Hay otro factor básico que impide que yo siga creciendo y es que el exterior me está imponiendo, desde el principio, un modelo de comportamiento. El exterior me dice cómo he de ser y cómo no he de ser. Este “como ser” va más allá de lo que en principio parece, porque me dice lo que es correcto que yo piense y lo que es correcto que yo sienta. Es decir, que no solamente es un comportamiento externo sino que es un modelo interno, y no solamente me impone este modelo sino que me juzga y me condena de acuerdo con mi cumplimiento de este modelo.
En la medida en que yo asumo el modelo (…) lo exterior pasa a ser la norma; pasa a ser mi Dios, no la sinceridad, no la libertad interior, no lo profundo, sino lo externo. Y en la medida que para mí es más importante ser de acuerdo con un modelo que ser profundamente más y más yo mismo, en esta medida he prohibido crecer.
No quiero decir que el exterior no tenga que darnos modelos. Necesitamos modelos para poder convivir. El problema es que se valora y se juzga al niño en virtud del modelo y nada más.
Se hace del modelo el culto fundamental, de tal manera que el objeto de la llamada educación suele ser, en la práctica, que cada uno se comporte del modo que es debido. No que el niño viva más y más su autenticidad, su plenitud. Lo más importante, lo fundamental, es que se comporte del modo adecuado.
Se valora más el modo de ser que el ser.
El aceptar modelos puede ser hasta cierto punto necesario o útil de cara al comportamiento exterior, pero el problema es que yo no vivo esos modelos de cara al comportamiento exterior solamente, sino que me los creo y entonces los vivo en relación al vivirme a mí mismo. En una palabra, estoy identificado con los modelos, yo me confundo con el modelo.
Estos dos factores, el modelo impuesto, y por lo tanto el culto al modelo, y los hábitos adquiridos o conducta condicionada, son los dos factores principales que están impidiendo que uno siga creciendo en inteligencia, en energía y en afectividad.
Por eso, teniendo en nosotros la posibilidad de ser una plenitud como seres concretos, estando destinados a poder vivir una plenitud encarnada, generalmente estamos viviendo una frustración encarnada.
a – Formación del modelo.
Cuando somos pequeños se nos va educando y educar consiste en que se nos vaya diciendo lo que hay que hacer, cómo hay que hacerlo, y lo que no hay que hacer. El niño va aprendiendo eso que se le enseña, pero no sólo lo aprende sino que lo acepta tal como se le da, es decir, como la verdad y el bien (…). O sea que el niño se identifica a sí mismo como valor en tanto que modelo y en tanto que modo particular de ser.
El niño va aceptando esta idea que se le da: él no vale como ser, sino que su único valor está en su modo de ser, de que él no “es”; Él es o bueno o malo, o listo o tonto, pero el “ser”, él “es”, esto no existe, no tiene ningún valor.
El “ser” (este foco de inteligencia, de energía y de afectividad), es algo central en el niño y en quien no es niño, en todo el mundo; es el fondo olvidado de todo y de todos.
Pero, en cambio, el modo de ser se adquiere a través de la mente concreta.
Y en la medida que el niño acepta que su valor está en el modo de ser, necesita retener el modelo con su mente concreta, provocando la progresiva desconexión de su fondo natural.
Al situarse en el sector más exterior de la mente se desconecta del fondo, donde está su propia fuente de energía vital y por lo tanto su propia conciencia de seguridad como ser concreto.
Se desconecta también de su fondo afectivo, su fondo afectivo de donde está fluyendo toda su capacidad de amar, de gozar, de felicidad.
Y se desconecta también de su fondo mental desde donde el niño tiene la capacidad de ver por sí mismo (…), se desconecta de su capacidad de evidencia y entonces todo él empieza a vivir a partir de esa fachada, del modo de ser.
La desconexión de este fondo (de seguridad, de este fondo de felicidad, de este fondo de evidencia) impide al niño que viva directamente, en su fuente, estas cualidades básicas, obligándole a proyectarse en el exterior. Entonces estará exigiendo que el exterior le dé seguridad, que el exterior le dé felicidad, que el exterior le dé la información que ha de aceptar.
Del fondo surge todo lo que soy capaz de vivir y uno se desconecta del fondo para instalarse en la mente externa y convierte esta mente externa en un centro artificial.
Lo importante es que se vea claro que el modelo implica -cuando se convierte en centro- la desconexión del centro natural.
b – La triple angustia.
