero con él! ¡Al madero con él!” (Juan 19:4-6).

 

Caifás se negó a aceptar las pruebas de que Jesús había resucitado. Se opuso a Pedro y a Juan, y más tarde a Esteban. También autorizó a Saulo para que arrestara a cualquier cristiano que encontrara en Damasco

 

 Fue la arrogancia lo que impidió que Caifás aceptara al Mesías. Por lo tanto, hoy en día no debemos desanimarnos cuando las personas rechazan el mensaje de las Escrituras. Algunas no tienen suficiente interés en las verdades bíblicas como para abandonar creencias arraigadas; otras quizás piensen que hacerse predicadores humildes de las buenas nuevas las rebajaría, y a las que son deshonestas o ambiciosas, las ahuyentan las normas cristianas.

Aunque Caifás pudo haber usado su posición de sumo sacerdote para que los demás judíos aceptaran al Mesías, sus ansias de poder lo llevaron a condenar a Jesús, y es probable que su oposición al cristianismo lo acompañara hasta la tumba. 

 

JUICIO ANTE LOS ROMANOS

Jesús ante Pilato 

Mateo 27, 1-2.11-14 / Marcos 15, 1-5 / Juan 18, 28-40

ante pilatos2

23:1 Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato. 

23:2 Y comenzaron a acusarlo, diciendo: “Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías”. 

23:3 Pilato lo interrogó, diciendo: “¿Eres tú el rey de los judíos?” “Tú lo dices”, 

 le respondió Jesús.

23:4 Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: “No encuentro en este hombre ningún motivo de condena”. 

23:5 Pero ellos insistían: “Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí”.

23:6 Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. 

23:7 Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.

 

El interrogatorio de Jesús ante el Sanedrín concluyó como Caifás había previsto: Jesús había sido declarado culpable de blasfemia, un crimen para el que estaba previsto la pena de muerte. Pero como la facultad de sancionar con la pena capital estaba reservada a los romanos, se debía transferir el proceso ante Pilato, con lo cual pasaba a primer plano el aspecto político de la sentencia de culpabilidad. Jesús se había declarado a sí mismo Mesías, había, pues, reclamado para sí la dignidad regia, aunque entendida de una manera del todo singular. La reivindicación de la realeza mesiánica era un delito político que debía ser castigado por la justicia romana. Con el canto del gallo había comenzado el día. El gobernador romano acostumbraba a despachar los juicios por la mañana temprano.

 

La imagen de Pilato en los Evangelios nos muestra muy realísticamente al prefecto romano como un hombre que sabía intervenir de manera brutal, si eso le parecía oportuno para el orden público. Pero era consciente de que Roma debía su dominio en el mundo también, y no en último lugar, a su tolerancia ante las divinidades extranjeras y a la fuerza pacificadora del derecho romano. Así se nos presenta a Pilato en el proceso a Jesús.

 

La acusación de que Jesús se habría declarado rey de los judíos era muy grave. Es cierto que Roma podía reconocer efectivamente reyes regionales, como Herodes, pero debían ser legitimados por Roma y obtener de Roma la circunscripción y delimitación de sus derechos de soberanía. Un rey sin esa legitimación era un rebelde que amenazaba la Pax romana y, por consiguiente, se convertía en reo de muerte.

Pero Pilato sabía que Jesús no había dado lugar a un movimiento revolucionario. Después de todo lo que él había oído, Jesús debe haberle parecido un visionario religioso, que tal vez transgredía el ordenamiento judío sobre el derecho y la fe, pero eso no le interesaba. Era un asunto del que debían juzgar los judíos mismos. Desde el aspecto del ordenamiento romano sobre la jurisdicción y el poder, que entraban dentro de su competencia, no había nada serio contra Jesús.

 

 

Jesús ante Herodes

ante herodes23:8 Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. 

23:9 Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. 

23:10 Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. 

23:11 Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. 

23:12 Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.

Jesús de nuevo ante Pilato

23:13 Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, 

23:14 y les dijo: “Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; 

23:15 ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. 

23:16 Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.

