Las olas que evolucionan en la consciencia individual de toda persona 4/5 (5)

Del niño bebe al adolescente

Los tres estadios generales -egocéntrico, etnocéntrico y mundicéntrico- resumen simplemente las muchas olas por las que atraviesa el proceso del desarrollo de la conciencia, pero ya podemos advertir que el desarrollo, en rea­lidad, constituye una disminución del egocentrismo. Cada nueva ola evolutiva supone, pues, simultáneamente, una disminución del narcisismo y un aumento correlativo de la conciencia (o un aumento en la capacidad de asumir perspectivas cada vez más amplias y profundas).

El niño pequeño es sumamente egocéntrico, lo cual no signi­fica que sólo piense egoístamente en sí mismo sino, muy al con­trario, que no puede pensar en sí mismo. Expliquemos esto entendiendo algo mas sobre los terminos egoismo o narcisismo.

El diccionario define al término narcisismo como “interés ex­cesivo en uno mismo, en la propia importancia, en las propias ha­bilidades, etcétera; egocentrismo”. Pero el narcisismo no consiste tan sólo en sobrevalorar el yo y sus capacidades, sino también en infravalorar correlativamente a los demás y a sus aptitudes. Así pues, el narcisismo no se caracteriza sólo por una autoestima des­proporcionada, sino también por una desvalorización simultánea de los demás. Según dicen los clínicos, el estado interno caracte­rístico del narcisismo es el de un yo vacío o fragmentado que tra­ta de llenar ese vacío con un movimiento egocéntrico destinado a engrandecer el yo a expensas de disminuir el yo de los demás, de modo que su talante emocional queda perfectamente reflejado por la frase: «¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer!».

Aunque existen muchas formas de conceptualizar el narcisis­mo (y también muchas modalidades diferentes de narcisismo), la mayor parte de los psicólogos están de acuerdo en que, hablando en términos generales, se trata de un rasgo normal de la infancia que, en el mejor de los casos, acaba viéndose superado. De he­cho, el proceso de desarrollo de la conciencia puede ser conside­rado como una disminución progresiva del egocentrismo. El niño pequeño se halla fundamentalmente encerrado en su propio mundo, ajeno tanto al entorno que le rodea como a la mayor par­te de las interacciones humanas.’ En la medida en que van con­solidándose la fortaleza y las capacidades de su conciencia, va cobrando simultáneamente conciencia de sí y de las personas que le rodean, hasta llegar finalmente a desarrollar cualidades con las que no nace -como el cuidado, la compasión y el abrazo integral generoso-, que le permiten ponerse en el lugar de los demás.

Como señala Howard Gardner, el psicólogo evolutivo de Har­vard:

El niño pequeño es sumamente egocéntrico, lo cual no signi­fica que sólo piense egoístamente en sí mismo sino, muy al con­trario, que no puede pensar en sí mismo. El niño egocéntrico es incapaz de diferenciarse del resto del mundo y, en ese sentido, todavía no se ha separado de los demás ni de los objetos. De este modo, siente que los otros comparten su dolor o su placer, que inevitablemente deben comprender las palabras que apenas mas­culla, que su perspectiva es compartida por todas las personas y que hasta los animales y las plantas participan de su conciencia. Así, cuando juega al escondite cree ingenuamente que, si no ve a los demás, ellos tampoco podrán verle, porque su egocentris­mo le impide reconocer que el punto de vista de los demás es di­ferente del suyo.

Desde esta perspectiva, el proceso entero del desarrollo humano puede ser considerado como una disminu­ción progresiva del egocentrismo.­

El desarrollo, en gran medida, supone una expansión de la conciencia y una disminución correlativa del narcisismo, que va acompañada de la capacidad de tener en cuenta -y, en conse­cuencia, de expandir la conciencia- hasta llegar a abarcar a otras personas, lugares y cosas.

 

Tres estadios generales son comunes a la mayor parte de las facetas del desarrollo y son conocidos con nombres muy di­versos, como preconvencional, convencional y postconvencio­nal; egocéntrico, sociocéntrico y mundicéntrico, o “yo”, “noso­tros” y “todos nosotros”.

El estadio egoísta suele denominarse preconvencional, porque el niño pequeño todavía no ha aprendido las reglas y roles conven­cionales o, dicho en otras palabras, porque todavía no se ha socia­lizado. No puede asumir el papel de los demás y, en consecuencia, tampoco puede experimentar un respeto y una compasión genui­nos. Precisamente por esto sigue siendo egocéntrico, egoísta, nar­cisista, etc., lo cual no significa que no experimente ningún tipo de sentimientos hacia los demás, ni que sea completamente amoral, sino tan sólo que, comparado con los estadios posteriores del de­sarrollo, sus sentimientos y su moral se hallan todavía fuertemente anclados en los impulsos, los instintos y las necesidades fisiológi­cas. (Aunque algunos teóricos románticos sostengan que el niño mora en un estado de libertad no-dual y bondad original, ¿qué bebé es realmente libre? En el mejor de los casos, se trata de un estado de potencialidad y apertura, no de presencia real de la libertad, dado que cualquier estado sometido a los impulsos, el hambre, la tensión y la descarga no puede ser realmente libre. En cualquier caso, la investigación realizada al respecto evidencia de manera consistente que el niño no puede asumir el papel de los demás y, en consecuencia, no se halla en condiciones de experimentar compa­sión, respeto o amor por ellos.)’

