Tu enojo te daña 5/5 (2)

El enfado –al igual que la tristeza, la ansiedad o el miedo– es una emoción displacentera, incómoda y no deseada, pero es una emoción normal, que se relaciona –primariamente– con la preservación de la vida y que conllevan una dimensión adaptativa y de supervivencia.

Ahora bien, cuando en el enfado se produce un desajuste entre el motivo que lo origina y la proporcionalidad de la respuesta emocional, es decir, la intensidad, la frecuencia y la duración son excesivas, esta emoción puede convertirse en un problema en sí misma e interferir en nuestro bienestar físico, mental y social (Organización Mundial de la Salud, 2006).

El enfado casi siempre se expresa con una alta activación del sistema nervioso autónomo –involuntario, inconsciente y automático–, lo que provoca tensión corporal, elevación del ritmo cardíaco, nerviosismo… Este estado favorece conductas, percepciones y pensamientos que pueden tener consecuencias negativas y alejadas del motivo o situaciones que dieron origen a dicho enfado.

Este es el objetivo del artículo: comprender las consecuencias de una inadecuada expresión de nuestro enojo, de nuestro enfado y aprender a gestionar de una forma más adaptativa.

Consecuencias negativas del enfado

Las consecuencias negativas de un enfado desadaptativo se derivan, básicamente, de varios aspectos:

  • El potencial destructivo asociado a conductas agresivas que pueden poner en riesgo la integridad propia o ajena. En más de una ocasión hemos visto respuestas de enfado cuando alguien hace una mala maniobra al conducir. Algunos pueden tocar sostenidamente su claxon, otros proferir insultos o hacer gestos agresivos, e incluso, bajarse de su coche y dirigirse al conductor o conductora “negligentes”. Podemos imaginar los posibles finales de estas acciones que pueden ir desde una discusión acalorada hasta empujones o pelea física. Las consecuencias de dar rienda suelta a nuestra cólera o ira, pueden acabar en lesiones o daños físicos o materiales, pero también emocionales y psicológicos.
  • Las consecuencias emocionales que suelen experimentarse tras una inadecuada gestión del enfado: sentimientos de culpabilidad, vergüenza, tristeza, etc. Por ejemplo, muchas personas, pueden pasar una noche sin dormir dándole vueltas a lo que han dicho o hecho, a cómo han reaccionado ante algo que les resultó ofensivo o contrario a sus preferencias o ideas. La vergüenza y tristeza de haber reaccionado de una forma inadecuada forma parte de este bucle de sentimientos negativos. Pero no sólo de la propia persona o de aquellas personas que han sido objeto directo de la reacción, sino también de quienes se han visto involucrados en la escena.
  • El rechazo social que genera, y el daño que se puede infligir y que trae aparejados sentimientos de incomprensión, resentimiento o desconfianza, y que aumentan la cadena de malestar.
  • Y también puede afectar a la propia salud, por ejemplo, a nuestra salud cardiovascular (Palmero, Diez, Diago, Moreno, Oblitas, 2007) e influir en la recuperación tras eventos cardiovasculares

Un rápido consejo

Darnos cuenta de cómo estos procesos nos influyen, puede activar nuestra motivación de cambio y mejora.

El desafío está en descubrir nuevas conductas y modos de pensamiento más flexibles. Que nos permitan, ante situaciones adversas, concentrarnos en la solución de los problemas, con mayor empatía para favorecer interpretaciones más objetivas, y también más benévolas, de las intenciones y motivaciones de los demás.

María Jimenez…Areahumana.es

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