Como dijo el filósofo estoico y emperador romano Marco Aurelio, aunque exagerando un poco:
«Si estás inquieto por alguna cosa externa, no es esta cosa lo que te perturba, sino tu opinión de ella. Y eliminar ahora esta opinión está en tus manos».
La psicología moderna se hace eco de esta idea. Como ha señalado repetidamente el psicólogo Oliver James, somos más desgraciados si comparamos nuestra situación económica con los que están mejor que nosotros, y sin embargo la gente tiende a hacerlo, sin pensar en todas aquellas personas que están igual o peor que nosotros. Al percibir una desventaja comparativa, la gente queda menos satisfecha.
Esta clase de comparación envidiosa puede llegar a extremos ridículos. La idea de que alguien goce de una mejor situación económica que él le resulta intolerable, aunque de todos modos él esté muy bien situado.
La razón por la que podríamos preferir pensar que seremos felices sólo cuando todos los factores externos estén tal como los visualizo sólo demuestra que nos cuesta aceptar las “imperfecciones” de la vida. Sartre, el filósofo, describe la necesidad de aceptar la facticidad de la existencia: la forma en que el mundo es nos guste o no.
Lo que la gente rica de Occidente quiere, en general, es tener una pareja magnífica que sea un estupendo amigo y amante, un buen nivel de vida material, hijos felices y bien adaptados, un trabajo estimulante y que le llene y vacaciones en el extranjero de forma regular. Por supuesto, sólo hay que leer la lista para darse cuenta de que muy pocas personas tendrán todas estas cosas. Sin embargo, existe entre las clases medias occidentales la creencia general, que a veces raya en las expectativas, de que casi todo esto puede y debe conseguirse por derecho. Por ejemplo, cabría pensar que a la autora y periodista Hope Edelman todo le iba bien: tenía una buena pareja, un buen trabajo y un hijo sano. Pero cuando su marido sugirió que contrataran a una niñera, se horrorizó. «¿No lo entendía? —explicó—. Mi plan no era contratar a alguien para que educara a nuestro hijo. Mi plan era hacerlo juntos: dos padres responsables con sendos trabajos satisfactorios, formando un matrimonio igualitario con un hijo bien adaptado igualmente unido a nosotros». Estas expectativas tan elevadas, tan poco realistas, no son infrecuentes. Al tener estos ideales tan absurdamente altos como modelo, cuando la gente contempla su propia vida en algún punto determinado y la compara sólo puede sentirse decepcionado. Tu pareja puede ser fantástica, pero no el amante o amigo perfecto de tus sueños. Tus hijos pueden negarse tercamente a crecer sin problemas. Trabajar puede ser una pesadez. Y esas vacaciones en el ex tranjero pueden ser fuente de tanto estrés como el trabajo. Y por eso, en lugar de aceptar la facticidad del mundo, de aceptar que hay que superar estas imperfecciones, imaginamos que en algún momento del futuro tendremos nuestra vida ideal. Si queremos ser sinceros y coherentes tenemos que evitar estos errores. Si creemos que en el futuro habrá una vida sin dificultades y preocupaciones estamos equivocados. Dar el sentido de nuestra vida a conseguir lo que el otro tiene es un proposito que sin duda llegará a traer constante insatisfacción. Necesitamos reconocer la fragilidad de la buena fortuna y la impermanencia de las cosas. Pero ¿tenemos el valor y la honradez de aceptar la vida tal como es y sacar de ella el máximo provecho? ¿O tememos que si lo hacemos resultará decepcionante?
El sentido de la vida y las respuestas de la filosofía…Julian Baggini