A lo largo de la historia todos los pueblos han elaborado, desde la perspectiva de su propia cultura, vías de conocimiento. Algunos se han limitado a senderos prescritos dentro de las normas, tal es el caso de los pueblos de Occidente, pero otros han transgredido esas reglas ortodoxas y se han adentrado por caminos heterodoxos, si bien con los mismos fines.
Este es el caso del tantrismo que aparece en medio de la cultura indostánica localizando sus primeros brotes en Assam, hacia el siglo V o VI de nuestra era, coincidiendo con las postrimerías del Imperio Gupta. Con haber llegado tarde a la historia su entronque resulta relativamente sencillo ya que su basamento procede del Paleolítico (20.000 a. de C.) y, como lenguaje simbólico que es, y no alfabético, se mantiene hoy con absoluta frescura.
El tantrismo no es uno de los seis grandes sistemas filosóficos de la India (darshanas), pero enlaza con cada uno de ellos complementándolo.
Divergiendo de la creencia hindú y budista según la cual la liberación sólo se consigue después de una larga serie de continuos nacimientos (avatâras), el tantrismo aspira a poderse identificar con la divinidad desde la presente existencia a través de una serie de prácticas que activen la alquimia erótica a fin de explotar y transformar la energía sexual en un fin espiritual.
La ideología tántrica se funda en la visión de un Universo creado y regido por un principio bipolar: activo y pasivo, masculino y femenino, yin y yang, Shiva y Shakti.
El tantra es acción. Su principio es la fusión de los dos polos, su camino es la actividad que lleva a la unión y su meta —como la más clásica de las filosofías— alcanzar el Conocimiento
Al igual que la filosofía Sâmkhya admite dos principios increados y eternos: el purusha y la prakriti, diametralmente opuestos entre sí y que, por su unión, dan origen a todo el universo fenoménico.
El purusha o espíritu individual podría definirse como el pensamiento abstracto, sin objeto, inmutable e inactivo. La prakriti es la materia primaria, fundamental, inconsciente, productiva, siempre activa y sujeta a infinitas transformaciones. Contrariamente a purusha que es simple, la prakriti está constituido por tres modos o cualidades (gunas): bondad (sattva), pasión (râjas) y tinieblas (tamas).
Estas tres cualidades están universalmente definidas en la naturaleza material. Nada, fuera del purusha está libre de tales cualidades, ni hay un solo punto del Universo donde no exista por lo menos una mínima parte de ellas, con la particularidad de que, siendo las cualidades tan distintas entre sí, por sus manifestaciones, las tres juntas forman una sola sustancia, la prakriti, como tres ríos diferentes forman, por su confluencia, un solo río.
Los dos principios, purusha asociado al término Shiva, y la prakriti, asociado a shakti, se unen para dar lugar al Universo a través de la divinidad.
«Hablando filosóficamente, Shiva es la Conciencia inmutable y shakti es su poder mutable que se presentan como mente y materia. Por tanto, Shiva-Shakti es la Conciencia y su Poder.
Esta es entonces la doctrina de los aspectos duales del Brâhman único que actúa a través de su trinidad de poderes: voluntad (ichchâ), conocimiento (jñâna) y acción (kriyâ). En el aspecto trascendente estático (Shiva), el Brâhman único, no cambia y en el aspecto inmanente cinético (shakti) cambia. El espíritu individual encarnado (jivâtma) es una sola unidad con el espíritu transcendente (paramâtma)».
Por ello cuando Brâhman se manifiesta en la figura de Brahmâ, dios creador, utiliza su voluntad; cuando lo hace como Vishnu, dios conservador, pone el conocimiento y cuando aparece como Shiva, dios destructor y a la vez fecundador, desarrolla la acción.
Este carácter destructor y fertilizador encuentra un buen caldo de cultivo en la sociedad hindú. Bajo toda la fábrica de un hinduismo profundamente filosófico late un fuerte estrato de adoración fálica y de culto de la fertilidad.
Ya el hombre de la India védica nace sujeto a la Rueda de las Cosas (samsâra), que le conduce a un tipo de conducta y le obliga a un comportamiento que abarca tres aspectos (trivarga): el deber (dharma), las obligaciones religiosas, derechos y deberes del hombre; lo útil (artha), conjunto de reglas convenientes en la vida y que atañen especialmente al mundo material; y el amor (kâma).
Esta actitud abierta hacia el tema del amor permite el desarrollo de una técnica encaminada a dirigir toda la energía liberada en el acto sexual a un fin cósmico, como es la fusión con la divinidad, y en este caso el Brâhman toma el aspecto shivaíta, del dios fecundante. «Parama Shiva es el Absoluto de la filosofía tantra. El es trascendentalidad suprema… Como la luz y el calor coexisten en el fuego, la Yo-eidad (ahanta) universal y Shakti coexisten en la Conciencia Pura (chaitanya), la plenitud del Yo (pûrnahantâ) es la esencia de Parama-Shiva».