Así pues el niño proyecta al exterior lo que corresponde a su fondo.
El niño se ha desconectado de su fondo de donde podría surgir la respuesta natural, óptima a cada situación, y está viviendo en su centro artificial; pero el exterior le niega el afecto, la felicidad, la seguridad. Entonces el niño se encuentra sin soporte central y sin soporte exterior y por unos momentos se encuentra totalmente aislado, desconectado, en una soledad total. Es el estado de angustia fundamental, y esta angustia es triple, porque está funcionando en cada nivel.
Hay la angustia mental de que él creía que actuando de un modo concreto obtendría una seguridad: “si yo soy bueno me querrán”. Pero a veces él cree ser bueno y las cosas no funcionan bien, entonces el niño tiene como una inseguridad total en el aspecto mental, “no sabe”, aquello que le parecía claro, aquella información que tenía, (…) falla y aparece una angustia en el aspecto mental. Es lo que luego se vivirá como angustia de identidad “¿quién soy yo? o ¿qué he de ser yo?”. Ésta es la base de la angustia de identidad.
En el aspecto afectivo el niño se siente que no recibe afecto y el niño pequeño necesita el afecto como necesita el aire y necesita los alimentos. Entonces vive una angustia de abandono, de soledad afectiva. Aquí tenemos la segunda vertiente de la triple angustia, esto es, la angustia de abandono, de soledad, de frustración afectiva.
La tercera vertiente se manifiesta en el aspecto de la energía. El niño ante esta situación de inseguridad y de abandono se ve incapaz de poder hacer nada, se siente impotente. Es la angustia de impotencia.
Siempre se halla presente esa triple angustia; lo que sucede es que en unos casos se manifestará más en un aspecto que en otro, pero siempre se hallan los tres aspectos; la angustia de identidad, la angustia afectiva, de abandono, y la angustia de impotencia.
¿Qué hace el niño frente a esta situación de angustia? (…) pues hace lo que puede para salir de esta angustia, lo que está a su alcance.
Entonces el niño busca una solución para huir de este estado inaguantable de angustia. Una solución que también aquí se puede ver por sectores.
En el aspecto de identidad el niño puede buscar la solución que consiste en crear un supermodelo, que es la obligación de ser siempre totalmente bueno. Entonces esta idea le atenúa la angustia porque le abre una esperanza y por ello se adhiere a esa consigna que se convertirá en un modelo para el futuro.
Y ahí tenemos las personas que luego están viviendo toda la vida bajo la obligación interior de ser siempre totalmente buenos (…) juegan a ser buenas simplemente porque están obedeciendo a esta consigna; la necesidad imperiosa de sentirse buenas, porque si no, surge de nuevo la angustia. A esto se le llama una necesidad compulsiva: la persona se siente obligada a ser buena porque si no vuelve a surgir la angustia (…), la decisión de ser bueno era para huir de la angustia de identidad.
Puede ser que, en lugar de con este modelo de “voy a ser superbueno”, el niño reaccione de otra manera, que reaccione al revés, que reaccione diciendo “yo he sido bueno y no me han comprendido, me han fallado, no hay derecho, y protesto” y el niño, entonces, siente rebeldía frente a esta situación de rechazo y, curiosamente, en la medida que él siente rebeldía es como si se atenuara su angustia.
Así que al vivir la protesta o al vivir el rechazo se siente más afirmado, más él mismo y la angustia tiende a disminuir. Aquí también está la necesidad compulsiva, en este caso de oponerse, de reaccionar en contra.
Pero puede ser también que ante la angustia de identidad reaccione de otra manera que no es ni ser bueno ni ser malo, sino que es cerrarse al exterior, huir del exterior, renunciar a la aceptación del exterior. El razonamiento (…) sería: “no se puede confiar en el exterior, siempre falla; yo me retiro”. Entonces este niño se inhibe interiormente, se aísla (…) se desconecta.
Estos son los tres tipos principales de modelos para huir de la angustia de identidad (…). Lo cual quiere decir que en la medida que no vivo esto, reaparece la angustia que en todo momento ha estado dentro, y eso es importantísimo entenderlo porque en el trabajo de autodescubrimiento es inevitable que surja esa angustia que está dentro y, si uno no comprende que es natural que esté ahí, al sentir la angustia huirá y dejará de hacer el trabajo.
Y esa barrera es inevitable pasarla, sea cual sea el camino que uno siga, si es realmente camino.
