El boceto de nuestra vida de corte esotérico 5/5 (1)

El hombre marcha por el camino de la vi­da, sin saber si el paso que sigue se podrá dar con tanta seguridad como el que precede.

Marchar y marchar siempre es ley de la naturaleza, pero el objetivo de tal marcha es ca­si siempre desconocido por aquel que camina la a veces dolorosa vía de la existencia.

El más santo y más sabio de todos los se­res que en el mundo han sido, dijo: «Buscad la verdad y Ella os hará libres».

Pero ¿se podrá contar siquiera un uno por mil de seres humanos que esté interesado en la búsqueda de la verdad? Con toda sinceridad po­demos contestar negativa-mente; quizá el uno por diez mil de los hombres esté sinceramente interesado en su búsqueda.

En el caso actual, el hombre goza con que se le presente algo ilusorio que tenga suficiente fantasía para entretener la fuerza de la emoción, que es lo que hoy predomina en la raza.

Es más interesante para el común de las gentes presenciar una corrida de toros que ex­tasiarse en las melodías  armoniosas de un con­cierto.

Estos hechos nos dejan ver que el grueso de la humanidad vive el mundo de la emoción, sin que le importen para nada las cosas trascen­dentales, es decir, de verdadera importancia en la cultura individual.

Fácilmente el hombre adora un ídolo, pero difícilmente es capaz de reflexionar siquiera una vez sobre la ninguna trascendencia de su culto pagano.

Este marchar entre sombras es muy propio del hombre que gusta más de la apariencia que de la realidad sustancial de los hechos.

Pero lo más grave del problema es que las apariencias Ion apariencias, y, por ‘o tanto, nun­ca serán realidades, como los ceros nunca serán valores intrínsecos.

Lo aparente es de hecho transitorio; y lo transitorio, irreal. Deja siempre en el corazón de aquel que lo toma por realidad el triste y do­loroso vacío que deja al niño la sombra cuando la toma por un juguete, se acerca a ella para poseerla y se halla ante el duro desengaño de la ilusión. Como el niño en esta triste situación llora en su doloroso desconcierto, así el hom­bre que vive de las transitorias ilusiones tiene grandes y penosos desengaños.

El hombre que busca la verdad tiene que dar de lado a  todo  lo  que  al ser  sometido a la experiencia no produce el efecto ansiado, el rea­lismo que de ello se esperaba.

La ciencia metafísica cuenta con un número menor de seguidores debido a que la zona o campo de acción de la metafísica es abstracto, teniendo el estudiante que valerse en sus prime­ros pasos de la ley de las analogías, de la refle­xión y de la intuición, condiciones éstas no muy desenvueltas en el común de la raza.

La ciencia física observa el fenómeno, o lea el efecto.

La ciencia metafísica estudia el NÓUMENO, o lea la causa.

Los físicos creen que la masa de materia concreta encierra en su estructura física la causa fundamental de su ser.

Los metafísicos a través de concienzudos y detenidos análisis han llegado a comprender que la masa de materia es dominada por la Energía, y que en la energía actuante se halla involucrada la Conciencia.

Esto de que la Energía domine a la materia no es una simple hipótesis: en todos los fenóme­nos de la Naturaleza vemos este hecho. El pla­neta en que habitamos, con todo su volumen y masa, está completamente subyugado, domina­do por la energía del sutil magnetismo emanado del Sol.

La semilla de inerte apariencia, se desen­vuelve, crece y le convierte en planta por la actuación de la interna energía de vida, y por la acción de la Conciencia que la dirige en su na­tural crecimiento.

El hombre, como masa, como materia ob­jetiva, sería inerte si no fuera por las sutiles fuerzas llamadas vitalidad, mente, imaginación, sensación, conciencia y espíritu etc.

El peso de la razón, la fuerza dominante de la lógica, muestran en forma irrebatible el mayor realismo científico de la metafísica sobre la físi­ca de actividades concretas y de transitoria apa­riencia, puesto que mientras que la materia cam­bia, la energía que produce el cambio se trasfie­re a otros estados.

Que el móvil sea superior a lo movido, es un axioma irrebatible; y éste es el fundamento de la metafísica y del Espiritualismo en sus di­ferentes modalidades.

Por supuesto, el metafísico Sincero y Ecuá­nime no desdeña las conclusiones del físico, si­no que justamente en ellas se fundamenta para mostrar la superioridad innegable de la meta­física.

La metafísica en congruencia con la física nos lleva progresivamente a la solución de los más intrincados problemas de la vida.

La física ha establecido científicamente cua­tro estados o condiciones en que se encuentra la materia. Estos estados en orden ascendente, partiendo de lo más lenta hasta lo más sutil, son: sólido, líquido, gaseoso y radiante.

La metafísica parte del estado más sutil de la materia, hasta llegar al estado sólido de la misma. El porqué de esta orientación de la me­tafísica está en que mientras más sutil es la ener­gía más poderosa y estable es su acción; de allí que fundamente su orientación en la materia ra­diante indiferenciada, hasta llegar a la masa só­lida diferenciada.

Lo fundamental, lo básico, es en todos los casos lo superior es; lo que soporta y domina. Esta es una conclusión lógica, irrebatible. Y a lo más sutil lo llamamos CONCIENCIA.

LIBRO La fuente de la vida: Israel Rojas

 

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