“La gente se arregla todos los días el cabello. ¿Por qué no el corazón”
Mahatma Gandi
Se suele definir el altruismo como «esmero y complacencia en el bien ajeno, aun a costa del propio, y por motivos puramente humanos». En definitiva, el altruismo es una actitud de servicio aceptada y querida de buen grado. El altruismo y la solidaridad tienen una dimensión claramente humana y de servicio a la sociedad que se ponen a prueba si, para prestar ayuda a los demás, tenemos que renunciar a beneficios propios, inmediatos y significativos.
Al hojear las páginas de la Historia, descubriremos que los grandes logros de la Humanidad en las áreas del saber, del bien común y de los grandes objetivos sociales, se debieron a hombres que consagraron su vida a los demás, olvidando en buena medida su comodidad y hasta sus intereses inmediatos.
Pocas veces el hombre es más feliz que cuando dedica su vida a los otros en complacida actitud de servicio y de solidaridad.
Hemos de saber presentar el altruismo a nuestros educandos como valor y como meta digna de todo esfuerzo, orientándoles a estar abiertos a la generosidad. Enseñar a nuestros hijos a ser solidarios es capacitarles para la alegría, para la verdadera libertad y para el amor.
Es tarea del educador ayudar al inmaduro a descubrir caminos de entrega a los demás, contrarrestando así el ejemplo constante de unos contravalores que empujan a la servidumbre del egoísmo, de la avaricia, de la ambición, del poder y del desenfreno de las pasiones. Hacer la vida más agradable a los demás, procurar la felicidad de los otros, no suele ser santo de devoción, por desgracia, para la mayoría de los mortales. Atacar al contrario, fastidiarle, destacar sus defectos e ignorar sus virtudes, traicionarle, levantar falsos testimonios, etcétera, son los modelos vivos más frecuentes que se presentan hoy día a nuestros adolescentes y jóvenes. De ahí la trascendental importancia de una educación para la solidaridad y el altruismo desde el hogar y desde la escuela.
LA EDUCACIÓN PARA LA COMPETITIVIDAD ES UN CONTRAVALOR, NO EXENTO DE VIOLENCIA
“Las buenas acciones refrescan la sangre y dan sueños felices” F. Pananti
El sistema educativo en nuestro país es claramente selectivo, competitivo y discriminatorio. El niño experimenta en su propia carne el espíritu bélico y la violencia desde los primeros años. Estudiar y aprender no es algo interesante, divertido y enriquecedor… ¡Estudiar es competir! Quien logra las marcas, sigue adelante y es valorado y tenido en cuenta; quien tiene problemas, es eliminado. Se estudia por las notas, se castiga por las notas, se selecciona por las notas, y se elimina y discrimina por las notas.
El niño, el adolescente y el joven comprueban, día a día, que no se les valora por ser buenos, generosos, simpáticos, desprendidos, serviciales… Únicamente importan los resultados escolares, las notas. El mensaje que reciben desde todos los ángulos es claro: Hay que destacar, vencer; ser los primeros, ¡triunfar! La vida es lucha y quienes te rodean son adversarios a batir. No importan los medios que utilices si al final eres rico, famoso y poderoso.
Estamos educando para la insolidaridad con esta fiebre competitiva que nos lleva a considerar al otro como enemigo, al menos en potencia, ya que nos puede disputar y hasta arrebatar aquello a lo que aspiramos. Es claro que se impone una revisión seria y en profundidad del sistema educativo imperante. La educación para la competitividad ha de ser sustituida por la educación para la solidaridad y el altruismo.
El reto personal consigo mismo para el logro de una formación integral debe desbancar a la competitividad generalizada que nos invade y condiciona desde todos los sectores de la sociedad, conduciéndonos desde niños a un depauperante y feroz individualismo.
Hemos sido creados para amar, ser amados, compartir y contribuir al bien común. Ese debe ser nuestro oficio de hombres, si no queremos ver nuestra vida vacía de contenido.
Sólo es posible aspirar a la verdadera felicidad, que es la que emana del amor y de la paz con uno mismo, sintiendo la dicha y la felicidad de los demás como propia.
La senda sin destino del desasosiego por el poder, el placer, el dinero, la fama, el consumo, etcétera, sólo nos conducirá a nuestra propia destrucción, ya que, al prescindir en nuestras vidas de la generosidad y el altruismo, estamos matando el amor, y sin amor quedamos reducidos a la nada.
