Por Robert Adams
Este cuerpo no presume que tenga algo nuevo que enseñarles. Para abreviar, me referiré a este cuerpo como Yo. No tengo nada nuevo que decirles. No soy un filósofo. No soy un predicador. No soy digno. Yo simplemente tengo una confesión. Yo les confieso a ustedes su propia realidad. No se trata de una enseñanza, sino de una confesión. Estoy hablándole a mi Ser y ustedes son mi Ser.
Ustedes son sat-chit-ananda ― conocimiento, existencia y dicha. Ustedes no son el cuerpo o la mente. Lo que aparentan ser no es la verdad, puede ser un hecho, pero no es la verdad. Un hecho es algo que aparenta ser verdad pero cambia.
Ustedes no pueden ser lo que creen que son porque cuando eran bebés, eran completamente diferentes. Y cuando eran niños o niñas también eran muy diferentes. Y como son ahora es completamente diferente a como eran antes. En consecuencia, ¿cómo podrían ser el cuerpo? ¿Qué son? ¿Quienes son? ¿Sat-chit-ananda? ¿Qué es eso?
Incluso si yo les digo esto, no significa absolutamente nada. Ustedes deben tener su propia experiencia. No deben creer una sola palabra de lo que digo. ¿Por qué deberían creerme? ¿Qué sé yo? Yo simplemente les estoy confesando que son sólo para-Brahman, consciencia, dicha, ser, presencia consciente, inteligencia pura. Esta ha sido mi experiencia. No hay nada más.
Todo lo demás es una experiencia de la mente, una apariencia, como la hipnosis. El mundo aparenta ser real, lo mismo ocurre con un sueño.
¿Qué es este mundo? Es como si acabaran de despertar de su sueño y siguieran recordando lo que soñaron. En el sueño fueron a lugares, se casaron, tuvieron hijos, envejecieron, después despertaron y recuerdan a medias el sueño y recuerdan a medias el mundo en el que han despertado. Entonces, ¿cuál es real? ¿el mundo o el sueño? Ha sido mi experiencia que ambos son iguales. No hay ninguna diferencia real. Ustedes se aferran en este mundo, en la misma forma en que se aferran en su sueño.
Si estuvieran soñando que van cayendo de una montaña y yo cayera junto a ustedes y yo les dijera: “No te preocupes, no puede pasarte nada, estás soñando,” no me creerían, estarían muertos de miedo y dirían: “¿Es que no ves que estamos cayendo, no ves lo que está sucediendo, cómo puedes decirme que estoy soñando?” Justo antes de tocar el suelo se despiertan y se ríen, “Todo fue un sueño”. Del mismo modo, ustedes se han aferrado a la enfermedad, a la salud, al bien, al mal, a la felicidad, a la infelicidad. Todos son conceptos. Se han apegado a personas, lugares o cosas. Se han olvidado de que esto es un sueño. Creen que es real y debido a que creen que es real sufren en consecuencia. Cada vez que dejan su cuerpo tendrán que volver una y otra y otra vez, todo es parte del sueño, hasta que se desapeguen.
¿Cómo se hace? A través de simplemente observar lo que pasa a su alrededor sin apegarse a nada. Estando despiertos a su realidad. Entendiendo que no son el hacedor. Todo lo que ustedes hacen ha sido predeterminado. Así será, Tienen que soltar mentalmente todo condicionamiento, toda objetividad. Y tienen que aquietar su mente. Hagan de su mente un lugar apacible, como un lago en absoluta calma.
Entonces, la realidad llegará por sí sola. La felicidad llegará por sí sola. La paz llegará por sí sola. El amor llegará por sí solo. La libertad llegará por sí sola. Estas cosas son sinónimos. Suceden sin que ni siquiera tengan que pensar en ellas. Pero primero tienen que deshacerse de la idea de que “Yo soy el cuerpo, o la mente, o el hacedor” y entonces, todo sucederá por sí mismo.
Estad tranquilos, y sabed que yo soy Dios.
Había una vez una niña que nació en un prostíbulo. Y al otro lado de la calle, frente al mercado había un predicador, un hombre santo. Él solía exclamar las virtudes de Dios y hablar acerca del prostíbulo. Como estaba lleno de pecadores, le pedía a la gente que se arrepintiera.
