LIBRO: ¿Quién soy yo?, La Búsqueda Sagrada

INTRODUCCIÓN

(descargar libro completo, al final de estas líneas)

El deseo de cuestionar la vida viene de la propia vida, de esa parte de la vida que todavía está escondida.
La vida nos incita a preguntarnos. Quiere ser admirada. En tanto que no lo sea, la pregunta permanece.

La cuestión “¿Quién soy yo?” aparece tan a menudo en nuestra vida y, sin embargo, nos apartamos de ella. Hay muchos momentos en que nos sentimos incitados a preguntar: “¿Qué es la vida?, ¿Quién soy yo?”. Tal vez hemos sentido, desde la niñez, una vaga nostalgia de algo “más”, un anhelo divino. Tal vez sentimos que la verdadera razón de nuestro nacimiento se nos escapa, nos pasa de largo. Posiblemente nos hayamos llegado a aburrir con todas las’ formas que hemos utilizado para tratar de dar un significado a nuestra existencia: la acumulación de aprendizaje, experiencias y riqueza, búsquedas religiosas, asuntos compulsivos, drogas y demás. O quizás nos estemos enfrentando a una crisis en la que ya no nos sentimos capaces de controlar la situación. Tal vez, sencillamente, nos aterre la muerte. Todos estos acontecimientos son oportunidades que no deben desaprovecharse. Vienen de la misma vida, invitándonos a que miremos, porque la vida sabe que, cuando realmente la vemos, no podemos evitar admirarla…
¿Por qué evitamos la llamada a investigar? ¿Por qué evitamos descubrir lo que somos? En gran parte porque existe el profundo sentimiento de que investigar seriamente significa la muerte de algo a lo que nos aferramos, algo que es la idea que tenemos de nosotros mismos, la personalidad, el ego y todo cuanto le acompaña. Pero también vacilamos porque, en realidad, no sabemos cómo hacer la pregunta, la sentimos ahí pero no podemos abordarla, la sentimos demasiado grande para nosotros, sentimos temor ante ella. Lo asombroso de ello es que tanto una como la otra excusa pertenecen a nuestra sabiduría inherente, proceden de la respuesta misma. Prueban que ya sabemos más de lo que pensamos.
El primer paso en la autoinvestigación, por consiguiente, es ver lo cobardes que somos, cómo evitamos toda oportunidad de investigar de verdad, cómo rehuimos el anhelo o la sensación de carencia. Podemos reconocerlo intelectualmente pero, en realidad, no lo aceptamos. Tan pronto como admitamos esta reacción, sentiremos que la vida nos incita a explorar en todo momento. La pregunta está siempre ahí, subyaciendo a nuestras actividades compensatorias.

Una vez hemos aceptado el desafío de la vida, necesitamos saber cómo formular la pregunta para que ésta tenga poder, pueda ser eficaz y no nos decepcione. Debemos convencernos de que la pregunta nos llevará hasta la respuesta. Nuestros cuestionamientos deben de servir para algo.

Para llegar a una autoinvestigación verdadera hemos de tener claro cómo difiere ésta de otros tipos de investigación. Nuestras preguntas de cada día presuponen, naturalmente, que las respuestas van a significar algo para nosotros, que estarán relacionadas con nuestra experiencia, con nuestra memoria. Estas preguntas suponen un centro de referencia, un “yo” que pueda comparar e interpretar. La presunción de una respuesta al nivel de la pregunta es perfectamente válida en el mundo de referencia donde la comparación y la memoria son herramientas esenciales. Así es como nos comunicamos verbalmente.

Pero, cuando preguntamos “¿Quién soy yo?” estamos cuestionando este centro de referencia, cuestionando al cuestionador y, obviamente, lo que en cuestión se halla no puede dar una respuesta. En este terreno de investigación, la memoria no desempeña papel alguno, ya que, ¿qué hay que se pueda comparar con el yo o con la Vida? No podemos salirnos de ellos. Somos ellos. De este modo nos vemos conducidos a una parada sin tener a dónde ir. Sencillamente no sabemos. Es posible pasarse toda la vida suspendido aquí, en los límites del concepto donde se encontró el propio Kant pero, lo que para el filósofo es el final de la investigación, para el buscador de la verdad es tan sólo el comienzo. Porque éste es el momento en que, guiado por un presentimiento de la respuesta, uno pasa de la investigación espiritual a lo que podría llamarse la búsqueda sagrada, que es la respuesta.
La verdadera búsqueda comienza cuando este no saber deja de ser un concepto agnóstico y se convierte en una experiencia viva. Esto ocurre de repente, cuando el cese de los esfuerzos mentales se deja sentir realmente a todos los niveles, es decir, cuando se convierte en una percepción inmediata en vez de una mera cognición. Cuando el estado de “no sé” es aceptado como un hecho, toda la energía que hasta ese momento era dirigida hacia “fuera” en su búsqueda de una respuesta, o hacia “dentro” en su búsqueda de interpretación, queda ahora liberada de toda proyección y conservada. En otras palabras, la atención ya no se dirige hacia el aspecto objetivo sino que regresa para descansar en su multidimensionalidad orgánica. Esto se manifiesta como una súbita orientación, un desplazamiento en el eje de la existencia de uno, el fin de la búsqueda de respuestas fuera de la pregunta misma. El permitir que se explore plenamente el nosaber introduce al investigador en un reino nuevo. Es una nueva manera de vivir. Es un estado de expansión a todos los niveles, una apertura a lo desconocido y, de este modo, al todo es posible.
Nada hay de introvertido o místico en vivir en apertura, en una alerta no dirigida. Las herramientas de la existencia, la memoria y el “yo”, vienen y van según se necesita, pero la presencia en la que vienen y van permanece. La desaparición del centro de referencia ya no significa inconsciencia, un estado en blanco, una muerte. Existe el continuo de consciencia, la Vida, en la que todos los fenómenos aparecen y desaparecen. Sólo en esto hay seguridad y realización absolutas. De ahora en adelante los residuos de formulación, de subjetividad, se hacen más económicos, alimentados por nada que se halle fuera de la pregunta misma hasta que los residuos de la Pregunta Viva se disuelven en la Respuesta Viva.
Las siguientes páginas han sido recogidas de charlas públicas y conversaciones privadas con Jean Klein en Europa y los Estados Unidos. Se han agrupado libremente para que los distintos aspectos puedan ser resaltados y explorados en profundidad, pero el principio sigue siendo el mismo a lo largo de todas ellas. Dicho principio no es una idea, ni una síntesis de opuestos, ni una especie de monismo —todos los cuales son conceptos. Tampoco es un estado de ninguna clase, un sentimiento místico de unión, un éxtasis o una negación del mundo. Es, más bien, el noestado intemporal en el que todos los estados afloran y se disuelven. Es el continuo en actividad y noactividad. Es la Vida misma, nuestro ser natural. En este libro diferentes palabras, tales como consciencia, belleza, totalidad, silencio, sujeto último, Dios, conciencia global, meditación, terreno propio, fondo, quietud, verdad y otras más, no son, todas ellas, sino distintas formas de denominar, en diferentes contextos verbales, el mismo principio que todo lo abarca. Una vez se ha visto el principio, el lector no debe vacilar ni permanecer pasivo, sino experimentar trasponiéndolo a todas las áreas de la vida. El contenido real de dichas palabras es entendimiento vivo. El verdadero poema viene tras la lectura.
E. E.

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