¿Cuánto valen las opiniones de los demás?, ¿Y las mías? 5/5 (2)

Si nos fijamos en las opiniones, veremos que son duros a cuatro pesetas. Todo el mundo en la calle tiene miles de opiniones sobre miles de temas, y sus opiniones cambian de un momento a otro y son vulnerables a los caprichos de la moda pasajera, la propaganda y la novedad. La opinión “de moda” hoy es la opinión “demodé” de mañana. La opinión de esta mañana está pasada de moda por la tarde. Todo el mundo tiene una opinión sobre todo. ¿ Y qué? Cuando nos fijemos en la cualidad real de las opiniones, dejaremos de darles tanto valor. Si volvemos la vista hacia atrás en nuestra vida, veremos que cada error que cometimos fue basado en una opinión.

Nos volveremos mucho menos vulnerables si ponemos nuestros pensamientos, ideas y creencias, que son todas opiniones, en un contexto diferente. Podremos ver entonces las ideas que nos gusta o nos disgustan. Algunos pensamientos nos dan placer, por lo que nos gustan. El hecho de que nos gusten hoy no significa que tengamos que ir a la guerra por ellos.

Nos gusta un concepto en tanto y cuanto nos sirva y estemos disfrutando de el. Por supuesto, lo descartaremos tan rápidamente como ya no sea una fuente de placer.

Cuando nos fijemos en nuestras opiniones, veremos que son principalmente nuestras emociones las que en el primer lugar están dándoles algún valor.

En lugar de sentir orgullo por nuestros pensamientos, ¿que hay de malo en sólo quererlos? ¿Por qué no amar un determinado concepto sólo por su belleza, por su cualidad inspiradora, o por su utilidad? Si vemos nuestros pensamientos de esa manera, ya no necesitaremos el orgullo de tener “razón”.

Si mantenemos el mismo punto de vista sobre nuestros gustos y disgustos, ya no somos propensos a discusiones. Por ejemplo, si amamos la música de un determinado compositor, ya no necesitamos defenderla. Podríamos esperar un poco a que a nuestro compañero también le encante, pero si no, lo peor que podemos sentir es una leve desilusión por no poder compartir algo que personalmente valoramos y disfrutamos.

Si intentamos esto, encontraremos que la gente ya no ataca nuestros gustos, disgustos y conceptos. En vez de una actitud defensiva, lo que están recibiendo ahora de nosotros es apreciación. Ellos entienden que apreciamos ciertas cosas, y es por eso que pensamos de la manera en que lo hacemos. Pero ya no nos critican o atacan. Lo peor que se obtiene es quizás una broma o una actitud burlona. Cuando el orgullo está ausente, el ataque también está ausente.

Esto es muy valioso en áreas como la política y la religión, tan propensas históricamente a provocar discusiones que son tácticamente pasadas por alto en las reuniones sociales. Encontraremos que si amamos nuestra religión, o lo que sea, nadie nos atacará. Si somos orgullosos, sin embargo, tendremos que evitar todo el tema, porque la ira rápidamente surgirá como un subproducto del orgullo.

Cuando verdaderamente valoramos algo, lo sacamos fuera de la lista de temas degradantes en discusión.

Lo que realmente apreciamos y veneramos es protegido por nuestra propia reverencia. Si le decimos a alguien que haga algo porque disfrutaremos con ello, realmente no hay mucho que pueda decirse al respecto, ¿ verdad? Si inferimos que lo hacemos porque hacerlo es lo correcto, veremos instantáneamente ponérsele los pelos de punta porque ellos, también, tiene una opinión sobre lo que es correcto.

Nuestros valores son preferencias. Los mantenemos porque nos encantan, disfrutamos con ellas, y obtenemos placer de ellas. Si las mantenemos en ese contexto, nos dejarán en paz disfrutar de ellas.

La razón por la que el orgullo provoca el ataque se debe a la inferencia de ser “mejor que”, que es parte integrante del orgullo. Vemos a muchas personas con regímenes dietéticos sobre los que están orgullosos; y en consecuencia, están constantemente discutiendo sobre la bondad de sus regímenes dietéticos y opiniones nutricionales. Incluso intentan imponer sus regímenes en los familiares y amigos, haciendo alarde de la superioridad moral o la salud de la práctica dietética. Por el contrario, hay personas que siguen las mismas pautas porque les gusta hacerlo, porque les hace sentir mejor, o porque cumplen ciertas disciplinas espirituales; y en consecuencia, nunca les oirás discutir, porque no tienen nada que defender. Si alguien nos dice que come lo que come porque le gusta, no hay mucho que podamos decir al respecto, ¿ verdad? Si, por el contrario, se infiere que la suya es la forma correcta de comer y, por deducción, que la nuestra es errónea, lo que realmente están diciendo es que ellos son mejores que nosotros. Y eso siempre suscita resentimiento.

