Estamos en unos grandes almacenes, admirando una joya, una prenda, cualquiera maravilla tecnológica. Demasiado atractivo. Demasiado caro. Nace la tentación: «¿Y si me lo llevo sin pagar?». Un guardia de seguridad está mirando, o bien hay un sistema de vigilancia electrónica, o simplemente tienes miedo de que te atrapen, te castiguen, te condenen … Vuelves a dejar en su sitio el objeto del deseo. Esto no es honradez, es cálculo. No es moral, es precaución. El miedo a la represión es lo contrario de la virtud o, de ser una virtud, sería la prudencia.
Imagine, por el contrario, que tiene ese anillo que evoca Platón, el famoso anillo de Giges, que vuelve invisible a voluntad. Es una experiencia mental, como se suele decir ahora, una de las más fuertes que conozco. Platón la relata con muchos detalles, que merecerían una interpretación psicoanalítica. Todo empieza con una tormenta, acompañada de un seísmo: el suelo se agrieta, aparece una cavidad … Giges, que es un simple pastor, desciende y allí encuentra el cadáver de una especie de gigante, que lleva en la mano un anillo de hierro. Nuestro pastor se apodera de él.
Y descubre, poco después, haciendo girar maquinalmente el anillo, que le confiere al que lo lleve un poder asombroso. ¡Es un anillo mágico! Solo tiene que girarlo hacia el interior de la mano para volverse totalmente invisible, y en sentido inverso para volver a ser visible. Nuestro pastor, que pasaba por ser un hombre honrado, no sabe resistir a las tentaciones que le trae el anillo. Aprovecha sus poderes mágicos para entrar en palacio, seducir a la reina, asesinar al rey y asumir el poder, ejercerlo en su beneficio exclusivo, es decir, convertirse en el más odioso y criminal de los tiranos.
Pero volvamos al fondo filosófico. ¿Qué nos enseña de la moral una experiencia de este tipo? Es una forma de decir que la moral no es sino una ilusión, una mentira, un miedo disfrazado de mérito. Eso daría la razón a los hipócritas de todos los tiempos: nuestras virtudes solo son «casi siempre», como dirá La Rochefoucauld, o incluso siempre, «vicios disfrazados». Es como si el mito de Giges nos liberase de esta ilusión moral. En cuanto pudiéramos volvernos invisibles, desaparecerían todos los tabúes. Y así seríamos libres de perseguir el placer o el interés egoísta. La moral solo es un engaño, la virtud, una máscara.
¿ Es así? Sin duda Platón está convencido de lo contrario. Pero no todo el mundo va a ser platónico … La única respuesta válida, en lo que se refiere a cada uno de nosotros, es la que nos queramos dar. Imagine que tiene el anillo. ¿Qué haría? ¿Qué no haría? ¿Seguiría respetando la propiedad ajena, la intimidad, los secretos, la libertad, la dignidad, la vida? Nadie puede responder por usted, es algo que le afecta de forma exclusiva, pero le afecta en su integridad. Todo lo que no hace, pero que se permitiría hacer si fuera invisible, no corresponde tanto a la moral como a la prudencia o la hipocresía. En cambio, lo que, aun siendo invisible, seguiría imponiéndose o prohibiéndose, y no por interés, sino por deber, eso es estrictamente la moral. Su alma tiene una piedra de toque. Su moral tiene una piedra de toque y usted es el único juez. Su moral es lo que exige de sí mismo, no en función de la mirada ajena o de tal o cual amenaza exterior, sino en nombre de una cierta concepción del bien y del mal, del deber y de lo prohibido, de lo admisible y lo inadmisible, es decir, de la humanidad y de usted mismo.
Concretamente, la moral es el conjunto de las reglas a las que se sometería aunque fuera invisible o invencible.