 

herodesHerodes Antipas. Hijo de Herodes el Grande y Maltace (una samaritana). Fue criado en Roma junto con su hermano Arquelao. En el testamento de Herodes se había nombrado a Antipas para recibir el trono. Sin embargo, al final Herodes cambió el testamento y nombró a Arquelao. Antipas impugnó el testamento delante de César Augusto, quien apoyó el derecho de Arquelao, pero dividió el reino, y dio a Antipas la tetrarquía de Galilea y Perea. El término “tetrarca”, que significa “gobernante sobre una cuarta parte” de una provincia, se aplicaba a un gobernante de un distrito menor o a un príncipe territorial. No obstante, puede que a nivel popular se le haya llamado rey, como a Arquelao. (Mt 14:9; Mr 6:14, 22, 25-27.) 

 

Tiempo después, Antipas quedó aterrorizado cuando oyó del ministerio de Jesús (de su predicación, de que hacía curaciones y expulsaba demonios), temiendo que fuese en realidad Juan que había sido levantado de entre los muertos. A partir de entonces tuvo gran interés en ver a Jesús, no para oír su predicación, sino debido a que no estaba seguro de su identidad. (Mt 14:1, 2; Mr 6:14-16; Lu 9:7-9.)

 

 Cuando Herodes vio a Jesús, se regocijó, no porque estuviese interesado en su bienestar o porque desease hacer un intento sincero por ver si eran verdad o no los cargos que los sacerdotes y los escribas presentaban en contra de él, sino porque quería ver a Jesús ejecutar alguna señal. Jesús rehusó hacerlo y permaneció en silencio cuando Herodes le interrogó “con muchas palabras”. Sabía que su comparecencia delante de Herodes se le había impuesto solo en son de burla. Decepcionado con Jesús, Herodes le desacreditó y se burló de él, vistiéndole con una prenda vistosa, y luego lo envió de regreso a Pilato, que era la autoridad superior en lo que concernía a Roma.

 

 

 

Jesús de nuevo ante Pilato

ante pilatos

19:1 Pilato mandó entonces azotar a Jesús. 

19:2 Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto de color púrpura,

19:3 y acercándose, le decían: “¡Salud, rey de los judíos!”, y lo abofeteaban.

19:4 Pilato volvió a salir y les dijo: “Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena”.

19:5 Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto de color púrpura. Pilato les dijo: “¡Aquí tienen al hombre!”

19:6 Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” Pilato les dijo: “Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”. 

19:7 Los judíos respondieron: “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios”.

19:8 Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.

19:9 Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Pero Jesús no le respondió nada. 

19:10 Pilato le dijo: “¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?”

19:11 Jesús le respondió: “Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave”.

 

pilatos manosDespués del interrogatorio, Pilato tuvo claro lo que en principio ya sabía antes. Este Jesús no es un revolucionario político, su mensaje y su comportamiento no representa una amenaza para la dominación romana. Si tal vez ha violado la Torá, a él, que es romano, no le interesa.

Pero parece que Pilato sintió también un cierto temor supersticioso ante esta figura extraña. Pilato era ciertamente un escéptico. Pero como hombre de la Antigüedad tampoco excluía que los dioses, o en todo caso seres parecidos, pudieran aparecer bajo el aspecto de seres humanos. Juan dice que los «judíos» acusaron a Jesús de haberse declarado Hijo de Dios, y añade: «Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más» (19,8).

Pienso que se debe tener en cuenta este miedo de Pilato: ¿acaso había realmente algo de divino en este hombre? Al condenarlo, ¿no atentaba tal vez contra un poder divino? ¿Debía esperarse quizás la ira de estos poderes? Pienso que su actitud en este proceso no se explica únicamente en función de un cierto compromiso por la justicia, sino precisamente también por estas cuestiones.

 

Obviamente, los acusadores se percatan muy bien de ello y, a un temor, oponen ahora otro temor. Contra el miedo supersticioso por una posible presencia divina, ponen ante sus ojos la amenaza muy concreta de perder el favor del em perador, de perder su puesto y caer así en una situación delicada. La advertencia: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César» (Jn19,12), es una intimidación. Al final, la preocupación por su carrera es más fuerte que el miedo por los poderes divinos.

Pero antes de la decisión final hay todavía un intermedio dramático y doloroso en tres actos, que al menos brevemente hemos de considerar.

El primer acto consiste en que Pilato presenta a Jesús como candidato a la amnistía pascual, tratando así de liberarlo. Sin embargo, con ello se expone a una situación fatal. Quien es propuesto como candidato para una amnistía ya está condenado de por sí. Sólo en este caso tiene sentido la amnistía. Si corresponde a la gente el derecho a decidir por aclamación, después de ésta quien no ha sido elegido ha de considerarse condenado. En este sentido la propuesta para la liberación mediante la amnistía incluye ya implícitamente una condena.