El Tantrismo se ayuda de toda una serie de elementos que están proscritos de las vías ortodoxas: el sexo, el vino, la carne, el pescado e, incluso, de algunas plantas que pudieran ser calificadas de alucinógenas. ¿Por qué? Cuando se cae al suelo se apoya en ese mismo suelo para levantarse. Las Upanishads nos brindan ese mismo mensaje: «Sé que las riquezas no son para siempre; que no se alcanza lo permanente a través de lo transitorio. Sin embargo… mediante recursos transitorios, yo he alcanzado lo eterno».
Pero todo ello no es tan simple; la sociedad hindú es de tipo iniciático y por lo tanto de tipo piramidal, a diferencia de los sistemas democráticos en los que todos los individuos tienen las mismas posibilidades.
El tántrico debe reunir una serie de características tales como ser de buena familia y no padecer defecto físico alguno. Pero este condicionamiento determina en un sentido mucho más profundo que, de las tres cualidades (gunas) que proporcionalmente anidan en todo ser, el tántrico debe poseer un alto porcentaje de bondad (sattva) careciendo prácticamente de tinieblas (tamas); con ello habrá dejado de ser un pashu, lo que vulgarmente conocemos como hombre de la calle. Condecorado, así, de nobles atributos, podría adentrarse por el difícil sendero de la espiritualidad.
La mujer tántrica, la rati, debe también estar sujeta a ciertos condicionantes, por supuesto debe pertenecer a buena familia, debe ser bella, tener los cabellos largos, no será vulgar y, sobre todo, no puede haber sido madre. También la rati, la mujer iniciada, dejará de menstruar, porque ello sería indicativo de impureza.
El ritual tántrico requiere una serie de elementos que se denominan: dhyana, mantras, mudras y mandalas. La meditación (dhyana) que comprende una concentración intensa y una visualización de la divinidad; las representaciones artísticas de los motivos tántricos quedan perfectamente reguladas en obras como Guhyasamaja, Sadhanamala o Manjushrimulakalpa. Los mantras son colecciones de sonidos o sílabas de un poder trascendente, provienen del sánscrito man = ‘pensar’ y tra = ‘instrumento’, luego son instrumentos del pensamiento. Los mudras son gestos simbólicos de las manos y de los dedos que, al ir acompañados de los mantras invocan a las divinidades. Y, por último, los mandalas son símbolos visuales o diagramas utilizados como instrumentos de control, todas las figuras geométricas elementales tienen valores simbólicos que corresponden a nociones de base que, con sus combinaciones, dan lugar a un proceso de creación de fuerzas.
El intercambio de energía en la maithuna (unión) provoca una descarga que libera cada uno de los puntos energéticos del cuerpo humano conocidos como chakras. La tradición hindú describe a la serpiente Kundalinî radicada en el punto inferior de la columna vertebral. La energía liberada en el acto sexual la despierta y la hace ascender despertando a su vez los chakras hasta alcanzar el punto más alto de la cabeza donde reside Vishnu, la segunda emanación de Brâhman, en la que implica el conocimiento.
Descriptivamente observamos el canal central (shusuna) físicamente representado por la columna vertebral y dos conductos: el ida que se inicia en el ovario o el testículo derecho acabando en la fosa nasal izquierda y el pingala que se inicia en el ovario o testículo izquierdo para terminar en la fosa nasal derecha. Estos dos conductos de la energía se van cruzando entre sí y con el canal central en determinados puntos que, en el organismo físico, coinciden con las glándulas.
La liberación de la energía requiere un control de la misma para encauzarla hacia el fin previsto; es lo que los tántricos denominan el control del último minuto en el cual el orgasmo debe ser interior, puesto que el fluir del esperma dispersaría la energía.
Hay varios métodos que utiliza el tántrico a fin de lograr contener la eyaculación, el más conocido consiste en volver la lengua hacia la epiglotis, apretándola, y suspendiendo al mismo tiempo la respiración. Este control empieza ya a manifestarse desde el primer paso en el ritual tántrico ya que antes del llegar al maithuna el tántrico debe haber convivido con la rati y dormido con ella durante cuatro meses sin tocarla, primero a su costado izquierdo y después a su costado derecho. Después de este primer periodo de iniciación el adepto considera que se ha demostrado el control del último minuto y puede pasar al paso siguiente del ritual.
Aunque las vías heterodoxas puedan hacer más atractiva esta filosofía a Occidente, el camino de la salvación no resulta nada fácil, tal como lo ilustra Somerset Maughan en El filo de la navaja con una célebre frase de la Katha Upanishad: «Arduo hallarás caminar sobre el agudo filo de una navaja, como difícil es, según los sabios, el camino de la salvación».
ÁVILA, Susana