No sabemos con certeza si las lágrimas (más concretamente, la capacidad para llorar), son algo exclusiv amente patrimonio del ser humano, de la misma manera que parece ser la carcajada o la risa. Si esto es así, deberíamos preguntarlos el porqué de ello, ya que no parece lógico admitir que haya sido por una especie de premio que la naturaleza nos ha querido otorgar.
A nivel físico la función de las lágrimas está clara, y a que permiten mantener todo el ojo humedecido mediante las glándulas lagrimales, las cuales se encuentran por encima del rabillo interior de cada ojo. Este líquido lubrica los ojos y los protege frente a sustancias extrañas e infecciones gracias es la
presencia en ella sales y lisozima, una enzima que destruye las bacterias. Durante el f lujo normal, las lágrimas limpian de forma constante el interior del ojo y se reúnen en la comisura interna del párpado, en el llamado lago lacrimal, desde donde drenan a través de dos pequeños conductos lacrimales que convergen en el saco lagrimal.
Cuando el flujo de lágrimas es abundante, como ocurre en los casos en que se produce irritación, el exceso de líquido que no puede ser recogido por los conductos lacrimales rebosa por los párpados, arrastrando los cuerpos extraños demasiado grandes para atravesar los conductos lacrimales.
Lo curioso del caso es que los recién nacidos suelen llorar sin lágrimas y a partir de los 60 años las lágrimas también han disminuido sensiblemente, lo que no parece crear problemas especiales a unos y otros. Pero al margen de este grupo de personas, cuando las lágrimas desaparecen total o parcialmente los problemas en el ojo se multiplican.
¿Por qué lloramos?
Llorar, indudablemente, es derramar lágrimas, y lo podemos hacer todo el día a causa de un afecto muy vivo, como ocurre en la muerte de un ser querido o, paradójicamente, de gozo, especialmente si nos toca la lotería, o un hijo aprueba los angustiosos exámenes de selectividad.
Parece ser que la cantidad de lágrimas no tiene una relación directa con el dolor que sentimos, ya que sucesos aparentemente inocuos nos producen un baño de lágrimas, mientras que otros con dolor profundo apenas nos dejan esbozar un ligero lagrimeo imperceptible. En ese mismo sentido, los niños son de lágrima fácil, las mujeres también más que los hombres, los ancianos dicen que se comen sus lágrimas, mientras que las lágrimas de cocodrilo son una realidad y no una frase.
Lo más probable es que las lágrimas sean un mecanismo de expulsión para nuestros sentimientos, de la misma manera que lo son los gritos o el sudor, los cuales empleamos de manera inconsciente para liberarnos de algo que nos hace daño. Pero lo curioso del caso es que también podemos emplear el lloro para liberarnos de una tensión emocional o para expresar nuestra alegría, del mismo modo que podemos emplearlo para implorar ayuda, coaccionar a otra persona o, simplemente, para lubricar un ojo reseco o expulsar un cuerpo extraño.
Todo ello nos deja bien claro que las lágrimas son un extraordinario mecanismo corporal que puede solucionar muchas cosas.
Todas estas situaciones y algunas docenas más, solamente se dan en el ser humano y esto que nos debería hacer felices nos importuna bastante. No siempre es agradable que los demás conozcan nuestras emociones, aquello que pertenece solamente a nosotros. Con las lágrimas nuestro mecanismo de defensa queda a merced del enemigo, del interlocutor, y ya no podemos disimular. Si nos aman aprovecharán para darnos un beso, pero
si nos odian será la señal para atacarnos sin piedad.
Sin embargo, y al margen de todas las consideraciones anteriores, lo más increíble es que podemos llorar lo mismo de felicidad que de tristeza, dormidos que despiertos, cuando alguien muere y cuando otro nace.
¿Por qué lloramos de felicidad?
Si admitimos que las lágrimas sean una válvula de escape para nuestras emociones, para expulsar aquello que hace daño, nos cuesta difícil entender que también puedan ser una manifestación de nuestra alegría. En numerosas ocasiones, después de estar sometidos a una tensión muy intensa (el
ingreso en la UVI de un ser querido o el retorno al hogar de un hijo que se había extraviado), nos hemos visto envueltos en lágrimas de alegría por la resolución feliz del problema. Este hecho es fácilmente explicable y a que anteriormente nuestro organismo estuvo sometido a un estrés intenso, acumulado, sin posibilidad alguna de liberarnos de él y a que la situación conflictiva no había desaparecido. Una vez resuelta, llorar nos liberaba de manera inmediata y mejor que cualquier razonamiento de nuestra sobrecarga. Sin embargo, no todo el mundo reacciona igual ante estos hechos ya que hay quien llora desde que tiene noticias del drama, otros buscan quienes les consuelen con cariño o palabras, mientras que la mayoría dan
saltos de alegría cuando todo ha finalizado. ¿Por qué, entonces, hay quien deja brotar un chorro de lágrimas en momentos de alegría?. Pudiera ser que el secreto estriba en la capacidad de cada uno para acumular la situación de estrés sin tener necesidad de liberarla en esos momentos. Si una persona,
cuando le comunican la mala noticia, empieza a gesticular, a lamentarse, llorar, a buscar ayuda moral de cuantas personas le rodean, es lógico que cuando la tensión ha desaparecido y a no necesite expulsar nada y pueda manifestar su alegría con risas o saltos. Pero aquellas personas que han tratado de encajar el problema en su interior y mantener la calma para poder comportarse de manera eficaz y no agudizar aún más el problema, deberán expulsar cuanto antes su tensión y para ello nada mejor que un lloro espontáneo.
Podemos llorar de felicidad por un problema que no sabemos si se resolvería satisfactoriamente, pero también lo podemos hacer cuando nos comunican una buena noticia, inesperada. En estos casos no había tensión previa, no había ningún problema que nos preocupara y ni siquiera esperábamos tan buena nueva. La felicidad nos llega así, de improviso, pero tan alta y repentina que nos cuesta encajarla. En ese momento nuestro
cuerpo está nuevamente sometido a una situación de estrésintensa y si no lo solucionamos podemos enfermar de la misma manera que cuando la situación es desagradable.
La solución ante esta situación ya la hemos apuntado: cuando la felicidad desborde nuestra capacidad de asimilación lo mejor es ponernos a llorar de alegría. Seguiremos siendo felices pero sin dolor físico.