Son las “impresiones de la mente”. Recordemos que “manas” significa “lo que se mueve, o fluctúa”. Según el tipo de impresión que ésta contenga, así será la dirección de espíritu esencia, o mundo-presencia, que la voluntad persiga. . . La mente sería pues, una especie de “imán-receptor” que atraería hacia sí los elementos con que entra en contacto.
Hay que cambiar los “vrídís”, dicen en los monasterios, para cambiar al hombre.
El que ha de vivir en el mundo, trabajar, etc., etc., tiene que “ponerse en sus cinco sentidos”, tiene que ubicar la mente en ellos y permanecer en continua relación con el cambio. El cambio es el mundo. A través de sus ojos, verá no sólo objetos inocentes, árboles, calles, .etc.- sino otros que al entrar en relación con su Yo, lo perturban, lo molestan, lo desequilibran. Todo el desplegado mundo de los deseos, desde los más groseros hasta los más refinados se abrirán a sus ojos en miles de formas, que irán a hablar a su mente. Irán a través de sus ojos y su oído, a través de su gusto, a través de su olfato y su tacto, en fin, a través de las cinco puertas, por· donde el alma del hombre se derrama hacia la Gran Ilusión, que lo torna miserable.
Cada cosa imprimirá un “vrídí” en su mente, cada cosa atraviesa la puerta del Alma de la mano de un sentido. Es absolutamente imposible abolir este diálogo Yo-Mundo, tan sólo con nuevas ideas; es, repetimos, absolutamente imposible cambiar internamente, por la sola razón de haber dado con un libro; un maestro o inclusive una escuela, que de algún modo nos ilustren sobre nuestra verdadera naturaleza, tratando de desarrollarnos espiritualmente. La espiritualidad no proviene de la palabra espiritual. La espiritualidad es cosa nuestra y nosotros tan sólo la conquistamos o la perdemos. Es muy simple entender esto.
Tenemos millones de “vrídís” mentales, que degeneraron en complejos, aferramientos, apegos mil, “vridís” que nos hicieron ver la verdad del hombre, de Dios, del mundo, etc., a través de lo que llamamos “nuestro siglo”, “nuestra cultura”. Estamos como Yo Libre, totalmente cubiertos. Cuando una gran Verdad se asoma a nuestra vída, la misma tiene que abrirse paso a través de una jungla· de vivencias menores, y no siempre le es fácil llegar hasta nosotros, no siempre puede.
Aún el hombre “superior” que hace ciencia, filosofía, arte, aún ése suele permanecer encajonado en determinado tipo de ideas que va alimentando durante años y años. Al perderse la frescura necesaria para los nuevos conceptos, si una Verdad diferente a la que fueron desarrollando en él sus vrídís se asoma a su existencia, es violentamente rechazada: nadie quiere “perder pie” en lo que cree, su ser, su personalidad toda, tiene sus raíces en esos vridis. Cuanto más se aferra a ellos, menor es la posibilidad de ver claro en sí mismo.
Su cerebro está ahogado por su creencia, su mente envuelta por conquistas anteriores. Como un águila que sujeta entre sus patas la presa con arduo trabajo conseguida, así el hombre aferra “lo suyo”, que llama “principios”, “ideas”.
Todo hombre, por esta causa, cree ser completamente distinto de su vecino. Considera que tiene “principios”, que tiene “conceptos sobre la vida”, etc. Se sobrevalora. El mundo está colmado de sobrevalorados, aunque en realidad nada hay más falso que este sobrevalor y, para la Vedanta, nada más jocoso: es un príncipe todopoderoso que ha perdido la memoria y deambula por las calles disfrazado de mendigo .. Famélico un día, se detiene a hurgar dentro- de un pote de desperdicios. Halla un viejo mendrugo de pan, y se sienta a comer en una puerta. Mirad mi hermoso manjar, exclama a sus otros compañeros mendigos. Verdaderamente soy más afortunado que todos vosotros, por haberlo encontrado. . . Para alguien que supiera que se trata, de un príncipe; resultaría gracioso verlo envanecido por tamaño hallazgo. Se preguntaría, además, qué ocurriría con dicho príncipe, si de golpe despertara a la realidad y supiera quién es él y, al mismo tiempo, viera que tiene en la mano un mendrugo extraído de un basura!.
Ese príncipe, perdida la visión de su propia naturaleza, adquirió los vridís.del mendigo y se identifica con él. Todas sus impresiones mentales, le recuerdan su naturaleza miserable. Si alguien viniera a decirle: “Tú eres noble y todopoderoso”, recibiría un castigo: opinaría que hace burla de él.
Con el tiempo, este mendigo haría su casa, tendría más de un harapo, y comenzaría a sentirse hasta orgulloso de su situación, e ingresaría al gran mundo de los que llamamos sobrevalorados. Él, que no pudo aceptar la realidad de su nobleza, va a sentirse ahora feliz como mendigo.
Ningún hombre, por elevado que sea, puede salir de esta ilusión, hasta tanto no descarte uno a uno los vridis de Maya, y Maya es TODO, menos, su “sí mismo”
Hay que cambiar los vridis, para cambiar al hombre, decíamos hace un instante. Es lo que se pretende hacer con el discípulo llamado “de línea” queriendo significar con esa expresión aquel que “se entregan al trabajo de metamorfosis, de autodevelamiento.
