Oigo a menudo -como ya he insinuado antes- decir a personas que han trabajado por su empresa durante mucho tiempo y con gran celo:
«Estoy cansado. He trabajado mucho por la empresa. Pero ya de nada sirve. No podemos conseguir que vuelva a prosperar. El entorno económico es cada vez más difícil. No tenemos ninguna posibilidad de salvar la firma».
Otros se han esforzado por una mejora del clima empresarial. Pero solo han cosechado desengaños y experimentado su impotencia. Y esto les ha cansado. Hay otros que han desarrollado, junto con sus colegas, grandes ideas acerca del modo en que la firma podría seguir funcionando con buenos resultados durante largo tiempo. Pero no han sido escuchados.
Un hombre que ha apoyado a su empresa durante muchos años se siente cansado porque su nuevo jefe solo piensa en las ganancias y pasa por alto la calidad de sus colaboradores. Ponía mucho empeño en conseguir un buen clima laboral, pero el nuevo director no está interesado en los trabajadores. Lo único que le preocupa son los beneficios. No advierte que no mejorará los resultados empresariales si lo único que hace es espolear a los empleados, sin prestar atención a su valía personal. Nuestro interlocutor es consciente de que así se avanza en una dirección falsa. Pero todos sus intentos por llamar la atención del director han caído en saco roto. Y esto le cansa. De alguna manera, ya no siente ningún placer. Sigue trabajando según las normas establecidas y cumple su deber según lo prescrito. Pero ha perdido la fuerza y el idealismo. El cansancio se difunde no solo en este colaborador sino en otros muchos.
El hombre que me hablaba de su cansancio ante la actitud de su nuevo jefe, que tanto había empeorado el clima laboral, frisaba los 55 años. A mi entender, esta forma de cansancio es típica en edades comprendidas entre los cincuenta y los sesenta y cinco años. Es el cansancio que antecede a la jubilación. Todavía quedan algunos años por delante, y se sienten deseos de hacer bien el trabajo. Nuestro hombre no está resignado. Ha confesado su cansancio, pero a pesar de ello ha tomado la decisión de expresar sus puntos de vista. Disponía de libertad interior para decir lo que le parecía justo, aunque esto molestara con frecuencia al director. Su cansancio le ha preservado de una frustración o de una amargura permanentes. Por un lado, se sentía cansado en sus esfuerzos por mejorar el clima de la empresa. Por otro lado, no quería abandonar. A su entender, la solución estaba en confesar el cansancio, pero admitiéndolo con absoluta serenidad y, al mismo tiempo, con la esperanza de decir lo que consideraba pertinente. No había saña en sus palabras. Pero tampoco había perdido la esperanza de que sus advertencias conseguirían al final algún resultado, aunque contaba ya con la experiencia de que no modificaban la actitud del director. Seguía confiando, a pesar de todo, en que sus palabras eran semillas que en algún momento germinarían en el corazón del hombre. Así pues, el cansancio no le arrastró a la resignación o la amargura, aunque sí transformó su modo de trabajo por la empresa. Su actividad respiraba en ese momento el sabor de la libertad, de la serenidad y de la esperanza.
A menudo, la sensación de cansancio no está provocada por experiencias negativas. El director de una empresa me confesaba: «Estoy cansado simplemente de tener que suavizar conflictos que me parecen banales. Lamento tener que ordenar siempre de nuevo bagatelas cotidianas». O un compañero opina: «Estoy mortalmente cansado. Me gustaría no tener que volver a escuchar los problemas de los demás. Me cansan sobre todo los problemas en la relación de pareja o en la relación de amistad. Me he visto implicado durante mucho tiempo en los problemas de otras personas. Ya basta. Ahora desearía ocuparme un poco de mí».
Debemos tomar en serio estos sentimientos. Indican que hemos sobrepasado ciertos límites o que hemos vivido demasiado unilateralmente. Solo hemos vivido para los demás. Ha llegado el momento de tomar también en serio nuestras propias necesidades. El cansancio nos invita a realizar con mayor determinación el otro polo de nuestra vida hasta ahora no vivido. Puede ser una preocupación por nosotros mismos o una actitud creativa. El cansancio nos indica que debemos tener más en cuenta nuestras propias barreras. No podemos saltar impunemente las vallas de nuestras limitaciones.
La sensación de cansancio o de aversión es siempre una señal de que debemos mantener un contacto más directo con nosotros mismos. Si contemplamos el cansancio como un impulso de nuestro espíritu, nos sentiremos agradecidos y podremos enfrentarnos sin dificultad a él. Nos preocuparemos más por nosotros mismos. Y experimentaremos de nuevo el placer de dedicarnos a los problemas de los otros. Pero si pasamos por alto esta sensación de cansancio, crece hasta convertirse en una especie de resistencia interna o incluso de repugnancia frente a la tarea que nos fatiga. La palabra alemana Ekel (repugnancia) indica propiamente algo que incita al vómito. El estómago se rebela contra constantes y excesivas exigencias. Quien ignora el cansancio, experimenta repugnancia y hastío. El término Überdruss, «hastío», se deriva de verdriessen, «desazonar, contrariar, desalentar», emparentado a su vez con «ser incómodo o molesto, afligir, fatigar». Quienes ignoran su cansancio actúan de mal humor y con desaliento.
