Yo no tengo un ego. Ni usted tampoco.
Eso no significa que usted y yo no nos quedemos atrapados en algún pensamiento o comportamiento egocéntrico, sino que nos equivocamos al pensar que el ego es algún yo individual separado, alguna “cosa” en la mente.
Cuando observo mi propia mente, noto que hay un sentido de “yoidad” siempre presente. Este ha estado ahí toda mi vida, y no ha cambiado. La sensación de ser “yo” es la misma sensación que tuve cuando tenía diez años de edad. Mis pensamientos, sentimientos, gustos, aversiones, actitud, carácter, personalidad, roles, deseos, necesidades y creencias pueden haber cambiado considerablemente a lo largo de los años, pero la sensación de “yo” no lo ha hecho.
No encuentro un ego separado, otro “yo” que a veces controla la situación. Lo que encuentro en cambio son varios patrones de pensamiento que condicionan la forma en que tomo decisiones y actúo.
A veces, puede que me sienta temeroso o crítico, y podría comportarme de forma manipuladora o auto-protectora. Podría pensar que si las cosas fueran de una determinada manera yo sería feliz. Podría sentirme inseguro y querer llamar la atención de los demás, tratando de sentirme importante. Podría elaborar un sentido de identidad a partir de mi condición social, de los roles que desempeño, de mi personaje, o de mi estilo de vida. Y cuando esto fuera desafiado de alguna manera, podría tratar de defender y reforzar este sentido de identidad que he construido.
En cualquier caso, las experiencias y condicionamientos del pasado generan las creencias, actitudes, necesidades, deseos y aversiones. Estos se convierten en la lente a través de la cual veo mi mundo, y afecta a la forma en que interpreto mi experiencia, los pensamientos que surgen en mi mente, y toda una serie de historias sobre qué decir o hacer, con el fin de conseguir lo que creo que va a hacerme sentir mejor.
Sin embargo, el “yo” que interpreta y piensa es el mismo “yo” que siempre está ahí. Pero su atención se ha quedado completamente absorbida en uno u otro patrón de pensamiento “egoico”, que conduce correspondientemente a decisiones y acciones egocéntricas.
Lo que llamamos el ego no es otro yo separado. Es como un modo de ser que puede dominar nuestro pensamiento, nuestras decisiones, palabras y acciones, que nos lleva a comportarnos de forma indiferente, egocéntrica, o manipuladora. Nuestra exploración del ego sería más fructífera si dejamos de usar la palabra como un sustantivo, lo que implica de inmediato un “algo”, y en cambio pensar en el ego como un proceso mental que puede ocupar nuestra atención. Por eso un verbo es una forma más apropiada de expresarlo: Estoy “ego-ando”.
La diferencia es sutil, pero muy importante. Si veo al ego como a un yo separado, alguna cosa, entonces es fácil caer en la creencia ―común en muchos círculos espirituales― de que debo librarme de mi ego, trascenderlo, o superarlo de alguna manera.
Pero viendo al ego como a un proceso mental, un sistema de pensamiento en el que quedo atrapado, indica que necesito salir de ese modo de pensar ― mirar el mundo a través de una lente diferente, una menos contaminada por el miedo, la inseguridad y el apego.
Este es un enfoque mucho más fácil y más eficaz. Cuando me de cuenta de que estoy atrapado en el pensamiento egoico, en lugar de reprenderme a mí mismo (o a mi ego imaginario), puedo percatarme de lo que está pasando y dar un paso atrás. Esto no quiere decir que he eliminado esa manera de pensar. Seguramente volverá. Y cuando lo haga, puedo optar por salir de nuevo. Trascender el ego se convierte así en una práctica continua en lugar de un objetivo lejano.
por Peter Russell