 

Jesús y Barrabás

Marcos 15, 6-15 / Lucas 23, 18-25 / Juan 18, 39-40

jesus o barrabas

27:15 En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. 

27:16 Había entonces uno famoso, llamado Barrabás.

27:17 Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: “¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?”

27:18 Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. 

27:19 Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: “No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho”.

27:20 Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. 

27:21 Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: “¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?” Ellos respondieron: “A Barrabás”.

27:22 Pilato continuó: “¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?”. Todos respondieron: “¡Que sea crucificado!”

27:23 Él insistió: “¿Qué mal ha hecho?” Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: “¡Que sea crucificado!”

27:24 Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos 

delante de la multitud, diciendo: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”.

27:25 Y todo el pueblo respondió: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. 

27:26 Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

 

Barrabás Sobre la contraposición entre Jesús y Barrabás, así como sobre el significado teológico de esta alternativa, he escrito detalladamente en la primera parte de esta obra (cf. pp. 65s). Por tanto, baste recordar aquí brevemente lo esencial. Juan denomina a Barrabás, según nuestras traducciones, simplemente como «bandido» (18,40). Pero, en el contexto político de entonces, la palabra griega que usa había adquirido también el significado de «terrorista» o «combatiente de la resistencia». Que éste era el significado que se quería dar resulta claro en la narración de Marcos: «Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta» (15,7).

Barrabás («hijo del padre») es una especie de figura mesiánica; en la propuesta de amnistía pascual están frente a frente dos interpretaciones de la esperanza mesiánica. Se trata de dos delincuentes acusados según la ley romana de un delito idéntico: sublevación contra la Pax romana. Está claro que Pilato prefiere el «exaltado» no violento, que para él era Jesús. Pero las categorías de la multitud y también de las autoridades del templo son diferentes. La aristocracia del templo llega a decir como mucho: «No tenemos más rey que al César» (Jn 19,15); pero esto es sólo en apariencia una renuncia a la esperanza mesiánica de Israel: a este rey no le queremos. Ellos quieren otro tipo de solución al problema. La humanidad se encontrará siempre frente a esta alternativa: decir «sí» a ese Dios que actúa sólo con el poder de la verdad y el amor o contar con algo concreto, algo que esté al alcance de la mano, con la violencia.

Los seguidores de Jesús no están en el lugar del proceso. Están ausentes por miedo. Pero faltan también porque no se presentan como masa. Su voz se hará oír en Pentecostés, en el sermón de Pedro, que entonces «traspasará el corazón» de aquellos hombres que anteriormente habían preferido a Barrabás. Cuando éstos preguntan: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?», se les responde: «Convertíos»; renovad y transformad vuestra forma de pensar, vuestro ser (cf. Hch 2,37s). Éste es el grito que, ante la escena de Barrabás, como en todas sus representaciones sucesivas, debe desgarrarnos el corazón y llevarnos al cambio de vida.

 

El segundo acto está sintetizado lacónicamente en la frase de Juan: «Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar» (19,1). La flagelación era el castigo que, según el derecho romano, se infligía como pena concomitante a la condena a muerte (cf. HengelSchwemer, p. 609). En Juan aparece sin embargo como algo que tiene lugar en el contexto del interrogatorio, una medida que el prefecto estaba autorizado a tomar en virtud de su poder policial. Era un castigo extremadamente bárbaro; el condenado «era golpeado por varios guardias hasta que se cansaban y la carne del delincuente colgaba en jirones sanguinolentos» (Blinzler, p. 321). Rudolf Pesch comenta: «El hecho de que Simón de Cirene tuviera que llevar a Jesús el travesaño de la cruz y que Jesús muriera tan rápidamente tal vez tiene que ver, razo nablemente, con la tortura de la flagelación, durante la cual otros delincuentes ya perdían la vida» (Markusevangelium, II, p. 467).

 

La coronación de espinas

Marcos 15, 16-20 / Juan 19, 2-3

corona de espinas

27:27 Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. 

27:28 Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. 

27:29 Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: “Salud, rey de los judíos”. 

27:30 Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza.

