Aparece el TESTIGO 5/5 (5)

 

Mantener la atención distante del flujo de los pensamientos y los sentimientos del ego, es un ejercicio saludable y necesario. Cuando el observador, cuando la atención, se disocia del flujo mental, aparece el testigo. Cuando el testigo aparece, la atención se distancia del ego y se identifica con el testigo.

La actitud de “testigo” supone desplazar el interés y la atención de la implicación en el flujo de la mente de pensamientos, sentimientos, proyectos y recuerdos, a la observación de ese mismo flujo interno.

No puede haber testigo sin distanciamiento y desapego. Si están presentes esas dos cualidades, el bloque de la atención puede situarse en la orilla del río mental y observarlo. Si falta la distancia y el desapego, se está sumergido en las aguas del río.

 

Observa tu mente con desapego y distancia. Eso bastará para calmar tu monólogo interno. Cuando al río mental le falta la energía de la atención y la implicación, porque esa atención se ha desplazado a las orillas, las aguas se remansan.

La atención es la energía y el motor del flujo continuo de la mente. Si la atención se fija en el continuo ir y venir de pensamientos y sentimientos, de recuerdos y proyectos, y se implica en ellos, el flujo cobra vida. Si la atención se desvía de ese flujo continuo y distancia su interés de él, la corriente languidece y las aguas se calman.

Tranquiliza tu mente. No la ocupes constantemente. Para, dale tranquilidad.

Si se calma, se purifica y adquiere vigor. Con el torrente del flujo mental serenado, la comprensión es más clara y más vigorosa. Cuando la fuerza de las aguas está encalmada, el testigo puede salirse a la orilla y conocer desde fuera el correr de las aguas. Si las aguas están muy embravecidas, es difícil alcanzar la orilla.

 

Tener la mente siempre ocupada, sin descanso, debilita al testigo.

 

Lo mental, las operaciones mentales del ego, son tan poco sutiles como las necesidades de un animal. Lo mental está lleno hasta los bordes de pensamientos y sentimientos nada sutiles, groseros. Lo mental es un barullo animal; cierto, es el barullo de un animal cultural, pero por cultural, no menos animal. La calma permite que se posen esos lodos y se pueda ver el fondo de las aguas.

Si te encolerizas o te apenas, sitúate fuera de la cólera y de la pena, obsérvalas. Si deseas o temes, ponte fuera del deseo y del temor y obsérvalos. Aléjate desimplicándote, observa desde el desapego. Ponte fuera de tu pensar y tu sentir; ese será el primer paso a la libertad.

 

Precisas de un mental apacible y no hay paz sin distancia y desapego. De ahí se seguirán todos los bienes.

Para que pueda surgir el testigo, necesitas un mínimo de paz en la mente y en los sentimientos; una vez surgido el testigo, su mirada terminará por calmar las aguas.

Mira y sé, simplemente. Esa es la fórmula.

Entonces te conocerás como el testigo inmutable de lo mental cambiante. Si tu espíritu no vagabundea entre los pensamientos y los sentimientos, entre los proyectos y los recuerdos, podrá volver a su lugar propio, a su pura naturaleza de ser consciente, una forma de ser sutil para la apreciación de un animal viviente.

 

Advierte tu condición de testigo lúcido, distante y desapegado. Ad- vierte su modo de ser.

Podrás observar como testigo pero no podrás observar al testigo porque no podrás objetivarlo, y no podrás objetivarlo porque es vacío; no es ni un sujeto ni un objeto, está vacío de todo eso. Es puro observador y no se puede observar al observador, como no se puede ver la visión.

El testigo observa, pero no puede ser observado.

El testigo no es un sujeto de necesidades, porque está distante y desapegado; tampoco es una persona, porque carece de deseos, temo- res y memoria; tampoco es una individualidad, porque no es objetivable.

Lo que ve el testigo no son objetos para él, porque carece de necesidades.

Pero el testigo puede ser advertido. Entonces podemos advertir su naturaleza peculiar. Es un estado de conciencia que conoce sin ser un sujeto de necesidades, que conoce y lo que conoce no son objetos para él.

Esa insospechada forma de conocer y sentir es nuestra, aunque no sea la propia de un ego en un mundo, ni sea la propia de una persona.

El testigo, esa inesperada forma de conocer y sentir, esa increíble forma de ser para las perspectivas de un viviente, es nuestra, es nuestro propio ser. Para empezar, tan nuestra como la condición de ego en un mundo y como la condición de persona con la que nos identificamos. Más tarde veremos que esa es nuestra propia naturaleza, y no la condición de “venidos a este mundo”.

 

La mente sirve a la vida, es un instrumento de supervivencia del animal humano.

El testigo observa a la vida, no la sirve.

 

Antes de la indagación no podíamos sospechar que la mente y el ego eran sólo un hatillo de deseos y temores, recuerdos y proyectos, sin que haya nadie detrás que desee y tema, recuerde y proyecte. Tampoco podíamos suponer que el cuerpo mismo sea también sólo un hatillo de dependencias, sin que haya nadie detrás que dependa.

Pero, en contrapartida, tampoco sabíamos que el testigo, como lucidez pura de la mente y del sentir, libre de necesidades y temores, libre de dependencias, sea nuestra naturaleza propia.

 

Con la mente en calma y el testigo lúcido y despierto, está la puerta abierta para salir de la prisión del ego y de la individualidad. El testigo, que ha salido de los márgenes marcados por la dualidad, que está vacío de toda objetividad e individualidad, que conoce y no es un sujeto acotable, que conoce y no conoce objetos, es, a la vez, la puerta de salida de la dualidad y la puerta de entrada a lo no dual.

Mariá Corbí: Más allá de los límites

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