A los 40 me siento victima del sistema educativo 5/5 (4)

Nos han educado para vivir en un mundo que ya no existe. No en vano, el sistema educativo parece haberse estancado en la Era Industrial en la que fue diseñado. Desde que empezamos a ir a la escuela, nos han venido insistiendo en que «estudiemos mucho», que «saquemos buenas notas» y que «obtengamos un título universitario». Y eso es precisamente lo que muchos de nosotros hemos procurado hacer. Fundamentalmente porque nos creímos que una vez finalizada nuestra etapa de estudiantes, encontraríamos un «empleo fijo» con un «salario estable».

Pero dado que la realidad laboral ha cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. De hecho, se han convertido en un obstáculo que limita nuestras posibilidades y potencialidades profesionales. Y es que las escuelas públicas se crearon en el sigloXIXa imagen y semejanza del industrialismo. Es decir, para formar y moldear a obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a desempeñar en las fábricas. Lo cierto es que los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford.


Las escuelas dividen el plan de estudios en segmentos especializados: algunos profesores instalan matemáticas en los estudiantes, mientras que otros programan historia, física o latín. Por otro lado, los institutos organizan el día entre unidades estándares de tiempo delimitadas por el sonido de los timbres, un protocolo similar al anuncio del principio de la jornada laboral y del final de los descansos de una fábrica. En paralelo, a los alumnos se los educa por grupos —según la edad—, como si lo más importante que tuviesen en común fuese su fecha de fabricación. Y se les obliga a memorizar y retener una determinada cantidad de información, sometiéndolos a exámenes estandarizados y comparándolos entre sí antes de mandarlos al mercado laboral.39

Más allá de que esta fórmula pedagógica permita que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, la escuela desalienta el aprendizaje y fomenta el conformismo y la obediencia. Y lo peor de todo: aniquila nuestra creatividad. Todos nosotros nacemos con unas extraordinarias fortalezas, cualidades y habilidades innatas. Paradójicamente, antes de ingresar en el colegio, los niños arriesgan, improvisan, juegan y no tienen miedo a decir lo que piensan ni a equivocarse. Esto no quiere decir que cometer errores sea equivalente a ser creativo, pero a menos que estemos dispuestos a equivocarnos, es imposible que podamos innovar ni hacer cosas diferentes a las establecidas como «normales» por la sociedad.40

Sin embargo, a lo largo del proceso educativo, la gran mayoría perdemos la conexión con estas facultades, marginando por completo nuestro espíritu emprendedor. Y como consecuencia, empezamos a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que nos impide escuchar nuestra propia voz interior. Con el objetivo de ser iguales que los demás, adoptamos el comportamiento que los adultos consideran «normal y aceptable». Según la neurociencia cognitiva, el principal motor del aprendizaje de los seres humanos viene movido por las denominadas «neuronas espejo».41En esencia, se trata un proceso inconsciente por medio del cual los niños imitan la conducta de sus padres, tutores o referentes. Así es como se crean y perpetúan las cosmologías y las culturas, provocando que en una misma sociedad o comunidad la mayoría de individuos piense y actúe de una manera similar.

 RESPUESTAS PREFABRICADAS

Muchos chavales se quejan de que el instituto no les enseña a aprender, sino a obedecer. En vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos, se limitan a darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el orden social establecido. De hecho, se evalúa a los estudiantes por su capacidad de memorizar y repetir en el examen final la definición dictada por el profesor. En muchos casos, poner algo que han pensado por su cuenta baja la nota, como si tener ideas propias estuviera penalizado. Así es como el sistema educativo castra nuestra autoestima y mutila la confianza en nosotros mismos, alejándonos de nuestras capacidades creativas innatas.

  Y es que no importa cuál es nuestro verdadero talento natural. Ni siquiera qué es lo que nos gusta, nos motiva y nos apasiona. Desde la óptica de la educación contemporánea, lo importante es que escojamos una carrera con «salidas profesionales» para optar a un «puesto de trabajo bien remunerado, seguro y estable». Y pobres de aquellos que cuestionen este modo de hacer las cosas, atreviéndose a seguir su propio camino en la vida. En muchos casos, las personas más cercanas de su entorno —comenzando por sus padres y amigos— tratan de disuadirles, creyendo que lo hacen por su propio bien.

