La palabra “Dharma” es intraducible en nuestro idioma pero puede ser entendida como “orden”, “ley”, “propósito” o “deber”, y es uno de los conceptos capitales del hinduismo. El “svadharma” o sea el “dharma personal” es nuestro deber, nuestro propósito vital. Toda desviación
de este deber provoca karma y nos mantiene aferrados a la rueda de los nacimientos y muertes. Por eso la comprensión del sendero iniciático pasa por entender también el significado último del “dharma”.
La Tradición señala que toda acción generada con deseo (apego) genera Karma, por lo cual se hace necesario realizar acciones dhármicas donde no haya un encadenamiento causal entre el actor y el producto de la acción. Toda acción, aún las más triviales (comer, jugar, trabajar, caminar, etc.), pueden servir para la perpetuación de nuestra condición de prisioneros o –por el contrario– servirnos de trampolín para impulsarnos hacia la liberación.
La acción realizada de acuerdo a este modelo se denomina “recta acción” y la ausencia del elemento egoico (el “yo”) es el que permite que toda la acción sea “recta” y que el “trabajo” sea sagrado (sacro oficio). Esta desaparición del encadenamiento egoico recibe el nombre de “Dharma”.
Toda acción tiene una manera correcta de llevarse a cabo, de forma pura, correcta y recta. Por esta razón, señala Antonio Medrano que “hasta el más ínfimo de nuestros actos de la vida cotidiana debería acomodarse al arquetipo modélico de la recta acción. (…) Ya se trate de pensar sobre algo, de decir alguna cosa –de palabra, por escrito e incluso por gestos– o de hacer algún trabajo, tenemos que asegurarnos de que eso que estamos haciendo o que vamos a hacer se hace de la manera correcta”.
Un dicho popular señala que “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” y esto es absolutamente cierto, ya que el hombre dormido muchas veces hace el mal intentando hacer el bien ya que carece de una visión clara y diáfana que le permita ver más allá de lo evidente. Como primera condición para ser un verdadero canal del “Bien”, el hombre debe despertar. Y así pueden entenderse las palabras de San Pablo: “Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”.
La única acción que no genera karma es la “recta acción” donde no existe una intencionalidad y donde se busca hacer lo justo, en el momento preciso y de la manera correcta. La acción incorrecta está viciada de torpeza y miopía, mientras que la acción recta es transparente, armónica y –sobre todo– liberadora.
Muchos se sentirán desalentados ante este panorama, ya que muchas veces no es fácil reconocer qué es lo correcto y qué es lo incorrecto. Esto es cierto, por lo cual debemos trabajar constantemente, día a día, para escapar de la caverna de la ilusión a fin de “despertar”.
Sea cual sea nuestra condición, es posible mejorar las condiciones futuras a través de nuestras acciones actuales. Karma y Dharma están indisolublemente ligados, ya que para escapar de la prisión del Karma necesitamos encontrar la llave del Dharma, y ésta se consigue a través de la recta acción.
Hay una ligazón indisoluble entre la reintegración a nivel individual y la restauración a nivel comunitario, es decir entre el propósito de cada ser humano y de la humanidad como un todo. Por esta razón, si cada ser humano se dedicara a cumplir con su Deber (Dharma) estaría contribuyendo al cumplimiento del Dharma comunitario. Así puede entenderse la frase:
“la caridad empieza por casa” porque es en las pequeñas acciones cotidianas donde comienza a gestarse un mundo nuevo y mejor. En cada charla, en cada compra, en cada esfuerzo, estamos optando por perpetuar este sistema caduco o por modificarlo desde sus cimientos.