27:31 Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

 

El tercer acto es la coronación de espinas. Los soldados juegan cruelmente con Jesús. Saben que dice ser rey. Pero ahora está en sus manos, y disfrutan humillándolo, demostrando su fuerza en Él, tal vez descargando de manera sustitutiva su propia rabia contra los grandes. Lo revisten —a un hombre golpeado y herido por todo el cuerpo— con signos caricaturescos de la majestad imperial: el manto de color púrpura, la corona tejida de espinas y el cetro de caña. Le rinden honores: «¡Salve, rey de los judíos!»; su homenaje consiste en bofetadas con las que manifiestan una vez más todo su desprecio por él (cf. Mt 27,28ss; Mc 15,17ss; Jn 19,2s).

 

LAS NEGACIONES DE PEDRO

negacion de pedroLa primera negación fue así: “Y seguía a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este otro discípulo era conocido del pontífice y entró con Jesús en el palacio del pontífice mientras que Pedro se quedaba fuera, en la puerta. salió el otro discípulo, conocido del pontífice, habló con la portera e introdujo a Pedro”(Jn). Y dice la portera a Pedro”mirándole fijamente” y comentando que estaba con Jesús el galileo: ´¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?´ Él respondió: ´No soy´. Los siervos y los guardias que habían hecho fuego, pues hacía frío, estaban calentándose. Estaba también Pedro con ellos y se calentaba”(Jn). Pedro inquieta añade: “No sé lo que dice”, “ni sé ni entiendo lo que tú dices”, “mujer, no lo conozco”(Lc).

 Es posible reconstruir con un cierto orden los hechos. Juan marcha a conseguir un permiso para entrar en el atrio del palacio del pontífice, Pedro permanece en la puerta. En lugar de callar es indiscreto y habla con aquella mujer, la cual, como suele suceder en su oficio, era curiosa y percibe tanto el nerviosismo y agitación de Pedro como su inconfundible acento galileo. Pedro no piensa que el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. La primera negación es fruto de imprudencia y de irreflexión. Juan habla con la portera y garantiza la personalidad de su amigo.

 La portera abrió la puerta al desconocido con una cierta desconfianza. Le nota nervioso y huidizo. Y decide no perderle de vista. Pedro piensa que la mejor manera de pasar inadvertido es hacer lo que los demás hacen: se acerca al fuego, y allí se produjo la segunda tentación. Pedro se coloca a plena luz ante el fuego, un poco por frío, y otro poco para aparentar naturalidad. Cuando Pedro sintió la mirada de la criada que le examinaba fijamente, desvió la vista algo asustado. Lo lógico era percibir un peligro, huir o declararse discípulo de Jesús, pero no hizo ni lo uno, ni lo otro. Y llega la negación previsible, pero imprevista. Se desentiende de lo que más entiende, no sabe lo más sabido, niega ser discípulo del Maestro amado. Hacía sólo unas cuatro horas que había asegurado que estaba dispuesto a morir por Él; pero una simple pregunta bastó para que negase conocer a Jesús.

 Cuando quiso reflexionar ya estaba consumada la negación. Pedro se va asustando de un modo poco lógico para un hombre realmente valiente. Se levanta del grupo, y se esconde en el pórtico que rodea el patio cuadrangular. La portera no se conforma con la contestación, habla con otras, le miran y le observan, hasta que otra criada “dijo a los presentes: éste estaba con Jesús el Nazareno”, ha conseguido centrar la atención de todos que miran al desconcertado Simón, e insiste: “éste es uno de ellos”; uno de los presentes le dice directamente: “tú eres de ellos”(Lc).

 La criada era terca, y todos están pendientes de Pedro. La respuesta ya no puede ser evasiva. Vuelve a repetirse el dilema anterior, pero más claro e inevitable. ¡Qué oportunidad tan buena para declararse discípulo de Cristo y morir por Él si fuera preciso! Pero Pedro está ya interiormente desmontado, y niega, una vez más, conocer a Jesús y ser discípulo suyo. “No conozco a ese hombre”; es más, no soy discípulo suyo. La magnitud de la negativa es mayor en esta segunda negación. Poco antes, de un gallinero cercano había cantado un gallo, pero Pedro no lo oyó.

 En pocas horas Pedro ha recibido muchos golpes. El miedo le atenaza, le faltan las fuerzas, actúa con imprudencia. No sabe qué hacer. Quizá en aquel momento Juan intenta llevárselo, pero no puede, o no sabe hacerlo. A una caída sigue otra, si no se sabe rectificar a tiempo o huir de la ocasión decididamente.

