Te necesito, ¡Dime qué hago!

Existen dos voces, la exterior y la interior. Si, por ejemplo, me dicen «tonto» (voz exterior) y esa voz coincide con mi voz interior, es decir, yo también me digo a mi mismo «tonto», entonces ese adjetivo me dolerá. Pero aunque la voz exterior me diga «tonto», si no coincide con mi voz interior (yo me digo que soy inteligente), entonces no hay dolor. Cuando las voces no coinciden no hay dolor. No podemos manejar las voces exteriores, pero si las interiores.

En las charlas suelo pedir a los asistentes que dibujen en su mente un extraterrestre. Luego, les pido que levanten la mano quienes lo hicieron con manos, pies y ojos, y así todos van levantando las manos. Al final pregunto: «¿Cuántos han visto un extraterrestre?», y entonces todos ríen. La gente habla …

En un día muy caluroso, en una ciudad al sur de Italia, un padre y su hijo emprenden un viaje con su asno para visitar a unos parientes que viven en una ciudad lejos de su comarca.

El padre va montado sobre el asno y el hijo camina a su lado; los tres pasan por delante de un grupo de personas y el padre escucha que dicen: «Mirad eso, ¡qué padre tan cruel! Va sobre el asno y su hijito debe andar a pie en un dio tan caluroso.» Entonces el padre baja del asno, hace subir al hijo y continúan así.

Pasan frente a otro grupo de personas y el padre escucha que dicen: «Pero mirad: el pobre viejo camina, en un dia tan caluroso, y el joven va muy cómodo sobre el asno. ¡ Qué clase de educación es esta!» El padre, entonces, piensa que lo mejor es que los dos vayan sobre el asno, y así continúan.

Un poco después pasan frente a otro grupo de personas y el padre escucha: «¡Observad qué crueldad! Esos dos no tienen ni un poco de misericordia con ese pobre animal, le hacen cargar tanto peso en un dio tan caluroso.» Entonces el padre se baja del asno, hace bajar también a su hijo y continúan caminando junto al asno.

Pasan frente a otro grupo de personas, que dicen: «¡Qué imbéciles esos dos! En un día tan caluroso, ¡caminan a pesar de que tienen un asno sobre el cual montar!»

Cuando tienen dudas sobre qué hacer, muchas personas piden opinión a sus amigos, conocidos o familiares, pero pedir opinión no sirve, ya que la opinión está basada en la ignorancia. Busca experiencia, no opinión, es decir, pide consejo a alguien que sepa, alguien que ya haya pasado por la situación que estás atravesando y la haya superado con éxito.

Un hombre abrió una tienda de venta de pescado y colocó un gran cartel: «Aquí se vende pescado fresco.» Lo visitó un primer amigo y le dijo: «¿Para qué pones “aquí” si es obvio que es aquí?» Y la palabra fue borrada. El segundo amigo le dijo: «¿Fresco? ¿Para qué aclararlo, si nadie vende pescado podrido?», y desapareció la segunda palabra. El tercero agregó: «¿Para qué “se vende”?, [nadie regala el pescado!», y desaparecieron las dos palabras. En el cartel solo quedó: «Pescado.» El último amigo concluyó: «¿Para qué poner “pescado” si su inconfundible olor delata desde lejos la tienda?» Y no quedó nada. 

¿Apegados o pegoteados?

Imagina un pájaro hermoso que por causas ajenas a sí mismo ha permanecido encerrado en una jaula durante muchos años. Un día la puerta de la jaula queda abierta. ¡Ahora el pájaro puede volar! Sin embargo, a pesar de que todavía tiene sus alas, aunque las circunstancias han cambiado radicalmente, el pájaro no hace ademán de marcharse. ¿Por qué? Porque cree que todavía está atrapado.

Hay personas que no logran establecer lazos afectivos sanos, se apegan de una manera dañina a su pareja, a un amigo, a su jefe, y así pierden su autonomía. Por ejemplo, si tuvieras que rendir cuentas ante un jefe, un apego saludable te permitiría mirarlo de igual a igual, reconociendo que él es el jefe, y explicarle. Si tu jefe siempre te marca lo que haces mal, podrías pasarle la pelota, adelantarte y preguntarle: «¿Qué necesita que haga?», y replantear la relación en términos más amigables.

Un síntoma claro de que hay dependencia es la ansiedad que sienten las personas en sus relaciones con otros. Veamos cómo se genera esa ansiedad.

  1. Por ausencia.

La ansiedad de la separación es una dependencia emocional que nos hace creer que sin el otro no podremos vivir. Quienes sufren este trastorno son personas apegadas que están constantemente preocupadas por perder el objeto de su apego.

Por ejemplo, si se les pide que hagan algo solas, estas personas se dicen que no pueden. Ante la soledad se angustian y dicen cosas como: «No te vayas», «No me dejes». Estas personas no confían en sí mismas, son como niños que le preguntan a su madre: «¿Qué me pongo?», «¿Puedo ver la tele?», es decir, necesitan permisos para moverse, requieren autorización.

2. Por presencia.

Un ejemplo de esta situación es la persona que se siente observada, exigida, cuando el jefe entra en la oficina. Esto ocurre porque le ha dado al jefe un poder de punición ( «[Me mata!»)

 

que no tiene y se ha puesto a sí misma en un lugar de vulnerabilidad, que tampoco tiene. Es decir, pone al jefe como una mirada castigadora y a sí misma en un lugar infantil, no ve la posibilidad de discutir con otro adulto. Este tipo de personas suele indagar: «¿Estás bien?», «¿Estás enojado?», «¿Te pasa algo?», pero eso no es preocupación afectiva sino ansiedad. Las personas a las que la presencia de otros les genera ansiedad ponen al otro en un lugar de controlador, su presencia les asusta, se ponen ansiosas como si estuvieran en falta, y encuentran alivio cuando están solas. También es habitual escuchar las dar un informe de todo lo que hacen a modo de explicación, y esto ocurre porque ponen al otro en el lugar de ogro y temen su castigo.

La autonomía da libertad

La autonomía se desarrolla a partir de perder el miedo, ya que el miedo condiciona las conductas.

Esto no significa que debas ser osado, sino que corras riesgos inteligentes. Por ejemplo, hay personas que no se matriculan en la universidad por miedo a que «no les dé la cabeza», por temor al fracaso. Estas personas están focalizadas en la pérdida y no en sí mismas, en el esfuerzo y las ganas que pueden poner para alcanzar el éxito.

Tienes que dejar de poner los límites en el otro. No digas: «No hago esto porque a mi padre o a mi pareja no les gusta.» ¡Nunca la explicación de lo que nos pasa empieza por el otro! Si bien es cierto que el otro nos condiciona, la explicación no es porque el otro sino porque yo: «Yo no me enfrento a esto porque creo que a mi padre no le gusta.» ¡Soy yo, no mi padre! En todo caso, me sentaré a hablar con él y nos pondremos de acuerdo, o no.

Párate en la responsabilidad. Pregúntate: «¿Qué es lo que sí puedo hacer?» y hazlo. Algunas cosas te saldrán bien y otras no, pero lo importante es que te habrás puesto a ti mismo como el primer punto de responsabilidad. Es importante que entendamos que cada uno de nosotros hace algo para que lo que nos pase sea bueno o malo.

Libro: NUDOS MENTALES, Bernardo Stamateas

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