En mi labor de acompañamiento he vivido otras experiencias con el cansancio. A veces, en las conversaciones con los clientes, me sentía cansado. Antes buscaba la causa en mí mismo. Pensaba que había dormido demasiado poco. Recurría con frecuencia al café para vencer el cansancio. Pero más tarde, en mis conversaciones con mis colegas descubrí que mi cansancio era siempre un indicio de que el cliente pasaba de largo sobre el tema. No hablaba de lo que verdaderamente le preocupaba. Contaba cosas interesantes, pero mantenía aparcada la cuestión que en realidad le importaba, la relativa a su verdad interior y a su disposición a aceptarla y a emprender nuevos caminos en su vida personal o profesional.
Hay otros directivos o colaboradores que están cansados porque su empeño ha resultado inútil. Están cansados porque han trabajado mucho. Se han comprometido desde hace largo tiempo, han empleado sus energías en beneficio de su empresa, en la política o en una asociación. Y lo han hecho a gusto y con la mejor voluntad. Pero ahora de pronto advierten que no tienen empuje, que se han cansado. Y la causa no está en las circunstancias externas, sino en la constitución interna. Han topado con sus limitaciones corporales y anímicas. Reconocen que ya no se encuentran tan frescos y en tan óptimas condiciones como al principio. La edad exige su tributo. Deben mostrarse siempre fuertes en su profesión. Aquí no pueden permitirse ningún signo de cansancio. Y ahora el cansancio los atrapa. Es un cansancio producido en definitiva por una larga y permanente opresión de fases fatigosas. Cuando estaban cansados, combatían el cansancio con numerosas tazas de café. Pero en algún momento la fuerza expansiva se agota. Se han cansado porque han estado sobrecargados demasiado tiempo, porque no han querido reconocer sus limitaciones.
Otra de las causas del cansancio en la profesión es la pérdida de valor de algunas empresas, tal como el hombre a que nos hemos referido antes intentaba transmitir a su jefe. Es verdad que de puertas afuera se propugna un código de valores. Se desarrollan directrices y se imprimen en papel extra-brillante. Pero los directivos las entierran en los cajones y están más pensadas para repercusiones extra-empresariales. Dentro se deja sentir muy poco su influencia. Los valores son fuentes de energía. En latín se les llama virtutes. Son fuerzas y transmiten fuerza. Si los valores faltan, nos falta la fuerza para comprometemos en favor de la empresa. La pérdida de valor genera siempre cansancio. Sin valores, la empresa carece de valor. Y no merece la pena entregar la energía a una empresa así. Aquí no hay ninguna motivación. El compromiso por una empresa sin valores produce cansancio.
Hay quienes se sienten cansados porque están constantemente sobrecargados. Se ven enfrentados a tareas insolubles. Tienen que reducir los puestos de trabajo y perciben que con ello no solo causan daño a los colaboradores que despiden, sino que además ponen cargas excesivas sobre los compañeros y compañeras que conservan el puesto. Tales actividades, inconciliables con la propia conciencia, pero que sin embargo hay que llevar a cabo, generan cansancio. Al principio se intenta explicar a los colaboradores que la empresa solo puede sobrevivir reduciendo costes. Pero llega el momento en que estos argumentos suenan a vacío cuando se advierte la gran cantidad de dinero que se derrocha en otros ámbitos. Si no estoy convencido de la rectitud de las normas, difícilmente puedo transmitirlas. Y este sentimiento de tener que hacer algo que va contra mi conciencia, esto me cansa. No experimento ya ningún placer en tener que doblegarme de continuo. Noto que últimamente estoy dirigiendo mi energía contra mí mismo. Y así, no me resta energía alguna para lo que es razonable y tiene sentido, ninguna energía para mi vida en mi hogar.
Me contaba un trabajador que el jefe le bombardeaba constantemente con correos electrónicos insensatos. Quería información al instante sobre este o aquel ámbito. Al colaborador le suponía un gran gasto de tiempo y de energía proporcionar estas informaciones. Pero además tenía el presentimiento de que eran completamente absurdas. Solo servían para satisfacer el afán de notoriedad y la vanidad del jefe; o tal vez para adormecer su miedo. El colaborador intentó tomar las cosas con cierta calma e incluso poner en duda la lógica de ciertas instrucciones. Pero no consiguió otra cosa sino endurecer el comportamiento totalitario del director. Trabajar en estas condiciones es cansado. Al colaborador le asalta la impresión de que toda su capacidad laboral está siendo explotada para equilibrar la inmadurez de los dirigentes. Si no ve ningún sentido en su trabajo, pierde energía para ejecutarlo y sobre su cuerpo y su espíritu se desploma un plúmbeo cansancio.
El cansancio aparece en muchos ámbitos laborales, no solo en las grandes empresas. Yo lo vivo justamente en los ámbitos sociales. Hay, por ejemplo, una joven profesora comprometida y llena de ideas. Pero cada vez que manifiesta una idea nueva, se topa con la misma reacción en sus colegas: «No sirve para nada. No hace más que aumentar el trabajo. No compensa». Estas reacciones denuncian el clima de cansancio que se ha implantado en todo el colectivo de docentes. Conozco este fenómeno de un estado de ánimo cansado que paraliza a grupos enteros, también en los consultorios psicológicos o en hospitales. Jóvenes psicólogos y médicos, que están llenos de entusiasmo y dispuestos a comprometerse en favor de las personas, se ven frenados con frecuencia. No se reacciona a sus propuestas con argumentos, sino con una profunda sensación de cansancio: «No sirve para nada. No siento el menor placer. Me basta con lo que hago. No quiero nuevas exigencias … ».
Libro: Estoy cansado