 Esta negativa tan rotunda le da un respiro; los criados se calman. Pero no del todo. Cuando el proceso de Jesús ante Anás concluyó, el grupo que se agolpa junto a la puerta vuelve al calor del fuego. Y, junto a los soldados, vinieron los criados del pontífice que habían participado en el prendimiento de Jesús y luego en el proceso.

 Uno de ellos era precisamente un pariente de aquel Malco a quien había cortado Pedro la oreja. Se le quedó mirando y volvió a inquirir si no era él uno de los discípulos del procesado: “¿No te vi yo en el huerto con Él?”(Jn). Las dudas no disipadas de los demás renacen y se vuelven contra él con fuerza: “Verdaderamente tú eres de ellos, pues tu habla te descubre”; al argumento de “que eres galileo” se une la afirmación del pariente de Malco. El grupo rodea amenazador a aquel galileo desconocido. Entonces se produce la tercera negativa y Pedro visiblemente aturdido “comenzó a maldecir y a jurar: yo no conozco a ese hombre”(Mt).

 La tercera negativa carece de subterfugios; no es la evasiva de la primera cuando aduce no conocer o no entender; tampoco es el desprecio a “ese hombre” ya con juramento, es decir con pecado grave contra el segundo mandamiento de la ley de Dios; sino que, esta vez, está lleno de maldiciones.

 

Canta el gallo

“Y enseguida cantó por segunda vez un gallo, y se acordó Pedro de la palabra que Jesús le había dicho: ´antes de que el gallo cante dos veces me negarás tres´. Y recordándolo, lloraba”. Cantó el gallo, y Pedro volvió en sí. Jesús sale entonces de la casa de Anás a la de Caifás, y en el revuelo de la salida, sus miradas se cruzan. Jesús le mira con compasión. Pedro se da cuenta de lo que ha hecho y “salió fuera y lloró amargamente”(Mt).

 

El pecado de Pedro

 La amargura y las lágrimas de Pedro arrojan mucha luz sobre su conducta. El pecado de Pedro no fue falta de amor, sino debilidad y presunción. Acude al palacio del pontífice por amor, se queda allí por amor, pero era más débil de lo que pensaba. Su negación no es falta de fe, sino debilidad pasajera. Estaba fuera de sí cuando negó al Señor, como el hijo pródigo de la parábola. Por eso, cuando vuelve en sí, la amargura inunda su corazón.

 

La mirada de Jesús

mirada de Jesus Al volver en sí comienza una nueva tentación más terrible que las anteriores: la desesperación. Judas también se arrepintió de su traición y reconoció que había entregado sangre inocente, pero desesperó y se ahorcó. Cabía que sucediese algo similar a un hombre tan apasionado como Pedro. Un dolor demasiado intenso puede anular la mente o desalentar el corazón hasta extremos tan abismales que lleven hasta el suicidio. Pero una mirada le salvó. Los ojos de Jesús, que no lograron desarmar a Judas, produjeron un vuelco en el corazón de Pedro.

 Jamás olvidaría Pedro esa mirada: el relámpago de aquellos ojos le dijo más que mil palabras. Y, probablemente, recordó al mismo tiempo, otras palabras recientes de Jesús: “Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú cuando te conviertas, confirma en la fe a tus hermanos”(Jn). Ahora entiende los avisos del Señor: la tentación era superior a las fuerzas humanas, era una tentación diabólica. No eran las criadas, o los soldados, los que le han asustando, sino el mismísimo Satanás con la colaboración de su imprudencia y su presunción. La oración de Cristo ha impedido que el diablo lo destrozase, y, gracias a eso, en medio de su pecado conserva la fe y se arrepiente.

 

 

 

EL SUICIDIO DE JUDAS

 

suicidio de judas27:3 Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, 

27:4 diciendo: “He pecado, entregando sangre inocente”. Ellos respondieron: “¿Qué nos importa? Es asunto tuyo”. 

27:5 Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. 

27:6 Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: “No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre”. 

27:7 Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado “del alfarero”, para sepultar a los extranjeros.

27:8 Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy “Campo de sangre”. 

27:9 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. 

27:10 Con el dinero se compró el “Campo del alfarero”, como el Señor me lo había ordenado. 