Si no tomamos una postura orgullosa sobre nuestras opiniones, entonces tendremos libertad para cambiarlas.

¿Cuántas veces nos hemos quedado atascados realizando algo que en realidad no queríamos hacer, ¡porque habíamos estúpidamente adoptado una postura orgullosa sobre una opinión! Muy a menudo nos gustaría haber cambiado nuestra forma de pensar o la dirección en la que íbamos, pero nos vimos a nosotros mismos encajonados por haber tomado una posición orgullosa.

Eso nos lleva a una de las resistencias para entregar el orgullo, y que es el propio orgullo. En una posición orgullosa, uno de los problemas subyacentes es el miedo. Tememos que, si cambiamos nuestra posición en un determinado asunto, la opinión de los demás sobre nosotros se verá afectada negativamente.

Una razón por la que necesitamos de la humildad en nuestras opiniones es porque nuestras opiniones cambian a medida que profundizamos más y más en cualquier tema o situación.

Lo que parece ser de una determinada forma, tras un examen superficial, a menudo resulta ser muy diferente cuando realmente entramos en ello. Esta, por supuesto, es la consternación del político que hace promesas basadas en la fantasía de lo posible. Pero a medida que asume el poder, encuentra que las cosas son muy diferentes a como las había pensado. Los problemas son mucho más complejos. La situación se debe realmente al efecto neto de muchas fuerzas poderosas en la sociedad. Todo lo que los políticos realmente nos puede prometer es que utilizarán el mejor criterio posible por el bien de todos, a medida que profundicen en cada tema.

Este aspecto evolutivo de la vida es realmente todo lo que cualquiera de nosotros puede prometer, y este auto- conocimiento nos protegerá de la desilusión. Esta es la seguridad de la posición de “mente abierta” o la llamada “mente del principiante” en la práctica Zen. Cuando somos abiertos de mente, estamos admitiendo que no estamos en posesión de todos los hechos, y que estamos dispuestos a cambiar nuestras opiniones a medida que la situación se desarrolla. De esta manera, no nos encerramos a nosotros mismos en el dolor de defender causas perdidas.

Esto es muy cierto incluso en las áreas que creemos que se basa en datos estrictamente objetivos y observables, como los del campo de la ciencia. En realidad, la ciencia trata con hipótesis, y la opinión científica está constantemente en proceso de flujo y cambio. La opinión científica, para gran sorpresa de los laicos, también está sujeta a las modas, el paso por la popularidad, la ceguera del paradigma, y la presión política. Por ejemplo, en el campo de la psiquiatría, el tema de la relación entre la nutrición, los análisis de sangre, la función cerebral, y la enfermedad mental no era muy popular en el pasado. Los científicos y los médicos que trabajan en esta área se encontraban en el grupo “demodé”. A medida que pasaba el tiempo y se demostraba el valor de este campo de investigación, la opinión científica popular cambió. Se hicieron importantes descubrimientos, y toda una industria empezó a proporcionar productos que utilizaban los hallazgos básicos de la relación entre la nutrición y la función cerebral. El tema es ahora aceptado como respetable, por lo que los médicos y los científicos puede hacer investigación en este área y ser aceptados como parte del grupo “de moda”. El orgullo, por tanto, también es responsable de mantener el progreso científico (por ejemplo, las teorías del calentamiento global).

El orgullo nos ciega a muchas cosas que serían profundamente beneficiosas; para una mente orgullosa, aceptarlas sería inferir que estamos equivocados.

Cuanto más poderosos realmente seamos interiormente, más flexibles nos volveremos, por lo que estaremos abiertos a todo lo que es beneficioso. El orgullo nos impide ver lo que es totalmente obvio. La gente muere por miles a causa del orgullo. Ellos literalmente renuncian a su salud y a la vida misma. Los adictos y alcohólicos se encaminan hacia su muerte a causa de la inherente negación del orgullo: “¡Otra gente tiene el problema -no yo!” El orgullo nos impide reconocer nuestras propias limitaciones y aceptar la ayuda que necesitamos para superarlas. Nuestra soberbia nos aísla.

Cuando dejamos el orgullo, llega la ayuda a nuestra vida para hacer frente a los problemas con los que estamos luchando. Podemos experimentar y probar la verdad de este principio al escoger un área en la que estemos teniendo dificultades para entregar a fondo todo el orgullo involucrado. Cuando hacemos eso, algunas cosas sorprendentes comienzan a suceder. Deja ir el orgullo y abre la puerta para que recibamos lo que es el más beneficioso para nosotros. ¿Estamos dispuestos a dejar el orgullo y el sentimiento de superioridad hacia los demás? Cuando estamos dispuestos a dejar la pseudo-seguridad del orgullo, experimentamos la verdadera seguridad que proviene del coraje, la auto-aceptación y la alegría.

Libro: Dejar ir _ David R. Howkins

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