La niña creció en el prostíbulo y ya tenía 23 años. Solía asomarse por la ventana todos los días y llorar diciendo: “Cómo me gustaría ser como ese hombre Santo, desearía ser espiritual”, y se imaginaba a sí misma como una persona santa, y así continuaba con su trabajo.
Ambos envejecieron y murieron y llegaron con San Pedro para entrar al cielo. San Pedro le dijo al hombre: “Tú no puedes entrar, tienes que ir al infierno”, y a la niña le dijo: “tú puedes entrar”. Entonces, el hombre Santo se quedó atónito y dijo: ¿Por qué? Todos estos años he proclamado tu bondad y tus virtudes. Le dije a la gente que se arrepintiera. ¿Cómo puedes dejarla entrar a ella que es una prostituta y a mí me dejas fuera?”
Y san Pedro le dijo: “Has sido un hipócrita. Te sentías muy digno, hablabas demasiado y no decías nada. En tu corazón enseñaste que todos eran pecadores, menos tú. Mientras la niña, en su imaginación, en sus sentimientos, siempre estuvo pensando en Dios. Por eso ella puede entrar, tú no.”
El punto es este: No se trata de lo que digan. No se trata de lo que pregonen. Es lo que hay profundamente, profundamente en su corazón lo que determina lo que les pase. No son los libros que leen, ni lo que estudian, ni las clases a las que asistan. Es sentarse, en paz, profundizando cada vez más dentro de ustedes mismos. Trascendiendo su mente y cuerpo hasta que suceda algo.
Cuando surjan pensamientos, simplemente pregúntense, “¿A quién le llegan estos pensamientos? ¿De donde provienen estos pensamientos?,” sigan a los pensamientos hasta su fuente. Encuentren la fuente de sus pensamientos. Descubrirán que la fuente de sus pensamientos es yo. Sigan el hilo de ese yo hasta su fuente preguntándose, “¿Quién soy yo?” o “¿Cuál es la fuente del yo? ¿De dónde proviene ese yo? Se darán cuenta que el pronombre yo, es la primer palabra que fue dicha y todo lo demás es adjudicado a ese yo. Cualquier otra palabra, cualquier otro pensamiento, cualquier otro sentimiento, cualquier otra emoción, todo es adjudicado al yo. Yo me siento feliz. Yo me siento triste. Yo me siento enfermo. Yo me siento bien. Yo me siento pobre. Yo me siento rico. Todo es adjudicado al yo. Si el yo se disuelve, todo lo demás lo hace, y ustedes serán libres.
Averigüen para quién hay un yo y descubrirán algo increíble. Descubrirán que “yo” jamás ha existido. Nunca hubo un yo. Descubrirán que nunca ha habido un yo. No hay tal cosa como un yo. Ustedes descubrirán que son el Ser imperecedero. Que nunca nacieron y que nunca podrán morir. Descubrirán que son omnipresentes, omniscientes, omnipotentes. Que no hay otros. No hay mundo. No hay universo. No hay Dios. Sólo hay el Ser. Todo esto es el Ser. Todo lo que contemplan es el Ser y “Yo-soy” es eso. Esto les dará una sensación de libertad, de dicha, de felicidad. No perderán su capacidad de estar conscientes.
Cuando hablo de estas cosas, la gente cree que se trata de una completa aniquilación y que no queda absolutamente nada. Que se funden en el gran océano del nirvana. Esto no es necesariamente cierto. Ustedes siempre serán conciencia. Siempre serán inteligencia pura porque esa es su verdadera naturaleza. Siempre serán dichosos. Excepto que comprenderán que no son lo que parecen ser.
Su cuerpo aparentará seguir haciendo cosas, haciendo sus movimientos. Ustedes parecerán personas comunes y corrientes, pero sabrán. Se habrán elevado por encima del mundo ordinario hacia el mundo celestial de la consciencia pura y estarán en paz.
¿Algunas preguntas acerca de esto? Siéntanse con la libertad de decir lo que quieran.