 

Cuenta este libro que cuando los Apóstoles quisieron buscar un sucesor para Judas, a fin de volver a completar el número de los Doce, Pedro pronunció un discurso y dijo: Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura, en la que el Espíritu Santo, por medio de David, había dicho ya acerca de Judas, que fue el guía de los que apresaron a Jesús. Pues Judas era uno de los nuestros, y obtuvo un puesto en este ministerio. Pero fue y compró una finca con el dineroque le pagaron por su maldad. Luego cayó de cabeza, se reventó por el medio y se derramaron todos sus intestinos. Cuando los habitantes de Jerusalén lo supieron, llamaron a aquella finca «Acéldama», que en su lengua quiere decir «Campo de Sangre» (Hch 1,16-19).

judasTenemos, pues, dos versiones distintas sobre la muerte del Iscariote:

a) Mientras Mateo habla de un suicidio, Hechos más bien dice que se trató de un accidente: se cayó y su cuerpo se reventó contra el suelo.

b) Mateo afirma que Judas se arrepintió de su traición y fue a devolver las 30 monedas a los sacerdotes. En Hechos, en cambio, no hubo arrepentimiento ni devolución del dinero.

c) Según Mateo, con las monedas devueltas por Judas los sacerdotes adquirieron el campo de un alfarero, y lo usaron como cementerio para los judíos extranjeros que morían en Jerusalén. Hechos, en cambio, afirma que quien compró el campo fue el mismo Judas.

d) Mateo puntualiza que el campo adquirido por los sacerdotes era un terreno desértico (en griego = agrón). Mientras que Hechos aclara que era una finca (en griego = joríon), donde Judas encontró una espantosa muerte, precipitándose quizás desde el techo de la casa.

e) Para Mateo el misterioso nombre de”Campo de Sangre alude a la muerte de Jesucristo (ya que fue comprado con el dinero de su venta). Para Hechos, el nombre alude a la muerte de Judas (ya que allí había fallecido trágicamente el pobre apóstol).

Como se ve, son muchas las diferencias entre los dos relatos. Algunos han intentado hacerlos coincidir, diciendo por ejemplo que la cuerda o la rama del árbol pudieron haberse roto, y al caer el cuerpo se destrozó contra el suelo. Pero para que esto sucediera debió haberse ahorcado de un árbol muy alto, ya que es imposible que el cuerpo se reventara cayendo de baja altura. Y en Palestina no existen árboles tan altos.

Otros, con más imaginación, han sugerido que Judas posiblemente se ahorcó de un árbol plantado en el borde de un precipicio. Y al romperse la cuerda o la rama, su cuerpo se despedazó contra el fondo del valle.

De ser así, el cuerpo de Judas debería haber caído con los pies para abajo, tal como estaba colgado. Sin embargo, como vimos recién, Pedro asegura que Judas cayó de cabeza” (Hch 1,18). Esto es imposible, a menos que se hubiera ahorcado de los pies.

De todos modos las divergencias mencionadas vuelven irreconciliables a ambos relatos, y han hecho fracasar los numerosos intentos de armonización. ¿Cómo nacieron estos dos relatos de la muerte de Judas?

El origen de la leyenda

Para comprender la versión contada en los Hechos de los Apóstoles, es necesario tener en cuenta, ante todo, que los primeros cristianos no olvidaron jamás la deplorable actitud de Judas. ¿Cómo pudo entregar al Maestro? ¿Por qué desencadenó, con su beso traidor, la sangrienta pasión que lo llevó a la cruz? Semejante perfidia, pensaban todos, merecía un castigo ejemplar de Dios.

Ahora bien, en el Antiguo Testamento existía un género literario especial, llamado relato de muertes infamantes, que se usaba para contar la muerte de aquellos pecadores, enemigos de Dios, que durante su vida se oponían a los proyectos divinos. Algunos se leen, por ejemplo en el Sal 69,23-29, en el Sal 109,6-19, y en el libro de la Sabiduría 4,19.

 

 

La cita de un libro

Este último, precisamente, dice: El Señor se reirá de ellos. Después se convertirán en un cadáver infamante, objeto de oprobio eterno entre los muertos. El Señor los precipitará de cabeza, sin que puedan hablar, los arrancará de sus cimientos, y serán completamente exterminados, quedarán sumidos en el dolor y desaparecerá hasta su recuerdo.

Esta descripción nos da un pavoroso cuadro de la muerte del pecador. Recordemos que en la antigüedad era muy importante tener una sepultura digna, y no había peor maldición que la dirigida contra un cadáver.