Pero cambiar los vridis significa una sola cosa: detener la mente, esto es detenerla en su labor hacia afuera, lo cual implica la muerte de todo el universo de la personalidad.
El vedantino y el neoplatónico, llegaban a esta detención, por un solo camino: el de la quietud interior, que nosotros llamamos “meditación”.
Hermosa palabra, plena de significado pero envilecida por el uso espúreo que se le dio. Hoy, cualquier persona perteneciente a un centro masón, teosófico o espírita, dice “meditar”. Como “dios” o “espíritu” esta palabra también ha descendido y se la comprende mal, pues cada cultura engrandece de su lenguaje aquello donde ha puesto su concepto de ser.
Esa quietud interior de la que hablamos, sólo se logra por el aislamiento. El aislamiento es necesario para solidificar los nuevos vridis divinos. La mente es excesivamente dinámica e imposible de controlar si su afán de movimiento permanece despierto, sobreexcitado por la visión del mundo. Tampoco se logrará nada positivo con estudios sobre su mecanismo. Por mucho que sepamos sobre la mente, ésta permanecerá despierta y en el mundo. Es como hablar de la técnica perfecta para el salvataje de alguien que se está ahogando. Mientras “hable”, no lo salvo, por perfecta que aquélla sea.
La meditación, dicen en Oriente, aquieta la mente, la extrae de su comercio constante con lo externo; no obstante para meditar, hay que estar firmemente convencido de una cosa: que el Yo puede hallarse más adentro que afuera, más en uno que en el mundo, más en lo esencial que se es, que en la cambiante presencia de las cosas. En una palabra; hay que estar convencido que UNO ES, allende todo lo que se refleja en el espejo-mente.
Por eso hemos visto ya, que “Shrada” es etapa imprescindible en el discipulado; es lo que faculta a aquél, para la elaboración de su quietud, pues Shrada es Fe, y ella es absoluta certeza de que -YO SOY DIOS” y mi Dios está dentro de mí, y debo buscarlo allí y en ninguna otra parte.
Asimismo es cierto que este nuevo vridi de mi naturaleza divina, no podri ser admitido por la mente, de buenas a primeras.
Por muy buena voluntad que tenga el aspirante a poseer Shrada, ésta debe cultivarse pacientemente en su ser. El cambio mental, pues, se operará en base a nuevas acciones que tendrán por mira, el logro de una díacesis espiritual.
Decíamos que la quietud interior se logra por el aislamiento. Queremos recordar que el aislamiento fisico , en los Himalayas, por ejemplo, el sanyasin acostumbra permanecer recluido durante años- es solo una proyección del aislamiento mental. El aislamiento mental, a su vez, es también la proyección de una certeza: la absoluta certeza del “Yo en Mí”, y no en el mundo. Nos asombraríamos si supiéramos cuantos “grandes” hombres, se convertirían en polvo, en nada, si se les quitara súbitamente el apoyo exterior, el báculo-mundo donde ellos basamentan su “grandeza”. Muy pocos seres humanos, pese a que la puerta está abierta para todos, llegan a “saber”, esto es, a entender en totalidad que no hay otra realidad que la del “Ser en Mí”. Al tratar de inteligibilizarlo, resulta que lo único que captan de magistral es su personalidad. . . y tornan a caer en la nada.
Así, dicen -Yo soy Dios”. . . o “Tat vam Asi”, etc., pero, con la misma mente sin purificar, que hasta ayer decían -Yo soy ingeniero, industrial u obrero”. La identificación con la NADA, permanece. Removerla es la clave, y no es tan difícil como el hombre “quiere” suponer. Todo vridi menor, desde que se origina, es ya muerte, por ello no debiera costarle trabajo metamorfosearlos a quienes son, sobre todas las cosas, Señores de la Vida, esto es, los seres humanos.
Un paciente trabajo de cambio de esos vridis, un profundo deseo de removerlos, un entender qué son estos vridis mentales, estas impresiones, las que forman y deforman nuestro Ser, y tras ello surgirá el resplandor naciente de nuestra postergada Aurora Interior …
Quedaría la pregunta: ¿Cómo darnos cuenta si en el cambio que uno intenta, se marcha por el buen camino, o, como decíamos anteriormente, es sólo un crecimiento de la personalidad, desde otro ángulo? Muy sencillo. El que realmente está abocado al verdadero cambio de sus vridis, y efectúa un trabajo correcto, se torna en todo su ser más puro, pierde su agresividad; su sentido de “lo mío”, pierde su sexo, pierde su amor por sí mismo -el sí mismo pequeño— no se defiende si lo agreden, no se inmuta si lo alaban, no tiene amigos ni enemigos. Todo le da ya igual, pues ha comprendido que en su universo interior, no existe el dualismo. Si todo esto que acotamos aquí, comienza a darse aunque sea en mínima escala en quien se encara con la realización de su propio ser, eso significa que va por buen camino. No será así si despierta su soberbia, no, si sucede todo lo contrario y se produce un crecimiento de su Yo-intelecto antes que de su Yo real
Libro: Enseñanzas del Himalaya de Albrecht Ada