¿Qué sucede en el aspecto afectivo, la angustia propiamente afectiva, la angustia de abandono, de soledad?.
Hay varias soluciones también, lo que suele ser más habitual es la reacción de decir “yo voy a conseguir como sea que me quieran”. Así que surge la necesidad, la exigencia de conseguir que alguien nos quiera, y entonces buscamos amigos,… que sean como una especie de amigos juramentados, con quienes hay un compromiso de fidelidad Son una válvula de seguridad por la cual nos aseguramos un mínimo de comprensión y de afecto.
La necesidad de asegurarme el afecto, la necesidad compulsiva. Y cuando aquella persona me falla hace resurgir de nuevo mi angustia de abandono.
“Yo quiero aquello que me hace sentir bien a mí”. No quiero aquello por ello mismo, lo que quiero es lo que aquello me da. Y cuando aquello me falla yo me siento desamparado
En el aspecto energía, la angustia de impotencia genera en mí la necesidad de afirmarme como persona fuerte y ¿cómo puedo ser fuerte cuando de hecho estoy viviendo como un desgraciado?. Pues sólo hay un modo: imaginativamente, y empiezo a imaginar y empiezo a juzgar. Entonces yo utilizo mi mente y mi imaginación como una herramienta para vivirme como una persona fuerte para huir de mi angustia de sentirme impotente y entonces sueño que un día llegaré a ser muy valioso (…), sueño siempre, de un modo u otro, con llegar a ser una persona fuerte, utilizando la mente para juzgar al otro y condenarlo, para minimizarlo.
En la medida en que en la mente yo estoy negando el valor del otro me estoy afirmando implícitamente a mí, que me sitúo por encima, al juzgarlo y condenarlo. Se emplea el pensar como herramienta de poder.
La mente está haciendo esta función simbólica de poder, de afirmarse como ser poderoso, superior.
Con todo esto tenemos un armazón de cómo se construye nuestro estilo habitual de vida.
Esta explicación es para que uno la mire en sí mismo, es para que uno la descubra en sí mismo (…); es una hipótesis para que uno observe en sí mismo y vea lo que está pasando en uno mismo.
Es ir observando toda esta dinámica, ir descubriendo toda esta estructura.
c – Yo idea, yo ideal, personaje.
Mirando lo explicado antes desde otra vertiente, podemos decir que el niño, de un modo natural, es este fondo o potencial de energía, de inteligencia y de amor, él es intrínsecamente eso, es lo que es su identidad como individuo, y su existencia es ir actualizando eso en forma constante, a través de lo físico, de lo afectivo y de lo mental concreto; pero recibe del exterior el impacto de una exigencia, de un modelo de ser: “tu has de ser de esa manera amable, obediente, estudioso, cuidadoso, etc.” y se le condiciona, los mayores condicionan su afecto y la valoración del niño al cumplimiento de ese modelo.
Fijaos que, de por sí, este modelo no tiene nada que ver con el niño, es un modelo totalmente externo, extraño, que se superpone a la mente y a lo que es la naturaleza del niño. El niño trata de cumplir el modelo y entonces los mayores le juzgan de acuerdo con su cumplimiento o no de ese modelo. Fijaos que este juicio es un juicio que se está haciendo en relación con ese modelo que se le ha impuesto.
O sea, primero, imposición del modelo que es tan ajeno al niño como el nombre que se le da, y segundo, se le juzga en virtud de su obediencia o no a ese modelo.
No se juzga el acto que haya hecho en relación con el modelo, se le juzga a él por el acto. O sea que se le está dando al niño una definición de él que no tiene nada que ver con él, porque se le juzga en relación con el modelo que es totalmente ajeno a él. Modelo que puede ser muy conveniente, pero que no es él.
El niño acepta eso porque además ve que es la base de su funcionamiento social, de su valoración y de la actitud de los demás hacia él. O sea que lo importante para el niño es “cómo es”, no “qué es” y “quién es”.
El “cómo” pasa a ser lo fundamental y el niño aprende a definirse a él en virtud de ese “cómo es”, y ese “cómo es”, cuando lo vive como si fuera su naturaleza, le aísla, le aleja, le enajena de su verdadera identidad.
El niño no es un “cómo”, el niño es un “quién”, mientras que el “cómo” es variable; puede actuar de un modo, puede actuar de otro (…) pero siempre el “cómo” es un modo de algo, el “cómo” es un modo de ser y lo constante es el ser, la variable es el modo de ser que irá variando con el tiempo. Por lo tanto, la identidad del niño es su ser central y no sus modos.