En tomo a los 6 o 7 años de edad, aproximadamente, tiene lu­gar un cambio muy profundo en la conciencia y el niño comien­za a estar en condiciones de asumir el papel de los demás. Su­pongamos, por ejemplo, que usted tiene un libro de portada azul y contraportada naranja. Supongamos también que le muestra ese libro a un niño de cinco años de edad y que después lo sos­tiene entre ambos de modo que la tapa naranja quede mirando ha­cia usted y la azul hacia el niño. Pregúntele luego qué color está viendo y no dudará en responder correctamente que el azul. Pero si luego le pregunta qué color es el que usted está viendo, el niño de cinco responderá equivocadamente que azul, a diferencia de lo que ocurre con el de siete años.

Dicho en otros términos, el niño de cinco años no ha desarro­llado todavía la capacidad cognitiva que le permita salir de su propia piel y colocarse provisionalmente en la piel de otro y, en consecuencia, nunca entenderá realmente su perspectiva, nunca le comprenderá y por lo tanto no será posible el reconocimiento mutuo. Mal podrá, en tal caso, respetar su punto de vista (por más que emocionalmente puede amarle). Pero todo eso comienza a cambiar con la emergencia de la capacidad de asumir el papel de los demás, un avance al que Gilligan, dicho sea de paso, denomi­na como el avance desde el estadio egoísta al del respeto.

El estadio del respeto -que habitualmente se prolonga desde los siete años de edad hasta la adolescencia- es conocido también con los nombres de convencional, conformista, etnocéntrico y so­ciocéntrico, formas diferentes, todas ellas, de decir centrado en el grupo (ya sea la familia, el grupo de pares, la tribu o la nación). En tal caso, el niño sale de su propia perspectiva limitada y empieza a compartir las visiones y perspectivas de los demás, hasta el pun­to de quedar muy a menudo atrapado en la perspectiva de éstos (de ahí el término conformista). Este estadio suele ser conocido también como el estadio del “niño bueno” o la “niña buena”, “mi patria, esté en lo cierto o esté equivocada”, etc., reflejando, de ese modo, la intensa conformidad, presión de los pares y autoridad del grupo que normalmente le acompañan. Por otra parte, aunque el individuo que se halle en este estadio pueda salir, hasta cierto punto, de su propio punto de vista, no puede hacer lo mismo con la perspectiva del grupo. Ha pasado del “yo” al “nosotros” -y ex­perimentado, por tanto, una mengua del egocentrismo- pero toda­vía se halla atrapado en el “mi patria, esté en lo cierto o esté equi­vocada”.

Esta situación empieza a cambiar en la adolescencia, con la emergencia de la conciencia postconvencional y mundicéntrica (el respeto universal de Gilligan), otro gran paso hacia delante en el proceso de disminución del egocentrismo porque, en esta oca­sión, es el grupo de pares el que se pone en cuestión. ¿Qué es lo correcto y justo, no sólo para mí, mi tribu o mi nación, sino para todos los seres humanos, independientemente de raza, religión, sexo o credo? Éste es el momento en que el adolescente puede convertirse en un apasionado idealista, un cruzado de la justicia o un revolucionario dispuesto a poner al mundo patas arriba. Y aunque parte de esta situación se deba simplemente a un cambio hormonal, también tiene que ver con la emergencia del estadio del respeto, la justicia y la ecuanimidad universal que jalona el comienzo de la posibilidad de desarrollar un abrazo auténtica­mente integral.

Resumiendo, pues, en la medida en que el proceso de desa­rrollo avanza desde lo preconvencional a lo convencional y, pos­teriormente, hasta lo postconvencional (o, lo que es lo mismo, desde lo egocéntrico a lo etnocéntrico y, posteriormente, hasta lo mundicéntrico), el peso del narcisismo y del egocentrismo va disminuyendo de forma lenta pero segura. En lugar de tratar al mundo (y a los demás) como una mera extensión del propio yo, el adulto maduro de la conciencia postconvencional trata al mun­do en sus propios términos, como un yo individualizado en una comunidad de otros yoes individualizados entre los cuales existe un respeto y un reconocimiento mutuo. La espiral del desarrollo es, dicho en otras palabras, una espiral de compasión que se ex­pande desde el “yo” al “nosotros” y, posteriormente, hasta el “to­dos nosotros”, abriéndose cada vez más a un abrazo realmente integral.

Debo advertir, no obstante, que con ello no estoy afirmando que el desarrollo suponga un progreso lineal cada vez más posi­tivo y luminoso, porque lo cierto es que cada nuevo estadio no sólo nos proporciona nuevas potencialidades, nuevas capacida­des y nuevas fortalezas, sino que también abre la puerta a nuevos desastres, nuevas patologías y nuevas enfermedades. Hablando en términos generales, podríamos decir que los nuevos sistemas emergentes deberán enfrentarse a problemas nuevos que no aquejaban a sus predecesores (los perros pueden padecer cáncer, cosa que no ocurre con los átomos, por ejemplo). Lamentable­mente, pues, el proceso de desarrollo de la conciencia se atiene a una “dialéctica del progreso”, según la cual hay un precio que pa­gar por cada nuevo paso hacia adelante que, en consecuencia, trae consigo buenas y malas noticias. En cualquiera de los casos, el hecho es que cada una de las olas del desarrollo de la concien­cia aporta la posibilidad de una ampliación del respeto, la com­pasión, la justicia y la misericordia, en el camino hacia un abrazo más integral.

LIBRO: Una teoría del todo_Ken Wilber

Por favor puntúa este artículo