Los tres ojos del conocimiento 4.4/5 (5)

San Buenaventura, gran doctor seraphicus de la Iglesia y uno de los filósofos preferidos por los místicos occidentales, decía que los seres humanos disponen de tres modalidades diferentes de adquisición de conocimiento, de «tres ojos» –como decía, parafraseando a Hugo de San Víctor, otro famoso místico–:

El ojo de la carne (mediante el cual percibimos el mundo externo del espacio, el tiempo y los objetos), el ojo de la razón (que nos proporciona el conocimiento de la filosofía, de la lógica y de la mente) y el ojo de la contemplación (que nos permite acceder a las realidades trascendentes).

Todo conocimiento es, además, una especie de illuminatio y, en este sentido, existe una iluminación exterior e inferior –lumen exterius y lumen inferius– (que da luz al ojo de la carne y nos permite conocer los objetos sensoriales), una lumen interius (que ilumina el ojo de la razón y nos proporciona el conocimiento de las verdades filosóficas) y una lumen superius, la luz del Ser trascendente (que ilumina el ojo de la contemplación y nos revela la verdad curativa, «la verdad que nos ilumina»).
Desde su punto de vista, en el mundo externo encontramos un vestigium –un «vestigio de Dios»–, y el ojo de la carne percibe ese vestigio (que se manifiesta como diversidad de objetos separados en el espacio y el tiempo). En nosotros mismos, en nuestro propio psiquismo –en especial en la «triple actividad del alma» (memoria, entendimiento y voluntad)–, el ojo de la mente nos revela una imago de Dios. Finalmente, a través del ojo de la contemplación, iluminado por el lumen superius, descubrimos el mundo trascendente que existe más allá de los sentidos y de la razón, la misma Esencia Divina.

Todo esto coincide con la distinción realizada por Hugo de San Víctor (el iniciador de la saga mística de los victorinos) entre cogitatio, meditatio y contemplatio. La cogitatio –o simple cognición empírica– consiste en una búsqueda de los hechos del mundo material mediante el ojo de la carne. La meditatio es una búsqueda de las verdades psíquicas (la imago de Dios) usando el ojo de la mente. La contemplatio, por último, consiste en el conocimiento que permite que el psiquismo (o el alma) se unifique con la Divinidad en la intuición trascendente revelada a través del ojo de la contemplación.

Ahora bien, aunque la terminología de ojo de la carne, ojo de la mente y ojo de la contemplación sea netamente cristiana, todas las grandes tradiciones psicológicas, filosóficas y religiosas expresan, de un modo u otro, conceptos similares. De hecho, los «tres ojos» del ser humano se corresponden con los tres principales dominios del ser descritos por la filosofía perenne: el ordinario (carnal y material), el sutil (mental y anímico) y el causal (trascendente y contemplativo).

Abundando en la visión de san Buenaventura podríamos decir que el ojo de la carne (cogitatio, el lumen inferius/exterius) crea y revela ante nosotros un mundo de experiencia sensorial compartida. Éste es el «dominio de lo ordinario», el reino del espacio, del tiempo y de la materia (el subconsciente), un dominio compartido por todos aquellos que poseen un ojo de la carne semejante. Por ello, en cierta medida, los seres humanos comparten este dominio con algunos animales superiores (especialmente los mamíferos) porque sus ojos carnales son muy similares. Si acercamos, por ejemplo, un pedazo de carne a un perro, éste reaccionará, mientras que una roca o una planta no lo harán… En el dominio ordinario, un objeto es A o es no-A, pero nunca es A y no-A simultáneamente y, por ello, una roca nunca es un árbol, un árbol jamás es una montaña, una roca no es otra roca, etcétera. Ésta es la inteligencia sensoriomotriz esencial (la constancia del objeto) perteneciente al ojo de la carne; éste es el ojo empírico, el ojo de la experiencia sensorial. (Quizás debiéramos aclarar, desde el comienzo, que utilizamos el término «empírico» en un sentido filosófico para designar a todo aquello que puede ser detectado con los cinco sentidos o con sus extensiones. Cuando los filósofos empíricos como Locke, por ejemplo, afirmaban que todo conocimiento es experiencial, querían decir que todo conocimiento mental es antes un conocimiento sensorial. Por el contrario, cuando los budistas afirman que «la meditación es experiencial» no están diciendo lo mismo que Locke, sino que utilizan el término «experiencia», para referirse a «la conciencia directa y no mediatizada por formas y símbolos».)

El ojo de la razón, o en términos más generales, el ojo de la mente (la meditatio, la lumen interius), participa del mundo de las ideas, de las imágenes, de la lógica y de los conceptos. Éste es el reino sutil (o, para ser más precisos, de la región inferior del reino sutil). Gran parte del pensamiento moderno se asienta exclusivamente en el ojo empírico, el ojo de la carne, por eso conviene recordar que el ojo de la mente no puede restringirse al ojo de la carne ya que el dominio de lo mental incluye, pero trasciende, al dominio de lo sensorial. Además, el ojo de la mente no sólo incluye al ojo de la carne sino que se eleva por encima de él. La imaginación, por ejemplo, permite que el ojo de la mente reproduzca objetos sensoriales que no se hallan presentes y, en este sentido, trasciende el encadenamiento de la carne al mundo presente; mediante la lógica puede operar internamente sobre los objetos sensoriomotores y, de esa manera, ir más allá de las secuencias motoras reales; por medio de la voluntad puede demorar la descarga de los instintos y de los impulsos y trascender así los aspectos meramente animales y subhumanos del organismo.