Debido a que el sistema educativo ha quedado completamente desfasado, cada vez más adolescentes sienten que el colegio no les aporta nada útil ni práctico para afrontar los problemas de la vida cotidiana. La mayoría de centros e institutos oficiales todavía no enseñan a los chavales las cosas verdaderamente esenciales de la vida. Así, los jóvenes van pasando por esta cadena de montaje sin que se les plantee las preguntas realmente importantes: ¿Quiénes somos? ¿Qué necesitamos para ser felices? ¿Cuáles son nuestras cualidades, fortalezas y virtudes innatas? ¿Qué nos apasiona? ¿Cómo podemos escuchar y seguir a nuestra voz interior? ¿Cuál es nuestra auténtica vocación? ¿Cuál es nuestro propósito en la vida?

 DE LA CRISIS DE LA ADOLESCENCIA A LA DE LOS 40

No se trata de culpar ni de juzgar a las instituciones académicas. Y mucho menos a los profesores o a los padres. Nadie pone en duda que todos ellos lo hacen lo mejor que pueden. Al igual que el resto de nosotros, también fueron niños en su día. Y por tanto, comparten con las nuevas generaciones el hecho de haber sido víctimas del sistema educativo. Además, lidiar con adolescentes no es una tarea fácil. Especialmente en la última década, en la que los chavales parecen estar adoptando conductas cada vez menos respetuosas y más violentas en clase. En paralelo, la cifra de fracaso escolar crece año tras año. Un tercio de los jóvenes españoles abandona los estudios antes de finalizar la enseñanza secundaria.42En esa misma franja de edad, el 24 % ni estudia ni trabaja: es la llamada «Generación ni-ni».43

Frente a estos datos, cabe señalar que el problema de fondo es el sistema educativo. Paradójicamente, se ha convertido en un obstáculo para promover una verdadera educación. Etimológicamente, uno de los significados de la palabra latina educare es «conducir de la oscuridad a la luz». Es decir, «extraer algo que está en nuestro interior, desarrollando así nuestro potencial humano». Sin embargo, la mayoría de nosotros no hemos sido educados, sino condicionados y adoctrinados para relacionarnos con el mundo de una determinada manera. De ahí que la mayoría hayamos sufrido la denominada «crisis de la adolescencia».

Se trata de nuestra primera gran crisis existencial. Al empezar a tener uso de razón y ser cada día más autosuficientes, al entrar en la adolescencia solemos rebelarnos contra nuestros padres, contra nuestros tutores y contra la sociedad, tratando de encontrar y de crear nuestra propia identidad. Y debido a nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, suele provocarnos una etapa de angustia, inseguridad y sufrimiento. Eso sí, la gran mayoría de adolescentes tienen demasiado miedo a mirar en su interior para encontrar las respuestas que están buscando. De ahí que en vez de aprender a tomar las riendas de su vida emocional y profesional, se refugien en el botellón, la droga, las discotecas, los videojuegos o el sexo. Y mientras, en las puertas de los lavabos de muchos institutos se define el colegio de la siguiente manera: «Gente desmotivada que explica información inútil a gente a la que no le interesa».

Al concluir nuestra etapa académica y entrar en la edad adulta, solemos sentirnos confundidos, desorientados y perdidos. Dado que en general no sabemos quiénes somos verdaderamente ni para qué servimos, la mayoría no tenemos ni idea de qué hacer con nuestra vida profesional. Como consecuencia, el miedo y la inseguridad se apoderan de nuestra toma de decisiones. Y con la finalidad de calmar nuestra ansiedad, buscamos que Mamá Corporación, Papá Estado y el Tío Gilito de la Banca resuelvan nuestros problemas laborales y financieros. Esta es la razón por la que a día de hoy —en última instancia— todos trabajamos para las empresas, los gobiernos y los bancos.

En pleno siglo XXI todavía sigue siendo vigente el «viejo paradigma profesional» originado durante la Era Industrial. Y por «paradigma profesional» nos referimos al conjunto de creencias, valores, prioridades y aspiraciones que determinan nuestra manera de relacionarnos con el trabajo, la empresa y la economía. Es decir, las necesidades, los intereses y las motivaciones que hay detrás de nuestra forma de ganar dinero. Y puesto que aquella época estuvo marcada por un modelo de contratación masiva de mano de obra sumisa y poco cualificada, en la actualidad seguimos siendo adoctrinados para tener una «mentalidad de empleado».

¿Qué harías si no tuvieras miedo? Borja Vilaseca

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