Si ahora analizamos detenidamente este párrafo y lo comparamos con lo que Pedro dice en Hechos, vemos que en realidad éste cuenta la muerte de Judas siguiendo la cita del libro de la Sabiduría. En efecto, Judas se convirtió en un cadáver infame (ya que no pudo ser dignamente enterrado); objeto de oprobio eterno (pues la noticia se extendió por todas partes); cayó de cabeza (como Pedro afirma); sin que pueda hablar (por eso, para Pedro, Judas no se arrepiente ni devuelve las monedas).

Terreno de mala fama

Pero Pedro agrega lo de una finca, llamada Campo de Sangre, que el libro de la Sabiduría no menciona. ¿De dónde sacó este dato? La respuesta se halla en un terreno que en tiempos de Jesús existía (y aún hoy existe) al sudeste de Jerusalén. La tradición popular lo llamaba Campo de Sangre, no sabemos por qué.

No es raro que un nombre tan sugestivo excitara la imaginación de la gente, y con el tiempo la tradición terminó ubicando allí el supuesto accidente aterrador de Judas, que la creencia popular le atribuía. ¿De dónde había sacado dinero Judas para comprar ese terreno? Sencillo: de las 30 monedas de la traición.

Podemos concluir, pues, que la versión de la muerte de Judas dada por Hechos, no era sino una historia transmitida por los primeros cristianos, elaborada sobre la base de una cita del libro de la Sabiduría, y completada con la creencia popular de un terreno llamado Campo de Sangre. Con ella querían resaltar cómo los proyectos de Dios se cumplirán siempre, por encima del proyecto de los malos.

 

 

LA CRUCIFIXIÓN

 la crucifixion

La crucifixión de Jesús

Mateo 27, 32-38 / Marcos 15, 23-27 / Lucas 23, 33-34

19:17 Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado “del Cráneo”, en hebreo, “Gólgota”. 

19:18 Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. 

19:19 Pilato redactó una inscripción que decía: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”, y la hizo poner sobre la cruz.

19:20 Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. 

19:21 Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos””. 

19:22 Pilato respondió: “Lo escrito, escrito está”.

 

El sorteo de las vestiduras

19:23 Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, 

19:24 se dijeron entre sí: “No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura que dice:

Se repartieron mis vestiduras

y sortearon mi túnica. 

Esto fue lo que hicieron los soldados.

 

Jesús y su madre

maria cruz19:25 Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 

19:26 Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”.

19:27 Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

 

Los dos Ladrones

Uno de los criminales que estaban colgados, le insultaba : – i Si tu eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros ! Pero el otro reprendió a su compañero, diciéndole: ¿ No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo ? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho, pero este hombre no hizo nada malo. Luego añadió: – Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

 

jesus_y_los_dos_ladronesJesús que había callado ante las burlas, los azotes y durante la misma crucifixión. Ante esta palabra de su compañero de suplicio, hablará.

La paciencia y la humildad y el silencio de Cristo a lo largo de la Pasión es patente; ahora se advierte en Él un gozo que brilla como una luz en la noche. Jesús había declarado que la alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente es grande, y había descrito la alegría del padre ante el hijo que vuelve a casa; pero la reacción de Jesucristo es más expresiva en aquellos momentos. Su palabra es tan fuerte que parece como si quisiera desclavarse por un momento de la Cruz para abrazar al hijo que vuelve a la casa del Padre.

 

La sinceridad de Dimas

 Toda conversión es cosa de un instante, pero suele tener una preparación. Y, vemos como Dimas se dirige, en primer lugar, al otro ladrón diciéndole: “¿Ni siquiera estando en el suplicio temes a Dios?”(Mt). El que habla parece sorprendido y es que Dimas conserva en estos momentos la capacidad de mirar la muerte desde la sencillez de un corazón sincero aunque pecador. Y esta sinceridad, esta sencillez, le mantiene despierto el sentido común de entender que, ante la muerte, todo lo que se considera importante deja de serlo. Ilusiones, vanidades, honores, títulos, dineros, goces, todo pierde valor ante la vida que se va. Dimas sabe que la vida de los tres se va de un modo inexorable. Al morir cada hombre queda solo ante Dios.

