Una confesión de RAM DASS:
Hace diez años estaba totalmente apresado en el papel de ser especial. Era lo que ahora llamaría un “santo farsante”. Estaba muy preocupado intentando dar la talla para mí y para todos los demás. Asumía que todos querían que fuera sublime todo el tiempo, así que me preparaba para estarlo ante los otros. Cuando uno está “elevado” se comporta de determinada manera. Uno ríe mucho, es muy benévolo: es el papel del santo. Tomé todas esas partes mías que no encajaban en ese papel y las guardé debajo de la alfombrilla para poder ser lo que todo el mundo quería que fuera. Yo también quería ser eso. Realmente quería ser Ram Dass.
Tenía lo que se llamaba esquizofrenia vertical. Incluso tenía un nombre para cada una de mis personalidades. Dick Alpert y Ram Dass. Ram Dass se sentaba frente a un grupo de personas, las contemplaba desde arriba y quizás hasta amaba a todo el mundo y no deseaba nada. Dick Alpert imitaba a Ram Dass. Alguien venía y decía: «¡Oh, Ram Dass, gracias por tus escritos», y yo oía decir a Ram Dass: «¿No quieres subir y ver mis cuadros sagrados?». Ya sé que esto puede parecer divertido, pero lo que yo sentía era una enorme hipocresía, siendo lo que todo el mundo quería que fuese. Lo que sucedía era que la identidad espiritual jugaba psicológicamente conmigo. Psicológicamente había partes enteras de mi ser que yo temía y no aceptaba. Tenía una justificación para liberarme de ellas convirtiéndome en un santo, y estaba usando mi viaje espiritual de forma psicodinámica para liberarme de cosas que no podía reconocer en mí mismo.
Con el tiempo comencé a sentir que estaba en un castillo de arena. Tenía que vivir con mi propio horror y lo difícil era que estaba intentando vivir en la proyección que otros crea-ban de mí. Pero cuando tenía que estar a solas conmigo mismo, me sumía en depresiones muy profundas, que además ocultaba.
Mi teoría era que si me esforzaba haciendo mi sadhana, si meditaba profundamente, si abría mi corazón mediante prácticas devocionales, todo ese material no reconocido se eliminaría. Pero no sucedía eso, y me costó años entender cuál era la enseñanza de todo ello. Podía soplar y resoplar en pranayama, controlar mi respiración para entrar en un estado de trance y en ese trance afirmar que todo Dick Alpert quedaría totalmente eliminado. Pero siempre volvía a descender, y descender tenía una connotación peyorativa para mí.
De algún modo, ser humano quería decir menos que perfecto. Todo era perfecto excepto yo. El problema que arrastré durante años era que intentaba saltar al amor cósmico sin ocuparme de la afectividad, porque la afectividad era demasiado humana para mí. Lo que experimenté es que aparté mi humanidad para abrazar mi divinidad.
Comencé a sentir que mi libertad iba a estar en una tensión creativa entre ser capaz de ver la perfección y simultáneamente experimentar dolor; ver que no había nada que hacer y sin embargo trabajar tan duramente como pudiera para eliminar el sufrimiento; ver que todo era un sueño y aun así vivir dentro de su realidad.
Mi trabajo actual consiste en llegar a la plenitud del corazón humano. La gente solía decir: «Te amamos y pensamos que eres hermoso y muy claro, pero no confiamos en ti». Decían que no confiaban en mí porque no sentían mi corazón, mi humanidad. Hay una imagen de una estatua del Buda con una leve sonrisa en la comisura de los labios que se conoce como “la sonrisa de insoportable compasión”. Es una manera de abrirse a la horrible belleza de todo. Puede soportarse no matándose uno mismo, sino buscando un equilibrio en todo.
Hace diez años solía preguntarme: «¿Cuánto falta para que alcance la iluminación?». Ahora he desarrollado la paciencia. No se trata de desesperación. Es paciencia. Se halla enraizada en el abandono.
Mi apego a la meta hacia la que me dirigía impedía que llegara. Ahora ya no intento imitar a nadie. Soy Dick Alpert y soy un perfecto Dick Alpert.
Presto atención instante a instante, y cuando escucho, las cosas cambian y siento que no puedo temer ser incoherente si escucho la verdad y permito que se manifieste mi singularidad. Ahora escucho y hago intuitivamente lo que tengo que hacer. El libro de las reglas no va a ser demasiado bueno, a pesar de las cosas fantásticas que cubre y de lo espléndidos que sean sus autores.
15. Ram Dass, «A Ten Year Perspective», en Journal of Transpersonal Psychology, 14, n.° 2 (1982), págs. 171-183.