La empatía merece un estudio de hondo calado, no es algo emocional o sentimental como puede parecernos, es un cambio de perspectiva donde por un momento tu y tu vida quedan desplazados para encontrarte encarnando la vida de quien está ahora a tu lado. Este artículo sólo es la punta del iceberg de este tema tan revelador que apunta directamente a ti. Léase con cuidado puede tocarte el corazón. Ícaro Dedaloson
La empatía es una característica esencial de la humanidad. La capacidad de ponernos en el lugar del otro y sentir lo que siente nos distingue. De hecho, algunos sociólogos y psicólogos han llegado a afirmar que la empatía es lo que nos hace propiamente humanos.
Sin embargo, las investigaciones más recientes sugieren que la empatía está en declive en la cultura occidental. Un estudio realizado en la Universidad de Michigan, por ejemplo, descubrió que las generaciones más jóvenes, en particular, son menos empáticas y más narcisistas que las anteriores.
Al mismo tiempo, una encuesta realizada en el Reino Unido reveló que el 52% de las personas piensan que hoy sentimos menos empatía hacia los demás. Sin duda, si miramos la creciente polarización de la sociedad, la demonización de algunos grupos, la desesperación de aquellos abandonados a su suerte, el aumento de la ira, la sospecha y los prejuicios, es difícil pensar que no es así.
¿Una crisis emergente de empatía?
El estudio realizado en la Universidad de Michigan reveló que la empatía entre los estudiantes universitarios había disminuido un 40% entre los años 1970 y 2000. Específicamente, lo que más ha disminuido es la preocupación empática, que ha sufrido una caída drástica, seguida de la toma de perspectiva.
La preocupación empática es la tendencia a sentir compasión, cariño, ternura o pena por los demás, sobre todo cuando se encuentran en dificultades. Es, básicamente, sentir lo que el otro está sintiendo porque nos ponemos de manera automática en su lugar.
Esos sentimientos orientados al otro suelen ir de la mano de la toma de perspectiva, que implica no solo ponerse en su piel desde el punto de vista emocional, sino también ser capaces de entender sus razones. Todo parece indicar que a las nuevas generaciones les cuesta más entender a los demás y, obviamente, ponerse en su piel.
¿Por qué?
Los fenómenos complejos como la pérdida de la empatía no tienen una única explicación. Sin duda, el abuso de la tecnología y las redes sociales influye. Acostumbrados a estar continuamente conectados en el mundo digital, cada vez tenemos menos oportunidades para mantener conversaciones abiertas y espontáneas cara a cara en las que podemos establecer vínculos afectivos con los demás y ponernos en su lugar o incluso mostrar nuestra vulnerabilidad.
Al mismo tiempo, estamos cada vez menos presentes. Los mensajes que entran continuamente y captan nuestra atención nos impiden estar en el aquí y ahora, una condición indispensable para sentir empatía. Los vínculos sociales que establecemos son cada vez más frágiles y líquidos, al decir de Zygmunt Bauman.
Sin duda, la tendencia de las sociedades occidentales al individualismo y la competitividad es otro factor que contribuye a esa pérdida paulatina de la empatía. La necesidad de competir continuamente con los demás en la búsqueda de la atención y el éxito hace que los veamos como contrincantes. Eso no solo genera distanciamiento sino además una fatiga mental que bloquea todo esfuerzo por comprender otra perspectiva.
La paradoja de la empatía selectiva
La empatía no es simplemente una respuesta natural. También se aprende. Sin embargo, los psicólogos están constatando una paradoja: somos cada vez más selectivos con el objeto de nuestra empatía; o sea, elegimos a la persona o grupo al que consideramos “digno” de recibir esa empatía.
El psicólogo Fritz Breithaupt, de la Universidad de Indiana, explica que existen factores desencadenantes y bloqueantes de la empatía. Así como podemos sentir empatía cuando vemos a alguien llorar, un conflicto con una persona o incluso una diferencia de opinión puede bloquear nuestra actitud empática.
Cuando nos vemos como antagonistas, nos resulta automáticamente imposible ponernos en el lugar de quien percibimos como nuestro enemigo. No podemos entender sus razones ni compartir sus sentimientos, por lo que la tendencia es a demonizarlo para asegurarnos de que la «razón» esté de nuestra parte.
Por tanto, también existe un mecanismo selectivo que nos permite sentir empatía por algunas personas o grupos, pero no por otras. Obviamente, las consecuencias de una disminución sistemática de la empatía general mientras se incrementa esa empatía selectiva es preocupante ya que nos distancia cada vez más como individuos pero también resquebraja nuestra sociedad.
Referencias Bibliográficas:
Booth, R. (2018) Majority of Britons think empathy is on the wane. En: The Guardian.
Konrath, S. H. et. Al. (2010) Changes in Dispositional Empathy in American College Students Over Time: A Meta-Analysis. Personality and Social Psychology Review; 15(2): 10.1177.
Quiero ampliar este artículo haciendo un TEST de una sola pregunta con Uds. Lean el siguiente texto pregúntense, ¿Cuánta empatía percibo en mi?. A continuación quiero compartir con ustedes un texto que les hará reflexionar sobre la naturaleza efímera de la vida y las lecciones que podemos extraer de cada experiencia. Acompáñenme en este recorrido introspectivo, donde las palabras se convierten en espejos que reflejan nuestras propias verdades y nos invitan a explorar el tejido mismo de nuestra existencia.
El tiempo que queda
Tengo 82 años, 4 hijos, 11 nietos, 2 bisnietos y una habitación de 12 m2. Ya no tengo mi casa ni mis cosas queridas, pero sí quien me arregla la habitación, me hace la comida y la cama, me toma la tensión y me pesa.
Ya no tengo las risas de mis nietos, el verlos crecer, abrazarse y pelearse; algunos vienen a verme cada 15 días; otros, cada tres o cuatro meses; otros, nunca…Ya no hago croquetas, ni huevos rellenos, ni rulos de carne picada, ni punto, ni crochet.
Aún tengo pasatiempo para hacer sudoku que entretienen algo. No sé cuánto me quedará, pero debo acostumbrarme a está soledad; voy a terapia ocupacional y ayudo en lo que puedo a quienes están peor que yo, aunque no quiero intimar demasiado. Desaparecen con frecuencia.
Dicen que la vida se alarga cada vez más. ¿Para qué? Cuando estoy sola, puedo mirar las fotos de mi familia y algunos recuerdos de casa que me he traído. Y eso es todo.
Espero que las próximas generaciones vean que la familia se forma para tener un mañana (con los hijos) y devolver a nuestros padres el tiempo que nos regalaron al criarnos. Cuidar de quien ya cuidó de nosotros, es la mayor de las honras.
Atte: Tu Madre, Tu Abuela, o Quizás Tú o Yo, en un futuro.
Que este viaje reflexivo nos inspire a valorar el presente, a cultivar conexiones genuinas y a tejer una narrativa llena de amor y comprensión. Porque, al final del día, en la trama de nuestra existencia, la conexión humana es el hilo dorado que da sentido a nuestro tiempo en este mundo.