 

La muerte de Jesús

Mateo 27, 45-54 / Marcos 15, 33-39 / Lucas 23, 44-49

jesus muere19:28 Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:

Tengo sed.

19:29 Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. 

19:30 Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

 

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Es una frase llena de sentido, que revela la lucidez y la libertad de la entrega en el sacrificio de Jesucristo. Es fácil suponer que la mirada de Jesús se dirige al cielo, al Padre, con el gozo doloroso de la labor acabada, de la misión cumplida hasta el final. Es lo que más le importa, satisfacer la Justicia y la Misericordia divinas. Excepto la primera palabra, que es “Padre”,las demás palabras están sacadas del salmo 30, y reflejan la oración de Jesús en aquellos momentos:

“en tus manos encomiendo mi espíritu;

¡tú me has redimido, Dios de verdad!.

Aborrezco los que observan vanidades mentirosas.

Me regocijaré y me alegraré en tu misericordia

porque has visto mi aflicción

has conocido mi alma en las angustias”

 Esta era la oración silenciosa de Jesús en aquellos últimos momentos: las ansias redentoras y misericordiosas del Padre y del Hijo unidos al Espíritu Santo.

 Jesús muere

 Y el cuerpo se desploma, despojado ya del alma que lo sostenía con un aliento de vida. Es la ofrenda del sacrificio total, del holocausto. Lo ha dado todo para la salvación de los hombres. Y en la cruz sólo queda el cuerpo colgado de tres clavos y la cabeza caída. Cristo es ya un cadáver entre los hombres.

 Muchos de los discípulos de Jerusalén están allí en esos momentos. Han ido acudiendo poco a poco; los enemigos se han marchado. La consternación se une a la fe. Ayudan a la Madre, y miran casi incrédulos, lo que acaba de acontecer. Los corazones están adoloridos.

 

Entregó el Espíritu

 En la muerte, Jesús da lo más preciado suyo: “entregó el Espíritu”(Jn). Da el Espíritu Santo al mundo. El Padre escucha la petición del Hijo y envía también al Espíritu Santo que hará efectiva y pública su presencia en Pentecostés. Una nueva época en la Historia de la Humanidad ha comenzado. Ya está consumada la reconciliación, satisfecha toda justicia, ahora se da al Dador de vida, al dedo del eterno Padre, al fuego de amor en el mundo. La historia de los hombres es desde ahora la historia de la acción del Espíritu Santo y la de las respuestas libres de los hombres.

 

La tierra tembló

 “Y la tierra tembló y las piedras se partieron; se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de los santos, que habían muerto, resucitaron. Y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos”(Mt).

 En medio de la tinieblas la muerte de Jesús tiene como un eco en la tierra que tiembla. Se estremece el infierno y su rechazo de Dios. Se estremecen los diablos que han sido definitivamente vencidos. Se estremece la muerte que ya no tiene poder sobre los hombres. Se estremece la tierra como si la creación no pudiese comprender lo que acababa de ver en su creador que se entrega por los hombres. Así se celebra la victoria sobre la muerte. La muerte absorbida por la vida, así se cumplió lo profetizado:”¡Muerte! ¡Yo seré tu muerte!”(Os)

 

La herida del costado

atravesado-por-la-lanza19:31 Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.

19:32 Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.

19:33 Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,

19:34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. 

19:35 El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. 

19:36 Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice:

No le quebrarán ninguno de sus huesos. 

19:37 Y otro pasaje de la Escritura, dice:

Verán al que ellos mismos traspasaron. 

 

La quinta herida no es una herida de dolor, no busca matar o hacer sufrir. Jesús ya estaba muerto. Tampoco es solamente el deseo de certificar su muerte. Parece, un acto de compasión del soldado hacia el crucificado y hacia su Madre, que estaba al pie de la cruz. La costumbre era certificar la muerte de los condenados, rompiéndoles las piernas. Así se garantizaba la asfixia y se aceleraba la muerte. La escena sería terrible para todos. El centurión se compadece de María y querría ahorrarle un último sufrimiento. Cumple sin saberlo las profecías “no le será quebrado ni uno sólo de sus huesos” .

 

La sepultura de Jesús

Mateo 27, 57-66 / Marcos 15, 42-47 / Lucas 23, 50-56

sepultura de jesus

19:38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús —pero secretamente, por temor a los judíos— pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. 

19:39 Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. 

19:40 Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.

19:41 En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.

19:42 Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Extractos de múltiples fuentes

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