Esta es la historia del despertar de Nathan Gill contada por él mismo.
Nací en 1960 en el seno de una familia de clase media del sureste de Inglaterra.
De pequeño, tenía un carácter muy vehemente y sentía una gran curiosidad por todo. Me pasaba horas leyendo libros de aventuras y de misterio, y entre mis pasatiempos destacaban la búsqueda de objetos antiguos y las largas caminatas por el campo en cuanto surgía la oportunidad. ¡La búsqueda comenzó a una edad muy temprana!
Sin embargo, a medida que me fui haciendo mayor, esa inquietud se tradujo en problemas para escoger una carrera o en la incapacidad de centrarme en un campo en particular. Dejé de estudiar en cuanto pude, decidí formarme para ser chef de cocina y acabé trabajando en la construcción.
Ese trabajo me gustaba mucho porque me ayudaba a quemar gran parte de toda esa energía e inquietud sin exigirme responsabilidades: simplemente hacía lo que me mandaban, lo cual me permitía deambular a placer entre la retahíla de mis pensamientos.
Mi interés constante por los misterios del cuerpo y del universo me llevó a experimentar con distintas dietas y con diversos tratamientos naturales, a contemplar las estrellas, a comer setas alucinógenas o a llevar al cuerpo al límite practicando culturismo y levantando pesas.
No obstante, cuando contaba con poco más de veinte años, me vi obligado a aminorar la marcha: una lesión en el hombro supuso, para mí, el final del culturismo; cuando mi mujer dio a luz a nuestra primera hija, yo tenía veintidós años y dejé de trabajar en la construcción para dedicarme a la horticultura. Durante varios años trabajé en la recolección de fruta en los huertos de Kent desde principios de verano hasta finales de otoño, mientras que el resto del año trabajaba como jardinero. En esa época se despertó en mí el interés por lo espiritual y lo esotérico.
Hacia 1985 entré a formar parte de una orden de hermanos que me enviaban mensualmente lecciones de misticismo y de la “ley universal”. Disfrutaba mucho leyendo monografías sobre estos temas cada semana.
Un par de años más tarde, comencé a interesarme por las enseñanzas de un maestro indio ya fallecido, enseñanzas que recibía en forma de lecciones mensuales y que incorporaban una sección gurú-discípulo, ¡a pesar de que el gurú ya había muerto! Entonces empecé a realizar esas prácticas y a buscar la Iluminación, que se convirtió en mi nueva obsesión.
Al cabo de otro par de años, y después de haber experimentado con varias técnicas espirituales, empecé a cansarme y encontré un libro escrito por un gurú occidental. Ese libro afirmaba que yo ya estaba despierto y que no necesitaba alcanzar ningún tipo de liberación. Su mensaje me pareció evidente. Sin embargo, unos pocos años después, y tras publicar una buena cantidad de libros, ese hombre decidió autoproclamarse maestro mundial y ofrecer una relación gurú-discípulo a cualquiera que estuviera interesado, a raíz de lo cual decidí que no quería saber nada del asunto aunque, a lo largo de los cinco años siguientes, leí algunos libros más de ese mismo autor, así como todo libro espiritual que caía en mis manos. No obstante, a mi parecer, ninguno conseguía “dar en el clavo” como aquel primer libro de aquel gurú occidental. En el fondo, sabía que era cierto que yo ya estaba despierto y que ya era libre pero seguía sumido en la confusión porque, al parecer, yo no era más que un hombre normal y corriente, con los problemas típicos de la gente corriente.
Cualquiera que fuera la razón, el caso es que me harté de las enseñanzas de aquel hombre y de todas las demás enseñanzas espirituales tradicionales. Entonces, me topé con el mundo advaita y empecé a leer todo lo escrito por y sobre los más “famosos” del advaita.
Buena parte de la confusión que había sentido hasta entonces desapareció. Comprendí que lo único que existe es la Conciencia pero, entonces, ¿por qué seguía sintiendo que “yo” existía al margen de todo lo demás?, ¿cuál era el eslabón perdido? Si yo ya estaba despierto y era libre, ¿por qué solía sentir que mi vida era una porquería?
En 1997 leí Lo que es: el secreto abierto a una vida despertada, el primer libro de Tony Parsons. Me puse en contacto con él y me invitó a una reunión en su casa de Londres. No tardé mucho de darme cuenta del imponente halo de misterio que yo había construido en torno a todo ese asunto de la “Iluminación”. Tony era un hombre corriente que hablaba con sentido del humor y con paciencia. Me impactó la sencillez de sus respuestas a las preguntas que les planteaba la gente. A lo largo del año siguiente, asistí a reuniones de ese tipo y hablé con Tony por teléfono cuando me fue posible. Yo quería convertirlo en mi maestro pero él me explicó que no tenía nada que enseñar y que, simplemente, se limitaba a indicar que sólo existe la Conciencia, que yo ya soy. Aunque yo ya lo había comprendido hasta cierto punto, entonces empecé a asimilarlo realmente.
Tony me indicó que no es necesario que ningún tipo de “acontecimiento” esté asociado al hecho de reconocer la auténtica naturaleza de uno mismo. Sin embargo, en septiembre de 1998, dio la casualidad de que se produjo un “acontecimiento”. Yo estaba trabajando en el jardín: estaba chispeando. Alcé la mirada y noté una sutil sensación: “yo” no estaba allí. Cogí mi bicicleta y empecé a pedalear: era como si estuviera viendo una película pero sin tener que esforzarme por formar parte de ella.