“¿Para qué vivimos, si no es para hacernos la vida más duradera unos a otros?” George Elliot
La “Pedagogía de los Valores”, apoyada en Spranger, clasifica a los hombres según tres orientaciones básicas:
- La orientación egocéntrica, la de aquellos que se orientan a los valores poniendo como punto de referencia su propio yo.
- La orientación objetocéntrica, la de aquellos que buscan los valores que tienen las cosas.
- Y la orientación alocéntrica o ALTRUISTA, que orientan su vida hacia un TU, donde descubren la relación de plenitud que los vincula con el prójimo o con Dios.
Es este último tipo de orientación el que produce en el individuo un sentimiento de felicidad y autorrealización en la entrega de sí mismo a los demás; sentirse como un valor que se pone a disposición de los demás para que puedan realizar sus propias posibilidades. Son estos individuos los que mejor entienden la vida como servicio, conscientes de que sólo pueden ser felices haciendo felices a los demás. Sienten el vínculo de la existencia que a todos nos une como auténtica filantropía, servicio y amor al hombre. Se convierten en verdaderos “ciudadanos del mundo”, abiertos universalmente a todo lo humano y personal en un deseo evangélico de «pasar por el mundo haciendo el bien», como la forma más sincera para llegar a ser hombre.
EL VÍNCULO DE LA SOLIDARIDAD
“Vivir para los demás no es sólo la ley del deber, es también la ley de la felicidad” Augusto Comte
El individuo humano no es únicamente un ser distinto de los demás, que se afirma en su individualidad como una cosa más entre las cosas de la naturaleza. El individuo de la especie humana es PERSONA, lo que quiere decir relación a los demás, no un ser solitario encasillado en su propia originalidad irrepetible, sino un ser solidario capaz de sentirse vinculado a los otros seres que le acompañan en su existencia. Sabe que su vida es como un «vaso comunicante» que influye y es influido por los demás. Que cuando su vida se eleva contribuye a elevar la vida de los demás, y que, cuando su vida desciende, contribuye a que descienda el nivel de los demás.
Sentirse solidario es, pues, sentir que nuestras acciones repercuten, para bien o para mal, en todos cuantos nos rodean.
La metáfora de la inevitable relación y dependencia entre los distintos miembros del cuerpo que sirvió en el siglo 1 a. de C. a Menenio Agripa como argumento para evitar el conflicto social entre nobles y plebeyos, y que Pablo de Tarso utilizó para explicar el misterio cristiano del “Cuerpo místico”, constituye una buena lección para que entendamos la trascendencia social de nuestras acciones.
Somos responsables los unos de los otros, y el no querer reconocerlo supone renunciar a nuestra condición de «personas», porque «sólo los animales o los que son más que hombres (los dioses) pueden prescindir, como decía el Estagirita, de la sociedad y compañía de los demás».
El altruismo y la solidaridad se alzan como única alternativa válida capaz de contrarrestar los hábitos de la competitividad, que conducen, de manera segura, a un egoísmo e individualismo exacerbados. La solidaridad, que es determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, como dice Juan Pablo II, no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas cercanas o lejanas, sino una actitud definida y clara de procurar el bien de todos y cada uno. Todos debemos ser responsables también de la felicidad de los demás. El medio que tenemos a nuestro alcance de educar a nuestra juventud para la solidaridad y el altruismo, tanto en el hogar como en la escuela, es predicar con nuestro ejemplo constante, valorando y reforzando desde la infancia las conductas de hermandad, comprensión, amabilidad, disponibilidad, ayuda a los demás, hospitalidad, perdón, etcétera.
Dejemos de centrar tanto la atención en las calificaciones escolares y mostrémonos felices y entusiastas cuando nuestros pequeños se desprendan de sus juguetes, piensen en cómo borrar la tristeza y la preocupación del rostro de un amigo, o compartan sus libros cuentos y objetos más queridos con los demás. En el colegio, fomentemos la ayuda de unos a otros. Que los que tengan más facilidad para las matemáticas, los idiomas o cualquier otra materia, sean felices contribuyendo a que los compañeros con dificultades de aprendizaje reciban de su parte las explicaciones, las palabras de aliento y el apoyo incondicional y solidario.
Por fuerte que sea el huracán que arrastra a nuestra juventud al individualismo, la competitividad y el poder, la complacencia en el bien de los demás, vivida desde la cuna en actitudes de servicio y de generosidad, siempre acaba por cristalizar en consistente y definida actitud solidaria…
“El individuo que no se interesa por sus semejantes es quien tiene las mayores dificultades en la vida y causa las mayores heridas a los demás. De esos individuos surgen los fracasos humanos” A. Adler
Bernabé Tierno