En un pueblo cada año se hacía una fiesta para premiar al agricultor que lograba cosechar el mejor maíz.
Desde hacía unos años quien ganaba el trofeo era la misma persona. Ese día fueron varios periodistas de diarios locales para difundir el acto. Cuando el presentador llamó al podio al ganador, éste subió con una sonrisa ancha y después de decir unas breves palabras, ya que la elocuencia no era fuerte, tomó un puñado de sus granos y los repartió entre sus vecinos próximos .
Los periodistas tomaron fotos sorprendidos. Además de un gran agricultor, parecía una persona generosa. Uno de ellos que hacía años lo veía repetir este acto, se acercó a felicitarlo por su actitud.
– No es ningún mérito. No lo hago por bueno – dijo el hombre . – Lo que ocurre es que si los granos de ellos son malos, el viento los esparce y perjudican mis campos. Si los vecinos tienen una buena cosecha, a mi no me perjudica, sino que me favorece
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