Este desmoronamiento repentino del “yo” arrastró consigo la necesidad de comprender. Aunque Tony me había indicado que el hecho de reconocer que nuestra naturaleza es conciencia no tiene por qué ir asociado a ningún acontecimiento en particular, era evidente que yo había estado esperando a que se produjera alguno, puesto que, ahora que estaba produciéndose, lo percibía como un “permiso para despertar”. Sin haberme dado cuenta, hacía tiempo que esperaba una confirmación de mi auténtica naturaleza. Llamé a Tony y le explique, entusiasmado, lo que me estaba sucediendo. Gracias a ese novedoso “permiso para estar despierto”, el proceso de hablar surgía de la claridad más que del punto de vista del “yo”. Tony reconoció que yo ya no me dirigía a él sintiéndome un personaje distinto que intenta alcanzar algo desde una perspectiva de búsqueda y de comprensión intelectual.
A medida que avanzaba el día, el “yo” y su embelesamiento comenzaron a regresar sutilmente y a intentar adjudicarse la autoría de dicho acontecimiento –que consistía, precisamente, en la ausencia de “yo”- calificándolo de “mi” Iluminación, de “mi” Despertar. Predominaba la sensación de que esa repentina “puesta en libertad” –una enorme felicidad que surgió al ausentarse el “yo”- constituía la Iluminación que yo esperaba.
Al despertarme a la mañana siguiente, ¿continuaría aún ese estado? ¡Sí! Sin embargo, al cabo de unos pocos días, me di cuenta de que esa sensación de “puesta en libertad” se iba desgastando pero, un par de días después, volvió a ser tan completa como al principio. Tras un par de semanas con esa especie de vaivén y de que el “yo” reapareciera e intentara aferrarse a su propia ausencia, asistí a una de las reuniones de Tony, y fue como si el mero hecho de estar allí recargara aquella enorme felicidad. Sin embargo, a los pocos días, esa felicidad desapareció por completo y el embelesamiento de la identificación con el yo regresó. No le comenté nada a Tony y estuve cierto tiempo sin asistir a sus reuniones. Me sentía confuso.
Entonces, leí un libro en el que una mujer describía que estuvo muchos años con la ausencia del “yo” y que, al cabo de cierto tiempo, algunos “maestros” le dijeron que aquello era la Iluminación. Después, cayó enferma y murió. En el epílogo del libro, un amigo suyo escribió que, poco antes de morir, la mujer se había sentido confusa y frustrada porque ese “estado” había desaparecido y había regresado el “yo”.
De repente, comprendí claramente que esos episodios en los que el “yo” reaparece súbitamente pueden provocar una gran confusión desde el punto de vista de la claridad. Uno de esos episodios puede durar unos pocos segundos o prolongarse durante diez o más años. Por tanto, a menos que uno vea que el “yo” no es más que lo que es –es decir, un simple pensamiento-, cuando vuelve a hacer acto de presencia, se experimenta una sensación de pérdida, la sensación de que uno está de nuevo confinado a identificarse con un personaje. Una vez que se vuelve a identificar con ese personaje, surge el deseo de conseguir más de esa “Iluminación”, al tiempo que se tiene la sensación de haber regresado a un estado de agitación y de tensión que forma parte del juego de la búsqueda.
En ese momento, la vida se veía como una gran representación teatral en la que sólo existe el “saber” innato, aunque ese proceso parece ocultarse tras el embelesamiento que produce el pensamiento del “yo” y todos los demás pensamientos que dan forma a “mi” relato. Como Conciencia que somos, nuestra verdadera naturaleza es consciencia y manifestación. El “yo” sólo es otro elemento de ese decorado y, al igual que sucede con las demás imágenes, cuando queda “desenmascarado” –cuando se ve como es realmente-, la búsqueda se interrumpe de forma natural y desaparece la tensión.
También tuve claro que ese proceso en que nos percatamos de los entresijos del “yo” no tiene por qué producirse de forma repentina, sino que puede darse gradualmente, como una parte más de la propia vida y, más que con un “subidón” de felicidad absoluta, se puede manifestar con la sencilla naturalidad de una revelación suave y gradual.
Desaparecida mi confusión, ya no necesitaba que se produjera ningún acontecimiento ni que, de repente, desapareciera el “yo” para dar por demostrado que mi naturaleza es Conciencia. Era evidente que toda mi vida y mi búsqueda “espiritual” surgían como un juego de la Conciencia, y comprendí la confusión que se genera en torno a todo este asunto –o, dicho de otro modo, por qué la “espiritualidad” y la “Iluminación” se confunden con una sencilla claridad-. El reconocimiento de mi auténtica naturaleza no estuvo acompañado de ningún tipo de acontecimiento. Comprendí que es muy fácil que cualquier tipo de acontecimiento produzca confusión si sucede sin claridad –es decir, sin el hecho de desenmascarar al “yo” y al relato mental-.
Obviamente, lo que sucedió en aquel jardín no tiene nada de particular, como tampoco lo tiene ningún otro acontecimiento. Sólo fue algo que evidenció mi confusión y me permitió ver con claridad que, sutilmente, ya llevaba tiempo esperando que se produjera algún acontecimiento que me “permitiera” ser lo que ya soy. Esta claridad no depende ni de la ausencia ni de la presencia del “yo”: si el “yo” aparece, enseguida queda desenmascarado.
Voy a concluir este pequeño relato añadiendo que, durante mis años de búsqueda espiritual, me divorcié, me volví a casar, me volví a divorciar e hice de padre soltero de mis dos hijas prácticamente durante todo su período escolar. Me vine a vivir a un pequeño pueblo de la región de Kent con una salud más bien débil y, hasta hace poco, he trabajado como jardinero por esta zona. En la actualidad, llevo una vida tranquila y sencilla.
Nathan Gill
Todo el mérito de la sección historias del despertar es de Jordi Casals en su WEB: Datelobueno.com