Hay muchas formas distintas de negar y reprimir la muerte, y cada uno de esos diferentes intentos provoca resultados diferentes. Uno de ellos tiene que ver con el tiempo. Centrémonos, por tanto, en la relación existente entre el tiempo y la muerte.
Los filósofos sensibles siempre han estado intrigados por la relación que existe entre la muerte y el tiempo. Hegel decía que la historia es lo que el hombre hace con la muerte, y, según Brown, el tiempo fue creado por la represión de la muerte. Sé que éstos no son conceptos sencillos, pero creo que pueden ayudarnos mucho.
La Totalidad esencial, el Atman-Espíritu, es atemporal, carece de pasado, de futuro y de tiempo, o, si lo preferimos así, todo tiempo es ahora, el Presente eterno del que hablan los místicos ( el Gegenwart de Gebser).
En la realidad esencial, pues, no existe tiempo, ni pasado ni futuro. Podríamos decir que la eternidad es la condición de no tener futuro.
Obviamente, también la muerte es una condición de no tener futuro ya que lo que muere, lo que deja de existir, carece de futuro. Así pues, cuando el ser humano niega la muerte, rechaza vivir sin un futuro y, por consiguiente, rehúsa también vivir fuera del tiempo. De este modo, al mismo tiempo que niega la muerte, niega también la condición de no tener futuro y, por consiguiente, niega también la eternidad.
Negar la muerte es, en suma, requerir un futuro. Es así como, para eludir la muerte, el ser humano esboza una sensación de identidad independiente y la proyecta hacia adelante en el tiempo como promesa de que mañana se encontrará consigo mismo. Para reprimir la muerte se proyecta a sí mismo hacia el mañana y, entonces, como dice Brown, «la lucha contra la muerte [la represión de la muerte] se transforma en una preocupación por el pasado y por el futuro [ … ]. La vida no reprimida no sabe del tiempo histórico [ … ] sólo la vida reprimida está en el tiempo. La vida no reprimida es atemporal y mora en la eternidad».
Pero el tiempo no sólo es una negación de la eternidad (porque, de ser así, el ser humano nunca lo hubiera adoptado); el tiempo es también un sustituto de la eternidad porque permite mantener la ilusión de seguir y de proseguir, de perdurar, en suma [ … ].
Cualquier tipo de yo independiente necesita del tiempo como promesa de que la calavera no sonreirá el día de hoy.
KEN WILBERG: Después del Edén, 97-103