Aunque el ojo de la mente dependa del ojo de la carne para adquirir parte de su información, no todo el conocimiento mental procede del conocimiento carnal ni se ocupa exclusivamente de los objetos carnales. Nuestro conocimiento no es tan sólo empírico y carnal. «Según los sensacionalistas [es decir, los empiristas] –dice Schuon–, todo conocimiento se origina en la experiencia sensorial [el ojo de la carne]. Van tan lejos como para afirmar que el conocimiento humano no tiene forma alguna de acceder al conocimiento suprasensorial ignorando, por lo tanto, el hecho de que lo suprasensible puede ser objeto de una percepción verdadera y, por consiguiente, de una experiencia concreta. Así pues, esos pensadores construyen sus sistemas sobre un error intelectual, sin considerar siquiera el hecho de que innumerables hombres, tan inteligentes, al menos como ellos, hayan llegado a conclusiones diferentes.»

Como decía Schumacher, el hecho es que «hablando en términos generales, nosotros no sólo “vemos” con nuestros ojos sino también con gran parte de nuestro equipamiento mental [el ojo de la mente]… A la luz del intelecto [el lumen interius], podemos ver cosas invisibles para los sentidos corporales… Los sentidos no nos permiten, por ejemplo, determinar la certeza de una idea». Las matemáticas, por ejemplo, constituyen un conocimiento no empírico de un conocimiento supraempírico descubierto, iluminado y llevado a cabo por el ojo de la razón, no por el ojo de la carne.
Todos los manuales introductorios de filosofía coinciden en este punto: «Corresponde a los físicos determinar si estas expresiones [matemáticas] se refieren a algo físico. Las afirmaciones matemáticas se refieren a las relaciones lógicas, no a su significado empírico o fáctico [si es que tienen alguno]». Nadie ha visto jamás, por ejemplo, con el ojo de la carne, la raíz cuadrada de un número negativo, porque ésa es una entidad transempírica que sólo puede contemplarse con el ojo de la mente. Como dice Whitehead, la mayor parte de las matemáticas constituyen un conocimiento transempírico y apriorístico (en sentido pitagórico).
Lo mismo podríamos decir de la lógica, ya que la verdad de una deducción lógica no depende de su relación con los objetos sensoriales sino de su consistencia interna. Nosotros podemos formular un silogismo lógicamente impecable como: «Todos los unicornios son mortales. Tarnac es un unicornio. Por consiguiente, Tarnac es mortal», que, sin embargo, sea erróneo y carezca de todo sentido empírico por la sencilla razón de que nadie ha visto jamás un unicornio. La lógica, pues, es también transempírica. Muchos filósofos, como Whitehead, por ejemplo, han sostenido que la esfera abstracta (o mental) es una condición necesaria y a priori para la manifestación del reino natural/sensorial, algo muy parecido a lo que afirman las tradiciones orientales cuando dicen que lo ordinario procede de lo sutil (que, a su vez, se origina en lo causal).

En las matemáticas y en la lógica –y, más aún, en la imaginación, en el conocimiento conceptual, en la intuición psicológica y en la creatividad–, vemos, con el ojo de la mente cosas que no se hallan presentes ante el ojo de la carne. Por ello decimos que el dominio de lo mental incluye –al tiempo que trasciende– el dominio de lo carnal.

El ojo de la contemplación es al ojo de la razón lo que el ojo de la razón al ojo de la carne. Del mismo modo que la razón trasciende a la carne, la contemplación trasciende a la razón. Así como la razón no puede reducirse al conocimiento carnal ni originarse en él, la contemplación tampoco puede reducirse ni originarse en la razón. El ojo de la razón es transempírico, pero el ojo de la contemplación es transracional, translógico y transmental. «La gnosis [el ojo de la contemplación, el lumen superius] trasciende el reino mental y a fortiori al reino de los sentimientos [el reino sensorial]. La investigación filosófica, por consiguiente, no tiene nada que ver con la contemplación ya que la primera se ajusta de manera estricta a un principio fundamental de adecuación verbal radicalmente opuesto a cualquier finalidad liberadora, a cualquier trascendencia de la esfera de lo verbal.»

Baste con suponer, por el momento, que los seres humanos poseen un ojo de la carne, un ojo de la razón y un ojo de la contemplación; que cada ojo tiene sus propios objetos de conocimiento (sensorial, mental y trascendental); que un ojo superior no puede ser reducido a un ojo inferior ni explicado por él, y que cada ojo es valido y útil en su propio dominio, pero incurre en una falacia cuando pretende captar por completo los ámbitos superiores o inferiores.

Cualquier paradigma transpersonal auténticamente comprehensivo deberá recurrir por igual al ojo de la carne, al ojo de la mente y al ojo de la contemplación. Cualquier nuevo paradigma auténticamente trascendental deberá utilizar e integrar los tres ojos, ordinario, sutil y causal. Y puesto que, hablando en términos generales, la ciencia empírico-analítica pertenece al ojo de la carne, la filosofía fenomenológica y la psicología al ojo de la mente y la religión/meditación al ojo de la contemplación, cualquier nuevo paradigma auténticamente trascendental deberá integrar y sintetizar el empirismo, el racionalismo y el trascendentalismo.

Y el principal escollo que deberemos esquivar en este intento es la tendencia a incurrir en el error categorial que consiste en el intento de un ojo de usurpar el papel de los demás.

KEN WILBER: Los tres ojos del conocimiento, 13-19

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