Así pues el niño se identifica con ese juicio, con esa idea que se le da de sí mismo. Identificarse quiere decir que vive como si eso fuera su identidad, cree que esa es su identidad y ya no vive ni puede aceptar ninguna identidad más allá de esa.
Como estos modos de ser, el modo de ser que sea, la idea que se me da, el yo idea, siempre tienen un carácter limitativo y no corresponden a la plenitud natural que yo intuyo de mi propio fondo, esto siempre crea un contraste, es decir que el yo actual siempre me viene pequeño porque no soy todo lo listo, no soy todo lo fuerte, no soy todo lo valiente, no soy todo lo guapo que debería ser. Entonces este contraste entre la demanda de totalidad, de plenitud y el yo idea que acepto ser, crea un desajuste que se traduce en la necesidad absoluta de crear un modelo ideal para el futuro.
La fuerza con que vivo la limitación del yo idea es exactamente la misma con que me adhiero al yo ideal. La misma fuerza que me hace rechazar el “yo no valgo” es exactamente la que se convertirá en fuerza o necesidad de llegar a valer.
El modelo ideal o yo ideal es siempre inverso al yo idea (…). Una cosa genera la otra y eso se convertirá para mí en lo más importante de mi existencia.
Así que el yo idea se proyecta hacia un yo ideal y toda mi vida está construida sobre este eje: lo que en el fondo estoy creyendo ser, de mi infancia, que ha generado un ideal que será el sentido de mi existencia en el futuro. (…) Yo necesito llegar a ser muy fuerte en la medida que en mi interior, en el yo idea infantil que está dentro, me sigo sintiendo débil. Tratad de ver esa unidad de funcionamiento.
Esta trayectoria por la cual yo estoy constantemente tratando de llegar a algo que me complete, que me haga vivir una plenitud en un sentido u otro, hace que en cada momento yo adopte unas actitudes, que responda ante las situaciones de un modo u otro. Todo ello está creando un estilo propio que le podemos llamar el personaje que uno está representando en la vida sin darse cuenta.
Comprender esto es adquirir una visión del sentido que tienen cada una de nuestras respuestas, de nuestras actitudes, ante las situaciones en cada momento.
Todo aquello que vaya a favor de mi ideal lo viviré como bueno, como satisfactorio, todo aquello que tienda a negar o vaya en contra de mi yo ideal lo viviré como malo, como negativo, como enemigo, y así cada cual está viviendo la vida no tal como es sino tal como la puede ver desde su propio personaje. Y este es el argumento secreto de cada existencia.
Así pues, se establece el argumento entre el yo idea y el yo ideal que está creando un modelo de funcionar en cada momento, crea el personaje que uno está creyendo ser.
El yo idea no tiene nada que ver conmigo, es un juicio que se me ha dado y que yo he aceptado, pero que me ha venido del exterior y que no tiene nada que ver con mi verdadera identidad.
Interesa que se vea este carácter de superposición de lo que yo creo ser y lo que quiero llegar a ser; o sea la identificación. Yo me estoy viviendo como alguien siendo alguien que no soy; pero en la medida que yo siga creyendo que soy ese que va mejorando, que es mejor y que cada día consigue unas cosas y que un día va a llegar a más, en la medida que yo siga creyendo esto viviré de acuerdo con ello y sufriré las consecuencias de esta creencia. Es evidente que eso no tiene nada que ver con mi realidad y por lo tanto con mi realización.
Todos los problemas psicológicos son consecuencia y aspectos de este problema básico que estoy diciendo; la identificación con el yo idea que se proyecta hacia el yo ideal dando lugar al personaje de cada día. Todos los problemas (psicológicos) que están ahí, son subaspectos de esto que os acabo de explicar.
Lo más difícil de ver en todo esto es que la persona no se da cuenta de que está viviendo una fantasía mental, no se da cuenta de que está viviendo en un mundo de creencias psicológicas, piensa que está viviendo la realidad y no vive la realidad, vive sus ideas, sus interpretaciones.
Todo esto está activando el miedo, miedo que a su vez tiende a despertar la huída o el ataque.
El personaje es esa dinámica en que yo estoy “tendiendo hacia” y “huyendo de”.
Realizarse es descubrir lo que uno es detrás del error que uno vive, y si uno no descubre el error no puede vivir la verdad.
Antonio Blay
Libro: Un recorrido por la propuesta y experiencia de Antonio Blay